Capítulo 7: Fiesta en el Bosque de Boulogne

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Aitana salió del baño de su habitación envuelta en una toalla, no podía negar que estaba nerviosa. Sobre la cama había dejado los dos vestidos que Henri le había prestado y que le había dado antes de bajarse del auto dentro de un maletín de fieltro. Uno de ellos era negro de encaje, que dejaba una parte de la espalda al descubierto.

El otro era rojo vino: la parte de superior era de encaje y con mangas largas, era muy entallado y en la cintura comenzaba la falda de seda rojo oscuro amplia hasta el piso. No sabía cuál ponerse, pero finalmente escogió el segundo, tenía más que ver con su personalidad y era más encubridor y elegante.

Los vestidos venían con sus respectivos bolsos a juego; además había una caja con unos zapatos nuevos de color plateado con una nota de Henri que decía: “Estos son para ti, un regalo, no un préstamo. Un beso”.

Ella sonrió ante el detalle, miró el reloj y eras las siete, debería darse prisa pues Henri iría a recogerla a las ocho. Él mismo se había encargado de decirle a su abuela que no era necesario que enviara el auto, el la recogería y Aitana sería su acompañante durante la velada. Si aquella no era una cita, se le parecía bastante.

Aitana no podía negar que Henri le gustaba mucho; en apenas unos días se había compenetrado tanto con él que parecía que lo conocía desde mucho tiempo atrás. Era tan romántico, tan encantador, que le robaba el aliento. Se secó el pelo y se hizo un recogido lo mejor que pudo, por suerte había llevado unas horquillas que le facilitaban el peinado. Se puso el vestido rojo que le sentó como un guante y se maquilló de manera discreta.

Cuando Henri la vio poco tiempo después, quedó maravillado con ella. Había llegado a la hora justa, vistiendo un esmoquin que le hacía lucir muy guapo. Se bajó del auto para recibirla y le dio un beso en la comisura de los labios, que la hizo enrojecer ante la proximidad de su boca.

—¡Estás bellísima! —exclamó—. Pareces una princesa.

Aitana sonrió.

—Gracias, pero eres muy exagerado, en cambio tú sí que estás muy apuesto.

—No he exagerado en lo más mínimo, estás deslumbrante.

Era verdad: el pelo oscuro recogido le despejaba el rostro y resaltaba sus ojos oscuros. Su esbelta silueta se notaba ante la ceñida pechera del vestido, resaltándole su busto y su cintura. La falta amplia y hasta el piso de seda le daba un toque de elegancia y magnificencia que no podía ignorarse. ¡Aitana era bella!

—Vamos ya —le dijo tomándola de la mano y llevándola hasta el auto—, la abuela nos espera en la fiesta.

La cena era en una casa privada a las afueras de París, una hermosa mansión en el Bosque de Boulogne.

Aprovechando la temporada veraniega, se haría al aire libre. Habían colocado unas carpas y bajo ellas las mesas montadas con el protocolo establecido. La decoración estaba hecha en color crema y miles de rosas blancas se hallaban por doquier. Una pista de baile, al final de las decenas de mesas, recordaba la segunda parte de la noche: el baile.

Henri llevó a Aitana a ver a su familia. La Marquesa se alegró mucho de saludarla y le dio un beso:

—¡Querida, estás preciosa! —exclamó—. ¡Cuánto me alegra que Henri te haya traído! —Tenía una sonrisa espléndida.

—Me alegra mucho también estar aquí y le agradezco una vez más por la invitación.

—Deberías llevar a Aitana a conocer a tus hermanos —dijo la dama—, ya han llegado y están en su mesa. Creo que los han colocado también en la misma…

Henri tomó a Aitana de la mano y la llevó a la mesa donde estaban sus hermanos, corroborando que, en efecto, debían sentarse allí. Los nombres de ellos estaban colocados en los puestos vacíos.

París para dos... ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora