I.IX

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"Conozco el nombre de tu alma, pero no el de tu tacto".

Esa imponente frase era la que me venía a la mente cuándo pensaba en aquella noche. Había hablado con él, y ahora sabía como funcionaba, su personalidad, su conducta, su forma de actuar... era increíble conocer a alguien de esa manera. Aunque si debo admitirlo, lo haré; me hubiese gustado pasar esa prueba de forma limpia, según las normas, pero si realmente si realmente lo quería, quererlo de verdad, era mejor hacer lo que hice. Aquella noche, Caspar y yo dormimos piel con piel, y a la mañana siguiente, decidimos simular la prueba: mantas revueltas, y alguna prenda de ropa en el suelo.

Afortunadamente pasamos las pruebas, y aunque todo había vuelto a la normalidad, entre muchísimas comillas, había algo que me preocupaba más que todo el panorama del Círculo Negro, y sus insalubres rituales de iniciación.

Adelaida. Ella era la que me preocupaba. Hacía un par de días que no la veía. Pregunté a los profesores, ellos me dijeron que se había ido de vacaciones. Que una tía suya había venido a buscarla, y se la había llevado. Las chicas de la habitación sabían lo mismo que yo.

Me dijeron que me calmase. Que no era para tanto.

Pero sabiendo todo lo que había aquí metido, quedaba poco espacio para la imaginación.

***

Aquella tarde de noviembre, llovió. Miraba por la ventana, viendo como gota a gota, el ventanal de la habitación se cubría, y dejaba entrever unas vistas borrosas, y parecía que los árboles, a la distancia, se distorsionasen, creando así una mancha de tonos marrones y amarillos.

Estaba sola en la habitación, pasando el rato hasta que fuese la hora de la cena. Leyendo Moby Dick, por decimo sexta vez, hasta que me di cuenta de una cosa.

A contraluz, parecía que había unas letras más marcadas que otras. Al principio pensé que se debía a un error de imprenta. Pero a la que más me fijaba, más parecía ser boli. Al darme cuenta de esto, cogí fugazmente un papel y un boli.

- "Mira en el árbol"- aquellas dos palabras fueron las que formaban - ¿Qué querrá decir?

Aquel libro había pertenecido a mi abuelo, quién se lo dio a mi madre. ¿Querría eso decir, que al árbol al que se refería era el de Athens?

Salí de mi habitación, y me asomé por el balcón que daba al patio interior. Cómo ya había dicho antes, estaba lloviendo, y me costaba sacar la cabeza sin empaparme.

- ¿Qué haces ahí? - Edric, con las manos en los bolsillos, me miraba, esperando mi respuesta - Te vas a poner enferma.

-Lo sé, es que yo - intenté pensar rápido una excusa - Había oído algo. Seguramente será una ardilla.

-Puede - se asomó a mirar si había algo - ¿Por qué no bajas conmigo?

-Lo siento, estoy muy a gusto en mi habitación - quería apartarlo, sin tener que ser brusca, y levantar sospechas.

- ¿Por qué no te hago compañía?

-Pensaba que los chicos no podíais entrar a los cuartos de las chicas -. ¿A dónde quería llegar? Entonces lo vi, tenía un moratón en la barbilla. Parecía ocultado con maquillaje.

-Pues ven tu al mío -. Casi me suplicó. Pero yo no era un corderito en el matadero. Además, sé que a Caspar no le haría ninguna gracia.

-Eso no acabó bien la última vez - rechisté.

-Ya... - se empezó a rascar la nuca - Es solo que necesito hablar con alguien, y, por si no lo habías notado, no hay mucha gente digna de conversación en este lugar - miré alrededor. Era cierto. Justamente esa es la sensación que me daba este lugar. Parecía que, en cualquier momento, alguien saldría a clavarme un puñal por la espalda. Y no de forma metafórica - Además quería decirte algo.

-Está bien - acabé resignándome.

***

Entrar a su habitación era como no haber entrado nunca, todo estaba hecho un desastre. Los libros por el suelo, las cortinas decaídas, la cama deshecha.

- ¿Qué ha pasado aquí? - no sé porque, la sensación que tuve al ver aquella escena, era la de que mis huesos se helaron.

-De eso quería hablarte - intervino, cerrando la puerta. Dejando tras de sí toda la luz del día, para encerrarnos en un entorno lúgubre. Se acercaba muy lentamente a mí, como un depredador yendo a por su presa.

-Edric, ¿Qué haces? - cada vez estaba más y más cerca, acorralándome contra la pared - ¡Para! Me estás asustando. - su mano fue directamente a tapar mi boca. Extendió ante mis ojos, una carta arrugada escrita a mano.

-Es de mi madre - quedé perpleja. No entendía porque me lo decía a mi - Tenemos que salir de aquí.

Tragué saliva.

- ¿Por? - pregunté yo.

-No vamos a acabar bien en este lugar. Estamos atrapados - me soltó de su agarre y como un maníaco empezó a deambular por la habitación, en círculos.

- Ya - le agarré agresivamente de los hombros - Tranquilízate.

-Nos tenemos que ir. Tu y yo. Hoy - posó sus manos en mis brazos, aterrorizado.

-No - negué con la cabeza - No tengo a donde ir - no quería volver a casa. No de vuelta a ese lugar de sombras.

-Yo sí, te puedo llevar conmigo - sus ojos, empezaron a llenarse de lágrimas - Puedo... puedo llevarte al este - le abracé. Le agarré con fuerza de la espalda, y le acaricié el pelo. Comprendía la sensación de impotencia. De no poder cambiar la opinión de la contraparte - Podemos... hay una casa del... del lago, que puede... puede ser nuestra - decía entre sollozos. Alzó la cabeza, y lo hice. Le besé. Al separarme de él, me cogió de la cintura, y me besó con mucha más fuerza.

Pasó lo que nunca imaginé. Con cada beso, con cada roce, las chispas saltaban. Guiándonos a un infierno de sensaciones. Estaba mal, pero me gustaba.

Edric, paso a paso, me volvió a acorralar contra la pared. Esta vez yo no tenía miedo. Lo único que quería era que aquella tarde no parase.

Me cogió, elevándome, y yo entrelacé mis piernas alrededor de su cintura. El desorden era cada vez mayor.

Paró por un momento. Me miró muy atentamente, pellizcando mi barbilla con índice y pulgar.

-Te quiero - me dijo.

-Te quiero - respondí.

Volvimos a unirnos en un beso, despeinándonos, tirando más libros al suelo. Lo que antes había presenciado aquella habitación era un arrebato de ira. Lo que ahora estaba presenciando, era uno de pasión.

No sabría explicar porqué fui capaz de responderle "te quiero" con tanta seguridad. Cómo me salió tan natural, tan desde dentro. Mi única respuesta era que estaba malinterpretando la frase "Conozco el nombre de tu alma, pero no el de tu tacto". ¿Y si aquella frase no me recordase si no a un chico rubio cenizo?

***

Ambos en la cama, tapados por pieles, mirando hacia el infinito, pensativos. ¿En que pensábamos?

- ¿Lo harás? - me giré, preguntándome a que se refería - ¿Vendrás conmigo? - Y ahí estaba. Sin saber que responder. Otra vez.

-Es difícil, Edric.

-No lo es - las yemas de sus dedos acariciaban con ternura mis hombros desnudos - Sólo tienes que decir "si". Y si no, dime que espere, y lo haré.

-Entonces, te pido que me dejes pensarlo, ¿de acuerdo?

-Bien - procedió a darme un pequeño beso en la frente, y sonó la campana.

La cena estaba servida.

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