II.VI

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EDRIC


La tinta resbalaba sobre el papel como si se tratase de un arte, hasta que, sin quererlo, la última palabra sobrepasó precipitadamente los límites del margen, manchando el amarillento material. En un ataque de pánico por mi estúpido error, recogí el papel y lo arrugué hasta hacer de él una bola, lanzándola hasta el otro extremo de la habitación.

No sabía ni cómo escribir aquella carta, ni como deshacerme del sentimiento de culpa. Sabía que después de lo que haría aquella noche, Charlotte me odiaría por siempre, y aun así todo ese tiempo se quedaría corto. Era necesario. Mi instinto jamás me había fallado, y aunque puede que desde un punto de vista más neutral mis pensamientos y actos resultasen producto de un brote psicótico, no hacía más que seguir mi instinto; ni Charlotte, ni Caspar, ni el hijo de puta de Ulrich (estuviese donde estuviese) podrían detenerme ahora.

Me froté las sienes y cabizbajo, cerré los ojos. ¿Qué se me venía a la cabeza cuando pensaba en Lottie? Un campo. Un campo de trigo, la luz cálida y acogedora del sol. Su cara deslumbrante, su mano cogiendo la mía. Eso tendrá que esperar.

Cogí una vez más la pluma, y del cajón volví a sacar otro papel. Al hacerlo, cayó al suelo la carta que Josephine escribió, dejando la escuela en mi posesión. La releí una vez más, examinando cada letra cursiva, cada punto de la i en forma circular. ¿Cuándo aprendió a escribir? Ella tan sólo era una muchacha sin un penique cuando conoció a Ulrich. A caso, quien le enseñó a escribir fue... ¿mi padre? Cuando esa desagradable palabra cruzó mi mente, sentí unas fuertes náuseas que querían apoderarse de mi estómago.

Decidí que antes de escribir nada, más me valía aclararme las ideas, así que me levanté y me dirigí a la antigua habitación de Ulrich, contigua al despacho, a la cual se accedía a través del mismo. Abrí la puerta del baño, y me despojé de la ropa.

Aunque únicamente llevaba los pantalones de satén caquis que siempre solía llevar y una camisa blanca desabotonada, el dolor que sentía al quitármelos era intenso, punzante. Ojalá estuviese Lottie aquí para quitármela, ella siempre mitiga mi dolor. Pero no, no estaba. Tal vez estaría haciendo clases junto Caspar; o puede que estuviese desahogándose con Katy sobre la enorme injusticia que yo acababa de cometer: quitarle la ilusión de hacer un baile.

Un patético baile. ¿De eso era de lo que quería vivir? A veces realmente pensaba en lo estúpida que era, como una niña pequeña, recuperando la ilusión por una tontería como un baile. ¿Acaso no había aprendido la lección?

Me miré al espejo, y repasé con la mirada todas las cicatrices. En el cuello, un corte profundo me atravesaba la clavícula, prácticamente curado. Jamás la podría esconder... esa herida sería para siempre.

-Yo desde luego si he aprendido la lección – susurré, sosteniéndole la mirada a mi propio reflejo; pero ese no era yo, no lo era. Ahora tenía marcas por todo el cuerpo, recordándome quién realmente era y de donde venía. Miraba mi rostro, y no encontré en mi ni un ápice de bondad. Es mejor tener rencor, sed de venganza. Me dije, es lo que necesito si quiero sobrevivir.

Me duché y sentí el agua cálida cayendo cómo si se tratase de una lluvia envolvente, recorriendo cada centímetro de mi piel, erizando cada bello. Recordándome ese rostro que se aparecía en los momentos que más ansioso estaba. Salí completamente mojado de la ducha y envolví mis bajos con una toalla con las iniciales U.A. Me sequé el pelo y me enfundé unos vaqueros negros, una camisa de cachemir, y una gabardina completamente oscura.

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⏰ Última actualización: Oct 02, 2021 ⏰

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