Capítulo 23: Mañana de playa en la Malvarrosa

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Aitana pasó el resto de la noche muy nerviosa. Sus padres no dejaban de decir que Germán era un hombre encantador, pero solo Amaia fue capaz de percibir que su hermana regresaba con una expresión diferente. A pesar de tenerle confianza, Aitana no quiso decirle lo que había ocurrido y se retiró a su habitación.

Durmió mal, soñó con Germán, soñó que aquel beso no se había interrumpido y que con su boca continuaba bajando por su cuello… El fluido eléctrico se había cortado, pero no les había importado quedarse atrapados en el ascensor, mientras Germán se apoderaba de sus labios, y ella elevaba las piernas a la altura de sus caderas para sentirlo dentro de ella, gimiendo mientras le hacía el amor…

Aitana se despertó, empapada en sudor, así que tuvo que cambiarse de ropa, tomar un poco de agua y volver a la cama. No pudo conciliar un sueño tranquilo, así que cuando amaneció, salió de la cama.

No dejaba de pensar que ese día vería a Germán nuevamente. Pensó en cancelar la salida, pero no quería entristecer a Nana y, por otra parte, ella no podía negar los deseos que tenía de volver a encontrarse con él. Faltaban dos horas para que la recogiese, así que empleó el tiempo en probarse varios bañadores. ¿Cómo se le había ocurrido aceptar ir a la playa con él? A la playa debía ir con poca ropa y sentía un poco de vergüenza de estar medio desnuda frente a él.

Aitana desechó los bikinis y optó por una trusa enteriza de color negro, era lo más encubridor que tenía y aún así, tenía un amplio escote en la espalda… Por encima del bañador se puso un vestido de flores de diversos colores, un par de sandalias y un sombrero de ala ancha, para protegerse del Sol. En un bolso llevaría el resto de cosas imprescindibles para un día de playa.

Germán llegó puntual como solía ser, y ya Aitana le estaba esperando abajo. En cuanto él la miró, se la quería comer con los ojos, pero la niña estaba con ellos así que tan solo se saludaron. Aitana prefirió ir en el asiento de atrás con Jimena, que aguardaba por ella con desesperación.

—¡Me encanta tu sombrero! —le dijo la niña.

—A mí me gustan tus gafas —eran rosadas y negras y se veía chulísima con ellas.

—He traído una cubeta y una pala para hacer castillos de arena. ¿Sabes hacer castillos?

—¡Por supuesto! Sé hacer muy lindos castillos de arena. De hecho, en la playa por lo general siempre hay uno inmenso hecho, te va a gustar…

Aitana abrió la boca, llena de entusiasmo.

—¡Quiero llegar pronto a la playa, papá!

—Ya casi llegamos, cariño —por el retrovisor le echó una ojeada a Aitana y ella lo notó, así que se ruborizó.

Nana no paraba de dar saltos cuando llegaron a la Malvarrosa, una de las playas de Valencia. Se sintió feliz en cuanto sintió la arena bajo sus pies y no paraba de correr al lado de su padre y Aitana.

Como la joven le había prometido, encontraron un bello y gigantesco castillo de arena ya hecho. Nana le pidió a su padre que le hiciera una foto junto con Aitana, al lado del castillo. Luego estuvieron contemplándolo un buen rato, hasta que se dirigieron al mar. Este estaba calmado, las olas llegaban a la orilla con suavidad, y Nana se acercó para sentir el agua en sus dedos.

—Ten cuidado, Nana —le advirtió su padre—. No te alejes de Aitana, ¿de acuerdo?

La niña asintió, mientras su padre colocaba las cosas que habían traído debajo de una sombrilla. Aitana se entretuvo, de espaldas a él, en mirar el mar con la pequeña y chapotear en la orilla, ninguna de las dos se había quitado la ropa que habían llevado.

París para dos... ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora