Capítulo 8

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A pesar de ser compañeros de piso, últimamente Horacio y Claudio no estaban coincidiendo demasiado en hacer una vida conjunta. Desde que Claudio había conseguido empleo como médico en horario nocturno, le obligaba a dormir de día y a llegar exhausto a casa a horas un tanto peculiares, por lo que su dinámica había cambiado totalmente. A veces, la poca interacción que tenían se resumía en que el médico se había quedado dormido en el sofá y Horacio tenía que despertarlo para pedirle que fuera a dormir a la cama para no terminar con dolor de espalda.


Semanas atrás, Horacio se había sentido de repente mucho más animado porque, al estar distraído con Claudio haciendo cualquier estupidez, evitaba que su mente se centrara en todos los puntos oscuros que había vivido en la guerra y le impedían ser feliz. Sin embargo, no quería monopolizar a su amigo: él tenía su propia vida, y agradecía el poco tiempo que pasaban juntos. Además temía que si se volvía muy dependiente de los demás para sentir ese falso sentimiento de que estaba bien consigo mismo, le acabarían dejando de lado.

No era difícil llegar a la conclusión de que mientras tuviera la mente ocupada en algo, se sentiría más o menos bien. Al menos, eso era lo que la voz de la experiencia le había demostrado. Aún así, no era tan fácil encontrar algún tipo de responsabilidad con la que llenar sus días: en el caso de Claudio había sido el empleo, pero Horacio ya tenía uno del cual había sido suspendido en cuanto a sus funciones a realizar. ¿Estudiar? Ni siquiera había ido al instituto y particularmente, la idea no le hacía demasiada gracia. Probablemente de intentarlo, el segundo día ya estaría faltando a clases. Las responsabilidades para Horacio siempre habían sido algo que de repente, aparecía en tu vida, por lo que buscar una no le estaba siendo particularmente fácil.



En el momento en que Horacio se había mudado fuera del cuartel, había cambiado un poco de aires y aprovechó para volver a explorar aquella ciudad que tan bien conocida por haber dormido en sus calles años atrás. Pero en el momento que la incertidumbre había vuelto a asomar en su vida por encontrarse en un punto muerto, le pareció una buena idea regresar al cuartel ni que fuera para simplemente saludar a sus compañeros.

Curiosamente, antes de ni siquiera ingresar en el edificio central, el cual parecía una gran fortaleza, se encontró a un rostro familiar. Se trataba del Capitán Greco, quien había sido la pieza clave para reencontrarse con Claudio. Al acercarse, el hombre le saludó con un breve gesto con la mano mientras no retiraba su mirada sobre Soyla, con lo que Horacio supuso que se encontraban en su hora del paseo.

¿Qué tal estás, Pérez? Escuché que ahora estás viviendo fuera de la base.

Horacio no pudo evitar mirar hacia otro punto al escuchar aquella pregunta que si realmente no tenía nada de malicia, le hacía acordar que ahora no era una persona normal y moliente, sino que cualquier dato que tuviera que ver con él se esparcía más rápidamente porque era popular entre los civiles y, en cierta manera, militares de bajo rango como él había sido alguna vez en su vida.

Así es, de hecho tendría que agradecerte por ello. ¿Te acuerdas que te pedí los datos de un amigo con el que había perdido contacto? ¡Ahora somos compañeros de piso!

Greco sonrió de una forma honesta, alegrándose por Horacio a pesar de que era la segunda vez que hablaban personalmente. Lo cual no podía más que sorprenderle gratamente; en la milicia era difícil encontrar gente bondadosa. La voz de la experiencia le había demostrado que gran parte de los militares era gente que había sido dañada emocionalmente y que ahora actuaba en consecuencia. Greco le había ayudado cuando eran desconocidos y Horacio no podía más que agradecerle porque sino su reencuentro con Claudio hubiera sido imposible.

Черный ✬ дельтаDonde viven las historias. Descúbrelo ahora