Capítulo 31: Los preparativos

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El fin de semana, Aitana fue al centro y pasó por una tienda especializada en cumpleaños de niños. No contrató nada todavía, simplemente estuvo mirando algunos de los artículos. Preparar una fiesta infantil era algo que le encantaba, así que se puso manos a la obra. El motivo de la fiesta sería Frozen, la peli animada. Por ello, quería que los platos, cubiertos, servilletas, fueran de personajes de las películas.

Pretendía que la celebración de la fiesta pudiese ser en el jardín: había pensado en colocar una mesa grande, con un mantel de Frozen, una tarta en el medio también alegórica a la película, y muchos dulces. Detrás de la mesa, colocaría un arco de globos de color rosa y azul. A un costado de la mesa, el muñeco de nieve, de esos inflables que se colocan en las fiestas infantiles. En otro lado, colocaría a las hermanas Elsa y Anna. Además, quería que Nana utilizara un vestido como el de Anna, para que se pareciera aún más a ella.

Algunas de las ideas se las pasó a doña Carmen al celular y ella le dio el visto bueno. En realidad, Carmen le había dado carta blanca para que ella hiciese lo que deseara respecto a la decoración.
Aitana estaba muy feliz con estas ideas que tenía, pronto retornaría a la tienda para contratar los servicios. ¡Tenía tantos deseos de ver a Nana feliz! Caminó por la Plaza del Ayuntamiento de Valencia y siguió, sin rumbo fijo.

En las afueras de un bar, le pareció ver a Germán en la distancia, pero no lo creyó probable. Solo hasta que pasó frente a él fue que pudo comprobar que se trataba, en efecto, de Germán. Estaba sentado en una mesa, tomando una cerveza con una mujer. Tendría unos treinta años, pero era muy hermosa: rubia, de ojos verdes y muy simpática, a juzgar porque le había sacado una sonrisa.

Aitana se quedó como una tonta, no imaginaba que Germán estuviera saliendo con alguien… Él levantó la vista y la observó: Aitana venía con una bolsa en las manos, de la compra de verduras que había hecho, y lo observaba con decepción. Quizás esa mujer era la verdadera causa de su distanciamiento, ¡y luego le había echado la culpa a ella y a su confusión!

Germán la vio perfectamente, y cuando iba a saludarla, Aitana hizo un breve gesto con la mano y siguió su camino. ¡No estaba preparada para hablar con él ni para que le presentara a esa mujer!

El lunes, estaba en su oficina cuando entró Lola a verla.

—Buenos días —le dijo—. ¿Qué tal tu fin de semana?

Aitana estuvo a punto de decir que fue un horror, pero se mordió la lengua. Haber visto a Germán con aquella mujer le amargó.

—Todo bien, ¿cómo sigue tu esposo?

—Mucho mejor, gracias cariño. Por cierto, Germán ya ha llegado y está en su oficina, dice que quiere verte.

Aitana asintió. Tomó un expediente en sus manos, pues seguro su conversación giraría en torno a ese caso de licencia de maternidad que ella estaba llevando.

—Buenos días —entró a su oficina.

Germán tenía un traje oscuro que le asentaba a su cabello y a sus ojos. Se había afeitado y se veía más joven. Aitana se preguntó si aquella mujer estaba detrás de aquellos sutiles cambios en su apariencia.

—Buenos días, Aitana —le contestó él—. Pasa por favor y siéntate.

Ella así lo hizo.

—Me hubiese gustado saludarte el fin de semana, pero no me diste oportunidad.

Aitana lo miró a los ojos, disgustada. Vaya, estaba siendo muy directo, ella que confiaba en que no tocarían ese tema.

—Te veías tan bien acompañado que no quise interrumpir.

Aitana notó que él se sonrió. ¡Jamás hubiera pensado que Germán fuese tan poco considerado!

—Supongo que no tengo que darte explicaciones acerca de mi vida, así que no te las daré.

—Exacto —respondió ella—, entre nosotros no sucede nada, ni yo merezco ni quiero ninguna explicación.

Germán volvió a sonreír, pero se quedó callado. El resto del tiempo lo dedicaron a hablar cuestiones meramente de trabajo.

La siguiente semana pasó deprisa para Aitana. Veía a Germán en su oficina y cada día se sentía más atraída por él… Deseaba tanto hablarle y decirle lo que sentía, sin embargo, la imagen de su encuentro con aquella mujer no se le desvanecía de la mente. Por otra parte, el la trataba con una naturalidad que rayaba en lo exasperante. ¿Acaso él no experimentaba los deseos que ella sentía por él, la manera en la que lo miraba? Aitana se estaba volviendo loca en ese lugar, solo confiaba de que tal vez en la fiesta de Jimena pudiera decirle lo que sentía.

El viernes antes de la fiesta, doña Carmen la llamó. Había recibido las cosas que ella había encargado, pero no sabía qué hacer con ellas.

—He tenido que mandar a esconder los muñecos al garaje —le explicó—. Los demás enseres los he llevado a la cocina, Nana no sospecha nada.

—Me alegro mucho —comentó Aitana—. Falta nada más la tarta, que debe llegar mañana.

—Por favor, Aitana —le rogaba doña Carmen en la línea—, ¿vendrás mañana temprano para ayudarme?

Aitana suspiró en el teléfono. Pensaba que quizás debía renunciar a ir a la fiesta.

—Carmen, no sé si Germán lo tome bien. En los últimos días él no ha manifestado interés alguno porque yo asista al cumple de Jimena…

—Él te quiere —le recordó Carmen.

—Ya no lo sé —confesó—, recuerde lo que le conté, pienso que Germán está interesado en otra persona.

—¡Tonterías! —exclamó Carmen—. Además, si no lo haces por él, hazlo por Nana, que todos los días habla de ti y me ha pedido que te invite.

—Está bien, estaré temprano para ayudar en los preparativos.

—Perfecto, querida, el servicio de la casa estará a tu disposición.

Aitana estaba cada vez más preocupada por lo que sucedería en aquella fiesta, pero debía ir. Incluso ya le tenía un regalo a Jimena: era una muñeca, que esperaba le gustara; además, ella misma le había comprado el vestido-disfraz de Anna, para que lo luciera en su pequeña fiesta. Después de lo que había pasado con su apendicitis y lo abandonada que la había tenido en los últimos días a causa de Germán, era lo mínimo que podía hacer por ella.

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