Capítulo 41: Jardines de las Tullerías

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Aitana continuaba sin responder y Germán comenzó a preocuparse, hincado de rodillas como estaba. Los recuerdos de su relación de más de un año pasaron por la mente de ella, como si se tratase de un flashback: cuando lo conoció en la oficina, el almuerzo en la Albufera, el primer beso en el ascensor, la mañana de playa en la Malvarrosa, la consumación de su amor en Aras de los Olmos...

—Sí —dijo al fin, con una sonrisa.

Germán suspiró aliviado y se incorporó para tomarla en sus brazos y darle un largo besos en los labios.

—Me preocupaba que dijeras que no... —le confesó con ella todavía en su regazo.

Aitana pensó en Henri y se avergonzó de las dudas que había albergado. ¿Podía abandonar lo verdaderamente firme y real por un romance de unos pocos días? No se habían encontrado más y ella supo en su corazón que había tomado la decisión correcta.

—Te amo, Germán —le murmuró al oído con un beso en la mejilla—, nunca lo pongas en duda. Lamento sí he estado un poco agobiada y ausente a consecuencia de mi viaje y de la beca, pero mis sentimientos por ti siguen siendo los mismos.

Él la abrazó más fuerte todavía, Aitana le había dicho justamente lo que esperaba escuchar.

Tomados de las manos caminaron de regreso por la avenida de los Champs Elysées, hasta llegar a la Plaza de la Concordia y al Obelisco. Hablaban de la boda y eso los hacía sentirse muy felices: acordaron casarse al año siguiente cuando ella terminara su Máster y Germán le confesó que estaba buscando un piso muy bonito para los tres en Valencia.

—No podemos seguir viviendo con mis padres. Sé que nos quieren mucho, pero necesitamos independencia como pareja.

Ella estuvo de acuerdo. Aunque mantenía unas excelentes relaciones con los padres de él, creía que les hacía mucha falta tener su espacio para construir un hogar que fuera propio.

—Tus padres me dieron su bendición —le contó él después, cuando se adentraban en los Jardines de las Tullerías—. Raúl estaba muy contento.

—¡Guardaron muy bien el secreto! ¡No me adelantaron nada!

—Es que hay cosas que deben mantenerse en secreto o se arruinaría la sorpresa, corazón —le dio un beso.

Anduvieron por el camino de grava engalanado por bellas plantas que comenzaban a colorearse con los tonos propios del otoño. Se sentaron en unas bancas cercanas a una de las enormes fuentes, desde donde tenían una vista realmente muy bonita.

—¿Nana ya lo sabe? —preguntó.

—No se lo he dicho, temía que las cosas no salieran como las tenía planeadas.

Aitana se rio, aunque luego comprendió que tenía razón. Habían tenido una crisis. Antes de viajar las cosas entre ellos estaban supuestamente bien pero no habían vuelto a ser los mismos. Ahora, en cambio, se sentía feliz como nunca.

Henri aprovechó de caminar un poco, así que salió del Barrio Latino hasta llegar a los Jardines de las Tullerías. Una canción de Aznavour sonaba en sus oídos, aunque él estaba perdido en sus pensamientos.

Fue entonces que la vio: sentada en un banco al lado de un hombre, feliz... Recostada su cabeza en el hombro de su compañero, bajándole la mascarilla para darle un beso.

No le había tomado de sorpresa encontrarse con ella. Valérie le había confesado que la había visto, y también le contó que tenía novio. Él no pudo aguantar sus deseos de hablar con ella, así que en la noche anterior se atrevió a llamar a casa de Marie, ya que había borrado el número de Aitana tiempo atrás en un momento de dolor.

Marie había hablado con él con la misma alegría de siempre, pese a que hacía mucho que no lo hacían. Cuando se animó a preguntar por ella, la respuesta le cayó como un balde de agua fría:

"Lo siento, Henri. El novio de Aitana llegó hoy y se quedará una semana. Están en un piso que un amigo suyo les prestó".

Y allí estaba, presenciando lo que nunca esperó ver cuando salió a despejar su mente: a Aitana en brazos de su novio. Estaban a unos cinco o seis metros de distancia, pero las hojas secas del otoño crujieron bajo sus pies cuando intentó moverse.

Aitana, que tenía la cabeza recostada en el hombro de Germán levantó la mirada y lo vio... Sus ojos se cruzaron por un instante, pero Henri dio media vuelta y desapareció enseguida.

—¿Todo está bien? —le preguntó Germán al percibir que el cuerpo de ella se tensaba. Al estar de espaldas era ignorante por completo de lo que había ocurrido.

—Todo está bien —contestó ella fingiendo una sonrisa, aunque no había salido de su estado de shock—, ¿comemos algo?

Germán asintió.

—He dejado encargada una comida deliciosa en un Bistro cerca de casa.

La pareja se alejó en dirección al edificio, por el camino principal de los jardines. Aitana todavía estaba nerviosa por aquel encuentro. No tenía dudas de que era Henri y que él la había reconocido.

Sin embargo, intentó concentrarse en lo que era más importante: su compromiso, su relación con Germán. Estaba feliz con él, lo amaba y no dejaría que Henri le arrebatara de nuevo la felicidad causando estragos en su relación con Germán.

Por eso, al llegar a casa, Aitana no dudó en besarlo apasionadamente nada más pasar el umbral de la puerta. Germán la recibió extasiado, dejando las bolsas de comida arriba de la mesa para abandonarse al placer de su cuerpo.

Se amaron lentamente en el sofá, y Aitana olvidó las inquietudes que Henri le causaba. Cuando estaba con Germán lo tenía todo, y eso lo experimentaba muy bien cuando su piel desnuda rozaba la de él. Era más que sexo, era una verdadera entrega.

Cuando terminaron, Aitana yacía sudorosa encima de él, abrazándolo. Un suspiro se escapó de su garganta, mientras Germán acariciaba su espalda y besaba su mejilla, que estaba sonrojada.

Aitana miró por un instante su mano: el hermoso anillo de compromiso era una realidad y estaba eufórica por eso... Casi podía olvidarse del desdichado encuentro en los Jardines de las Tullerías. Casi...

Germán la besó y la trajo de vuelta al presente. Ella se incorporó de su regazo con una sonrisa:

—Iré a ducharme —anunció.

—Calentaré la comida.

Ella ya se marchaba cuando Germán la atrajo un instante hacia él. Estaban desnudos en mitad del salón.

—Estoy feliz, muy feliz contigo, mi amor.

—Yo también —contestó ella.

Se dieron otro beso, confiando en que nada ni nadie pudiesen arruinar aquella felicidad.

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