II.V

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Me levanté con dolor de cabeza. Había estado llorando toda la noche y me había hartado de comer. A mi lado se encontraba Katy, y me fijé que no era nada parecida a sus hermanos. Ninguno de ellos se parecía entre sí. Ni siquiera tenían rasgos que pudiesen vincularlos con Josephine o Ulrich. Pero algo que tenían todos en común era el atractivo que poseían. Yo me consideraba guapa, pero al parecer, cuando me ponía pensar en todos ellos, me sentía totalmente ridícula.

Me puse en pie despacio para no despertarla y luego volví a caer en la cuenta de que no me podía oír, hiciese el ruido que hiciese. Soy estúpida, me dije.

Para entonces pensé en que las invitaciones a la fiesta de bienvenida ya habrían llegado. Pensé en que si este iba a resultar un nuevo comienzo para la academia tendríamos que celebrarlo a lo grande, y en parte echaba de menos los bailes.

Bajé con los tápers a las cocinas, y comprobé que todo se había puesto en marcha; más, la nueva cocinera, se estaba encargando de hacer un pastel de varios pisos con motivos dorados, y fondant negro. Aunque aún iba en pijama, me deslicé por el mármol, sentándome en una elevación.

- ¡Caramba, Dorothy! Esto es un don – dije, y me extendió un bol con un líquido negro.

-Nena, deberías salir de aquí, si no, no será una sorpresa – cogí el bol y me llevé un dedo azucarado a la boca – Tu novio te está buscando, chiquilla.

Me dio un vuelco al corazón al oír esa palabra. Novio. Que extraña manera de definirlo. Los novios se suelen coger de las manos, pasar notitas cursis, o ir de excursión juntos. Nosotros no. Ni siquiera nos cogíamos de las manos. No paseábamos juntos. Hacer todas esas cosas parecían una bobada al lado de todo lo que realmente pasamos juntos. Dormir lado a lado, acostarnos. Luchar juntos, matar juntos. Desafiar a la muerte, juntos. Pero no eramos novios. ¿O sí?

- ¿Dónde está? – dejé el bol en la encimera, chupeteándome el dedo índice. Negó con la cabeza así que seguí mi camino. Subí las escaleras a toda prisa no sin antes cruzarme con Terrance, al cual saludé con ímpetu. Descalza, llegué hasta el despacho de Edric que estaba cerrado. Desde su interior se oían golpes y gritos. También susurros. Me enderecé para abrir la puerta justo después de picar. Al entrar, los dos hermanos se giraron hacia mí.

-He picado – intento aclarar, aclarar algo que es obvio – Esto... Dorothy me ha dicho que me estabas buscando.

-¿Quién? – dice Caspar.

-La cocinera – responde Edric - ¿Nos disculpas? – se dirige al moreno, y éste con paso firme pasa por mi lado y cierra la puerta, yo ni siquiera me inmuto. Estaba muy serio, y prefería no saber de que habían estado hablando.

-¿Y bien?

-Siéntate – me senté en uno de sus sillones de piel metiendo las manos bajo mis pantorrillas. Él me miró muy fijamente con las manos entrelazadas frente la cara. Me sentía como una niña enfadada en el despacho del director. Me sentía pequeña. ¿Porqué, si él antes me hacía sentir que me comía el mundo? – Necesito que canceles el baile. – Aún sonriendo, negué con la cabeza.

-No.

-No era una pregunta – se levantó. – Es una tontería y no quiero este tipo de cosas ahora mismo.

-No. – esta vez la que se levantó fui yo – Esto se trata de hacer que la gente tenga esperanza, Edric. No eres el centro del mundo, ¿sabes?

-¿Esperanza? – dejó la palabra flotando con pesadez en el aire – La esperanza no funciona para nada cuando tienes un filo de navaja contra el cuello. – Mientras decía eso, la piel se me erizó al ver que del escritorio cogía un abrecartas dorado, con las palabras cineri gloria sera est grabadas. Tragué con fuerza y a la que él avanzaba yo retrocedía.

-¿Qué estas haciendo? – intentar hacerse la valiente en aquel momento era igual de factible que tirarse por una ventana. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. La entonación que estaba utilizando me daba miedo, pero en cierto modo me producía una adrenalina inexplicable. Paso a paso que retrocedía me iba acercando más a la pared.

-He tenido mucho tiempo para pensar, Lottie. En aquella habitación blanca, comiendo comida asquerosa. Queriendo gritar cuando hablar me producía dolor. – su voz mostraba compasión, pero sus ojos no. Había en ellos un destello de dureza que no podía explicar. – Quería morirme – una risita escapó de sus labios – Es lo que él habría querido, ¿no? – el abrecartas me acariciaba la piel – ¿Notas el frío en el cuello? – sí – ¿Notas tu presión arterial elevándose? – desde luego. – ¿La presión? – lo dijo entre dientes, apretándolos. Apretando el filo contra el cuello. Quería tragar saliva una vez más, pero temía que eso haría que me cortase.

-Ya matamos al monstruo, Edric – murmuré, intentando no moverme. Sabía que él no me haría daño, pero en esos momentos estaba tan fuera de sí que no sabía que es lo que realmente sería capaz de hacer. Empezó a negar. El roce de nuestras narices provocaba que el ambiente fuese más denso. Lo tenía prácticamente encima, y su aliento rozaba casi tanto como el abrecartas.

-¿Qué pasa si no soy el héroe? ¿Qué pasa si soy el villano Lottie? ¿Y si esto no es el único legado que me ha dejado ese cabronazo? – señaló la habitación. Levanté la cabeza, estaba tan cerca que para mirarlo a la cara tenía que bizquear. Con la mano libre que le quedaba, la posó sobre mi cuello, cerrándola. Apartó el abrecartas y acercó sus labios a mi oreja. – ¿Y si el monstruo vive en mí? – Las respiraciones entrecortadas que él proyectaba sobre mi lóbulo me dejaban que pensar. ¿Está asustado o quiere que yo lo esté?

Durante un momento nos quedamos en esa posición, en silencio, pensando. ¿Qué piensas Edric? Habla conmigo. Se apartó de mi como si hubiese pegado un golpe seco. Se fue hacia el escritorio, con pasos lentos, y tiró el abrecartas sobre ella como si nada. Se apoyaba sobre sus puños cabizbajo. Desde la esquina en la que yo seguía, paralizada, podía comprobar como sus nudillos emblanquecían.

-Cancela la fiesta de bienvenida – no me atreví a decir nada – Porfavor déjame solo un momento, necesito pensar.

Me acerqué a él por la espalda, y alargué mi mano para acariciarle la espalda, para reconfortarle, pero en vez de eso, me contuve, y aceleré mi marcha hasta la puerta, la cuál encajé con delicadeza.

Bajé a las cocinas dónde Caspar estaba desayunando junto a Katy. La rubia me saludó enérgicamente, mientras que Caspar se limitó a hacer una mueca.

-Dorothy – ella salió canturreando de dónde estaba escondida, con una manga pastelera de la mano – cancelamos planes. 

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