Era de noche y la luna estaba roja, como la sangre. El alcalde del pueblo metió la mano en un montón de papeles con montones de nombres escritos. Aquella noche, esa noche de luna roja que sólo ocurría una vez cada tres años, elegirían a una chica que serviría de alimento para los vampiros que vivían en la mansión de la colina. El alcalde siempre suspiraba antes de decir el nombre. Todos estábamos nerviosos.
Las chicas de la lista siempre acababan sin uñas de tanto mordérselas, incluso cuando todas iban tan bien arregladas aunque a la mitad se les había deshecho el maquillaje. Los ancianos decían que tenían que verse bien para que fueran apetecibles para los vampiros, pero yo siempre sospechaba que lo hacían por ellos mismos. Mi hermana, Janette, estaba en aquella lista y tanto yo como mis padres teníamos sus manos agarradas tan fuerte que le hacíamos daño. A mi me temblaba el pulso cada vez que esta desgracia ocurría.
-Mary Jane Warren -dijo con todo el dolor que sus palabras podían causarle, tragándo saliva tras pronunciar su nombre.
Conocía a Mary Jane, era la hija pequeña de los panaderos del pueblo, ese año acababa de cumplir los dieciséis, con lo cual entraba en la lista. Estaba aliviada de que no saliera el nombre de Janette Collins, pero se me partía el corazón al ver al panadero y a su esposa llorar por última vez en los brazos de su hija.
Mary Jane también lloraba, todos en el pueblo lo hacíamos. Tenían la costumbre de atar las manos de las chicas que debían subir la colina con una soga, así no podrían escapar aunque quisieran, ya que la colina estaba rodeada de una valla de dos metros. Todos nos reunimos en la puerta de la valla que daba paso a un camino de tierra que subía hasta la puerta principal de la mansión de los Blackwood, los vampiros que custodiaban el pueblo. Mary Jane miró aún con lágrimas a sus padres y amigos.
Ninguno se opuso, era una de las normas de aquella horrible noche. La panadera sólo lloraba en silencio, su marido intentaba consolarla, pero Mary Jane les dedicó una leve sonrisa y comenzó a subir por el camino de tierra. Después de unos metros todo se veía oscuro, pero el sonido de la puerta de la mansión abriéndose y cerrándose nos decía que había llegado hasta el final. Cada habitante del pueblo marchó hacia su respectivo hogar a excepción de los padres de Mary Jane, que se aferraban con fuerza a los barrotes de la valla llorando desconsoladamente mientras repetían una y otra vez el nombre de su hija.
Lo único que sabíamos todos con certeza era que la desafortunada muchacha que subía hasta la mansión nunca regresaba. Ni siquiera restos a los que poder llorar.
[TRES AÑOS MÁS TARDE]
-Mi pequeña, esta noche es-
-Lo sé, lo sé. No tienes de qué preocuparte, mamá, todo va a salir bien -dije intentando tranquilizarla mientras le dedicaba una sonrisa triste.
Mi hermana ya tenía más de veinte años, con lo cual se salía de la lista de candidatas, o lo que nos gustaba decir y a muchos les repugnaba, sacrificios. Yo por el contrario estaba en la edad idónea, hace apenas un mes había cumplido los diecisiete y esa noche se decidiría quién iría a la casa de los Blackwood. Nunca les había visto, incluso dudaba de que existieran, la única información que nos habían dado sobre ellos era que si no les dábamos una chica cada tres años, nos matarían a todos. Es estúpido.
Lo único interesante que tenía el pueblo era eso, el mito de los vampiros. Estábamos en una zona incomunicada, los más adinerados eran los que tenían coche, pero para qué usarlos en un pueblo de apenas 50.000 habitantes. Pueden parecer muchos, pero no, nos conocíamos entre todos. Era un pueblo pequeño, solo teníamos televisión y teléfonos fijos en las casas más afortunadas. Lo más emocionante que podía pasar allí era ser comida por algún atractivo vampiro.
Ya eran más de las siete de la tarde, la plaza central era el punto de reunión de ese año para elegir a la candidata que iría a la mansión de la colina. Muchas ya se encontraban allí, embutidas en aquellos vestidos horteras y sexys. Mi madre me arregló con muy buen gusto, o al menos quiso que, si aquella iba a ser mi última voluntad, vistiera como yo quisiera. Mi conjunto se basaba en una bonita blusa azul, pantalones vaqueros cortos y botas. Mi hermana se encargó del maquillaje y el peinado. La escuché sollozar varias veces y auto convencerse de que era una elección entre un millón. O tres mil, da igual. Mi pelo lucía realmente increíble. Me gustaba llevarlo corto, pero desde hacía un par de años lo había dejado crecer y ahora le tenía por la mitad de la espalda. Me dejó un par de mechones sueltos y me ató el resto en una coleta.
Los funcionarios y el alcalde también estaban allí, tenían los registros y partidas de nacimiento de todas las mujeres que en ese momento tenían entre dieciséis y veinte para escribir los nombres en papeles y meterlos en una urna. Miré los papeles pensando que en alguno estaría escrito mi nombre y suspiré, no tenía muchas ganas de pensar en ello. Terminé de dar un paseo por el pueblo. Verlo entero solo me llevó dos horas.
Mi madre preparó un banquete para cenar, mi comida favorita: Hamburguesas, patatas fritas, nuggets, alitas de pollo... Todo muy sano, sí señor. El brillo de labios que mi hermana me había puesto se echó a perder, pero dijo que no importaba y que luego me lo arreglaría. Terminé esa deliciosa cena con la boca llena de salsa barbacoa, me lavé los dientes y la boca para que Janette pudiera arreglar mi estropicio.
-Lo siento.
-No importa, eres y siempre serás un desastre -dijo burlándose, a lo que yo me reí.
La hora llegó, las once y media de la noche. Estaba nerviosa y tenía un debate interno. Por un lado quería ir para ver a aquellos misteriosos vampiros, por otro lado no quería morir. Todos nos reunimos al rededor de la plaza. Las chicas que estábamos en la lista estábamos frente al alcalde, aunque yo me encontrara de las últimas, pero se le oía perfectamente.
-Una vez más estamos reunidos bajo la luna roja, ese siniestro suceso de cada tres años que nos recuerda una vez más nuestra horrible tragedia y la cantidad de pérdidas.
El alcalde siguió con su discurso, pero como era el mismo de todos los años decidí entretenerme en otra cosa. Miré el cielo, como bien había dicho la luna estaba roja, como la sangre. ¿Era la única persona a la que le parecía precioso, y no aterrador? Muchas personas me han dicho que era rara, pero en ese momento hasta yo misma lo pensé.
-Ya ha llegado la hora de sacar a la desdichada que deberá subir el camino de tierra hasta la mansión.
El momento había llegado. Mi madre sostenía mi mano firmemente mientras mi hermana me sujetaba por los hombros. Yo tenía los nervios a flor de piel y me estaba impacientando. Con una expresión de dolor en el rostro, el alcalde alzó el brazo y rebuscó entre los papeles. Las lágrimas salían de sus ojos y entonces me fijé en una chica rubia que había a su lado, su hija. Ella tenía la edad de estar en la lista y seguro que el alcalde estaba rezando en que no fuese ella. Yo haría lo mismo. Sacó un papel por fin, lo abrió con temor y casi pude vislumbrar una sonrisa en su rostro. No era el nombre de su hija el que estaba escrito en ese papel.
-Ángela -tragué fuerte saliva. Que yo supiera había por lo menos cinco Ángelas en ese momento- Collins -lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. Aún no sabía si se trataba de tristeza o no.
ESTÁS LEYENDO
Las flores también son peligrosas
VampirosUna vez cada tres años se realiza un ritual en el que una mujer de entre 16 y 20 años elegida al azar es usada como sacrificio para la familia de vampiros que viven en lo alto de la colina. O eso es lo que se cuenta. Pero algo es seguro, jamás se la...