Capítulo 12: Una promesa desde Trocadero

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Por unos instantes Henri continuó tendido encima de Aitana, incapaz de moverse, hasta que un rato después se colocó a su lado y la abrazó. Aitana todavía no podía hablar, seguía temblorosa, agotada, pero se acurrucó en su pecho, feliz.

—¿Te has sentido bien? —le preguntó él, mientras le daba un beso en la frente.

—¿Qué crees? —le dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Ha sido maravilloso!

—Ha sido tu primera vez, ¿verdad?

Aitana asintió, no quería mirarlo en esta ocasión.

—¿Por qué no me lo dijiste? —volvió a preguntar él—. Hubiese tenido más cuidado…

Ella se incorporó en la cama y se cubrió con la sábana.

—Has tenido todo el cuidado del mundo —le respondió—, y me he sentido en las nubes. No lo dije porque pensé que no lo creerías y además, que no te darías cuenta.

—¡Por supuesto que me di cuenta!

—¿Lo dices por mi inexperiencia? —Le preocupaba que él no hubiese quedado complacido.

—Para nada, preciosa —le dio un beso en los labios—, jamás me había sentido así con nadie… Lo decía porque un hombre siempre se da cuenta de esas cosas… Debiste habérmelo dicho, ¡por supuesto que te habría creído!

—Me avergüenzo de eso —confesó—, tengo demasiada edad para nunca haber estado en la intimidad con un hombre.

—¡Tonterías! —exclamó él abrazándola otra vez—. Eso es algo absurdo, y lo sabes. Al contrario, me siento honrado de que me hayas escogido a mí… Lo que te confieso que me sorprende, porque eres una mujer tan hermosa, tan sensual e inteligente que no entiendo por qué no había sucedido antes. ¿No me dijiste que tenías un novio?

—Sí —afirmó—, eso te dije. Mi primer novio, el novio de la carrera. Sus padres eran muy puritanos y le hicieron prometer que esperaría a la boda. Yo no estaba de acuerdo, por supuesto. Lo amaba y deseaba llegar a más con él, pero siempre me decía que debíamos esperar… Como estaba tan enamorada, no fui incapaz de entregarme a nadie más… En el último año de la carrera, en un viaje que hicimos, lo encontré con mi mejor amiga en la cama. Había bebido y dijo que no pudo resistirse, pero lo cierto es que ambos llevaban un par de semanas juntos. Mi decepción fue enorme, no solo por la traición sino por pensar que había roto sus principios con otra y no conmigo, ¿acaso no le gustaba la suficiente?

—¡Es un estúpido! —exclamó Henri disgustado—. No puedes pensar eso…

—Lo sé, luego me di cuenta de que no era yo la del problema. Sin embargo, no iba a entregarme a nadie por despecho, así que aguardé, hasta que llegaste tú…

—¿Te arrepientes?

—Jamás podría arrepentirme de esta noche…

Henri la abrazó y comenzó a besarla despacio hasta que los besos encendieron nuevamente la pasión que sentían el uno por el otro…

Después de hacer al amor par de veces, a Aitana la despertaron los rayos del Sol… Cuando abrió los ojos se encontró a Henri a su lado, ya despierto, que le regaló un beso.

—Buenos días, princesa… ¿Dormiste bien?

Ella asintió, en medio de un bostezo.

—¿Qué planes tenías en tu itinerario para hoy?

—Ninguno —reconoció ella—, dejé el último día vacío para llenarlo de cualquier manera.

—Perfecto, te llevaré al hostal para que recojas tus cosas y nos vayamos a mi departamento.

Ella lo miraba con los ojos muy abiertos.

—Es en serio —le aseguró—, así que es mejor que nos demos prisa. Te dejo en el hostal, paso por mi casa y luego te recojo para hacer un brunch. ¿Qué te parece?

—Es un gran plan. —Aitana lo besó.

Eso hicieron, Henri la dejó en el hostal mientras Aitana se daba una ducha y luego recogía sus pertenencias. Tenía hambre, tan solo habían comido unas barritas de cereal y jugo que Henri tenía en el barco, pero la idea del brunch la animaba. Poco después, Henri tocó a la puerta de su habitación para ayudarla con las cosas. Él mismo quiso bajar su maleta y el cuadro que le había obsequiado.

Henri también se había duchado y se había puesto un atuendo deportivo. Entraron en su auto y se dirigieron a un sencillo café del Barrio Latino, porque Aitana dijo que le había gustado.

Comieron bastante, pues estaban muertos de hambre: croissants con jalea de fresa, jamón, queso, jugo, y a medio día ya estaban satisfechos.

—Tengo una sorpresa para ti, espero que te guste.

Por encima de la mesa le extendió una pequeña caja de color rojo. Ella no entendía de qué se trataba, pero la tomó en las manos, temblorosa. Cuando la destapó, era un candado rojo, en forma de corazón que tenía grabado: Aitana & Henri, 23 de junio de 2019 —la fecha en la que se conocieron—.

Ella lo miró, llena de tantos sentimientos, que no pudo contenerse y se levantó hacia él y le dio un beso en los labios.

—¿Cómo has hecho esto?

—Dirás que estoy loco —le explicó él una vez que se sentó en su puesto—, pero lo encargué por Amazon ese mismo día, el día que nos conocimos y te llevé a Sacre Coeur y hablamos de los candados. Esa noche te pensé tanto que, sabiendo que tal vez lo que hacía no tenía sentido alguno, entré y lo compré por Internet. Llegó ayer a mi departamento en la tarde, por eso pasé hoy a recogerlo. ¡Espero que te guste!

Aitana estaba encantada, incluso se había emocionado mucho. Un par de lágrimas llegaron a sus ojos, pero pudo contenerlas. ¡Parecía que estaba viviendo un sueño!

—¡Es precioso! —exclamó—. Debemos ponerlo en algún sitio.

—No recomiendo un puente —le explicó—, pues el tradicional puente de los candados requirió que lo liberaran de todos ellos por el peso. Las parejas suelen ponerlos en otros puentes y muchos sitios, pero creo que podemos optar por colocarlo en algún lugar en el que pueda durar más tiempo.

—¿Qué te parece en Trocadero? ¿Con la vista de la Torre Eiffel? A fin de cuentas, allí nos dimos nuestro primer beso.

Él asintió, estaba de acuerdo.

Un rato después estaban allí mismo, colocaron el candado en una reja en Trocadero, desde donde podía observarse la Torre. Lo pusieron juntos, se dieron un beso y la llave la tirarían después al Sena, como decía la tradición.

—¡Quién hubiese dicho que eres un romántico! —comentó ella burlándose a sus anchas.

—Creo que tú has acabado con mi habitual fachada de tipo duro, pero me encanta este cambio que has provocado en mí…

Juntos avanzaron por la orilla del Sena, tomados de la mano, mientras iban en busca de su auto. 

 

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