II.IV

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CASPAR POV

La capa pesaba sobre mis hombros, y sentía los pies mojados, a pesar de ir con botas. Intentar taparme la boca para que nadie me reconociese era una estupidez pues no solía frecuentar aquellas calles de mala muerte.

Vi un hombre de avanzada edad sentado en el suelo mientras la llovizna le salpicaba y llenaba su botella medio vacía de licor; esto es lo que odio de este lugar: el tiempo. El tiempo y los secretos.

Esperé entre las sombras de la noche a que el local se relajase, e incluso llegué a ser testigo de una pelea de borrachos que acabó brevemente después de que uno de ellos cayese inconsciente al suelo. Decidí, entonces, avanzar hasta la puerta astillada, y esquivé a la gente que allí había intentando no llamar la atención. Por lo que tengo entendido, en este bar de mediados del siglo diecisiete, suele ser frecuentado por personas que superan los cuarenta. Ver a un crío de apenas la mitad puede causar revuelo.

Me dirigí hasta la barra dónde me prometieron que un hombre me daría lo que buscaba, pero no sabía exactamente a quién esperaba. ¿Sería el que servía las copas? Entonces, un hombre garbado me llamó la atención.

-¿Se te ha puesto bien la noche? – preguntó. Sabía muy bien que palabras tenía que contestar.

-Nada como un buen día soleado – con la mano hice una señal al barman para que me sirviese un vaso de whisky. Entonces el hombre que tenía al lado se me acercó un poco más, pero yo me limitaba a mirarlo de reojo, sin desvelar mi rostro bajo la capucha, tal como había estado haciendo desde que me uní a aquel estúpido círculo Negro.

-Aplícalo entre la madera, y todo lo que quemes arderá hasta que no quede nada – a continuación, me pasó un saquito color escarlata. ¿Esto era todo? No creo que esto fuese suficiente... Antes de arrebatarle el saquito de las mano huesudas y sucias de haber estado trabajando en la mina, bebí de un trago el whisky, impactando el vaso con firmeza y resueno sobre la barra.

Me levanté y me fui tan pronto como entré del bar. Justo al salir el hombre que estaba tirado en el suelo se levantó medio desorientado y al levantarse me arremetió un puñetazo en la mandíbula que yo no vi venir.

Cómo yo era mucho más alto, y por supuesto, más fuerte, le cogí cual muñeco de trapo y lo estampé contra el suelo. Para rebatir mi golpe final le puse la borra embarrada en el pecho, presionándole las costillas, con rábia, dejando los recuerdos de aquella noche florecer en mí. Me agaché lo suficiente como para darle un cabezazo.

-Escoria – escupí en su cara masacrada. Estaba claro que esta rata de callejón había sido víctima de varias peleas dónde no salió muy bien parado.

No le dediqué más tiempo a aquel hombre, y seguí con mi camino. Odiaba hacer encargos como estos, me recordaban a mi pasado. Aquel pasado que ni siquiera le hubiese podido acabar de contar a ella... si me hubiese dejado.

Ni siquiera pienso ya en lo impactado que me dejó saber quien era mi verdadera familia. Si lo hubiese sabido mucho antes, habría abandonado aquella colla de farsantes.

No pasó mucho más rato (o tal vez eso creo, ya que estaba sumergido en mis pensamientos) hasta que llegué a las verjas de aquel lugar que me quedaría por siempre en la conciencia. Aún con las botas embarradas, crucé el portal y subí las escaleras como si nada. No tenía ni idea de la hora que era, pero supuse que podrían ser las dos de la mañana perfectamente. Toqué con suavidad a la puerta, lo último que quería hacer era despertar a todos. Como nadie me contestaba, entré sin más. Allí estaba. Mi hermano, mi sangre. Se me hacía realmente extraño llamarlo así. Jamás nos habíamos llevado bien, ni por asomo. Y ahora... bueno, ahora tampoco, pero al menos los rencores se habían medio disipado.

-Has tardado – no respondí – Cierra la puerta. Siéntate. – Obedecí. Había algo en él, algún engranaje, algo, que había cambiado. No era el mismo, pero tampoco le podía culpar. Eché sobre la mesa el sobre carmesí.

Edric tenía las piernas cruzadas sobre la mesa, y las manos entrelazadas. Al ver la bolsita una sonrisa se formó en su rostro y se inclinó para cogerla con cuidado, y analizarla con detención – Perfecto – dijo para sí mismo.

-¿Estás seguro de esto? – vaciló un momento, y luego me dirigió una mirada que aunque me costase admitirlo, me erizó el pelo de la nuca.

-No te preocupes por ello – contestó cortante. No entendía como podía sobreactuar delante de Charlotte como si nos llevásemos bien, cuando la verdad no podía ser otra qué todo lo contrario. Me quedé frente a él como una estatua, perdido en mis pensamientos - ¿Sigues aquí? – alzó una ceja. Eso me irritó. Se creía el rey de todo, ¿no? Decidí no darle mas vueltas y dejarlo con su plan macabro para retirarme a mi recién adquirida habitación. Cerré con pestillo y encendí una vela. No era muy seguro, por lo que me habían comentado, utilizar la electricidad corriente durante una tormenta eléctrica. Como no sabía diferenciar una tormenta eléctrica de una normal preferí no correr riesgos.

Me quité la capa y las botas. También la camisa sucia y sudada. Me fijé en el reflejo que me devolvía el espejo mohoso. A pesar de la oscuridad de la habitación más bien pequeña, podía ver claramente mi figura, que no era poca. Espalda ancha y músculos tonificados. Mi cabello se había ido rizando a pesar de ser liso en un principio, y lo seguía llevando atado con una goma. Me repasé con la mano la cadera. Allí tenía un corte que ya había cicatrizado.

Me volví a fijar en mí. ¿Cómo podía ser? Charlotte, ¿porque escoges ese estúpido, pudiendo tenerme? No quería seguir comparándome al chico que estaba en la siguiente habitación, tal como hacía cada noche desde que llegué aquí. No tenía sentido hacerlo; aunque le bajase la puñetera luna, ella seguiría prefiriéndolo.

Me recosté y volví a releerme la carta desgastada que me daba más bien igual y me quedé dormido con un único pensamiento: "Jodida Jo". 

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