I.XX

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Los escalones de madera crujían bajo nuestros pies, en mis adentros rezaba porque nadie se despertase antes de tiempo, mucho menos nuestra víctima. La luz se colaba por el claro que dejaba entre ver la media luna. Estábamos a pocos pasos de la habitación del director. Josephine quien solía dormir allí, de tanto en tanto (lo cuál me pareció extraño descubrirlo, ya que casi siempre la solía ver en la habitación A), nos abrió la puerta desde dentro al escuchar el leve ruido que hizo Edric al picar a la puerta.

Cuando abrimos la puerta sin, milagrosamente, hacer ruido, pudimos comprobar el estado de Josephine; llevaba un camisón de seda que le llegaba por los muslos, el pelo muy revuelto, y no paraba de mirar hacia al suelo. Claramente se habían acostado. Se me revolvió el estómago solo de pensarlo.

Caspar esperó afuera para vigilar que nadie se percatase de lo que estaba pasando, y Jo fue con él.

Edric y yo, estando ya solos en una habitación con el enemigo en la cama, cruzamos miradas. Todo iba a acabar. Al fin.

Me acerqué a la mesita para asegurarme que se había bebido todo el vaso de diazepam que le habíamos preparado Jo y yo, y que teóricamente ella le había dado una hora antes. El vaso estaba vacío.

Edric se acercó a él, moviéndole levemente con la punta de la espada, para comprobar que realmente estaba drogado del todo. Asintió, y le cogí de las piernas. Edric le cogió de los brazos, y ambos le sacamos, con mucho esfuerzo de la cama en la que estaba.

-Podrías haberle convencido de hacer un poco de ejercicio - me miró muy seriamente - así sería más fácil - curvé una sonrisa y me negó con la cabeza - perdón - gesticulé con los labios.

Le sacamos por la puerta muy sigilosamente, y Caspar y Jo nos ayudaron a bajar el cuerpo.

-¿Dónde está? - preguntó Edric, dirigiéndose a su madre. Ella miró justo a sus pies, y nos apartamos, sujetando todavía el cuerpo.

Josephine se hizo paso, y sacó tablón tras tablón hasta que se nos enseñó la entrada al sótano secreto. Las manos me empezaron a doler.

-Tirémoslo - sugirió Caspar.

Vi como el pequeño de los hermanos miró con recelo a Ulrich.

-Por desgracia - empezó Edric con cara de asco - lo necesitamos con vida. Para obtener respuestas.

-Lo atamos a una silla. ¿Y luego que? - no obtuve una respuesta así que me dio a pensar que el "plan" podría acaba torciéndose.

Bajamos por las estrechas escaleras, con el cuerpo inconsciente del director, y cuando llegamos abajo, cogimos una silla que previamente habíamos preparado del comedor, y cogimos unas cuerdas, con las que atamos muñecas y tobillos. Acto seguido... no hicimos nada. Simplemente nos quedamos parados, mirando a quién teníamos atado justo delante: un hombre con centenares de años. Un padre. Un marido. Un director.

Un asesino.

-Esperaremos a que despierte - ordenó Edric.

-¿Qué hacemos de mientras - Jo se cogía de los codos, desconsolada.

-Yo me quedaré aquí - dijo Ed - Vosotros dos id a vigilar que no venga nadie. Si despierta os llamaré.

Caspar y yo asentimos y fuimos arriba. Nos quedamos en silencio durante un rato, sentados y en cuclillas frente a la escalera que daba al sótano. Ni un solo ruido aparte de los cuchicheos de Edric y Jo.

-¿De que crees que hablan? - pregunté. Quería entablar una conversación con Cas, pero él no parecía tener el mismo objetivo que yo.

-Probablemente le esté diciendo lo mismo que a mí - él estaba sobre sus propios talones, con los brazos en cruz, y la vista fija en el suelo.

-Yo tampoco he tenido una madre - dije - Sé que no es una excusa. Pero sé como te sientes... si quieres hablar de ello, sabes que me - antes de que pudiese acabar la frase me interrumpió.

- Tu madre murió de cáncer - me miró - Mis padres resultan que son unos sociópatas que tienen ciento y tantos años, y probablemente más de una veintena de hermanos sacrificados - resopló - No lo compares.

Tragué saliva, y asentí.

-Lo siento - le oí decir - tu no tienes nada que ver con esto... siento que te metieses.

-Tu mismo lo has dicho: "te metistes". Lo hice yo solita. No tenéis la culpa de nada - puse una mano en el parqué - Si alguien tiene la culpa de algo, es ese monstruo de ahí abajo - aunque estábamos a oscuras, sentí que sonreía.

-¿Te hace feliz?

-¿Que tiene eso que ver? - dije a la defensiva. Y di gracias, como Julieta se las dio a la noche, de que no pudiese ver mi sonrojo por el tupido velo de la oscuridad - sí. - se hizo más silencio todavía - Esto me recuerda a cuando me preguntaste si él me quería.

-Sí, pero es diferente ser feliz con alguien, y querer a alguien.

-No lo entiendo - suspiró, una vez más.

-Yo te quiero - dijo, y pesadamente empecé a balancear la cabeza - pero eso no me hace feliz. Igual pasa con mis padres. - Entonces lo entendí todo - A veces, el amor te hace feliz, y eso es bueno. Pero a veces querer duele - respiró profundamente - mucho. Por eso te lo pregunto - puso su mano al lado de la mía - Y me alegro por ti. Te lo mereces.

Sonreí levemente, y estaba a punto de decirle algo casi tan profundo como el discursito que él me acababa de dar, pero oímos un ruido, y luego un golpe. Bajamos deprisa y me quedé congelada con la horrible visión que tenía ante mí y el alma me cayó a los pies, rompiéndome el corazón en mil pedazos.

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