XIX

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Veía como cojeaba, como su cuerpo intentaba mantener el equilibrio, veía como la persona que más amaba se alejaba de él, lo abandonada. Sentía el grito de su yo interior que le suplicaba ir tras ella, pero su pecado, su gran mancha lo impedía. Un nubarrón había tapado todo, la luna se había escondido detrás de este. Observó desde la oscuridad como ella, su persona más querida se iba en brazos de alguien desconocido para él. El sonido del llanto proveniente de la niña le rompía el alma, si es que tenía permitido tener una. Alzó la mano como si lograría alcanzarla tan solo con eso, deseaba desde lo más profundo tocarla, impedirle el paso que los aleje a ambos… “¿Por qué lo harías?” habló su mente, “¿No fuiste tú el que la alejó, el que la lastimó? No puedes proteger nada sin que lastimes, sin que tus palabras se apoderen de ti. ¿Alguna vez le fuiste sincero de verdad? No tienes derecho a nada en ella…” las lágrimas comenzaron a reflejarse en los bordes de sus ojos. Nunca se había sentido tan solo, tan inútil y desprotegido. Recordó, sin sutilidad alguna, cuando su madre murió, la sensación amarga y ácida que le causaba la soledad que siempre tuvo, había olvidado esa emoción que opacaba todo dentro de él, ese dolor que se formaba en su pecho y se expandía gracias a los nervios. Al ver como el carro se alejaba, sintió una punzada fuerte logró desestabilizar por completo su cuerpo. Intentó pararse del tejado, no quería perderla, quería seguirla, la necesitaba, no quería más soledad en su vida, más dolor. Hacía tiempo que no sentía eso.  Quería alcanzarla ya, sin embargo, su instinto se oponía completamente, después de todo, era un depredador. No tenía sentido seguir allí mirando la nada. El poder de la noche comenzaba a reinar en su pecho, el control de sí mismo se volvía a perder.

Volvió a su habitación, miró su cama y sus cuadros. Se sentó en el suelo y se escondió entre sus rodillas apretando su ropa con fuerza. Los sentimientos que tenía chocaban una y otra vez. Ya era tarde, su cuerpo no había reaccionado a tiempo, pero tampoco tenía el derecho de hacerla volver. A lo lejos, la luna volvió a asomarse entre la lluvia, dando un aspecto irreal y sin vida. La primera lágrima cayó y humedeció su camisa, tras ella cayó otra, volviéndose una lluvia de incontables lágrimas que fluían intentando aliviar de alguna manera la pena que llevaba dentro. ¿Era tan idiota que no logró decirle todo lo que sentía? No… esa no era la verdadera pregunta. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué la lastimó?. Buscó dentro suyo la explicación más correcta para sí mismo y la encontró en su propio pesar: por miedo a ser dejado y a lastimarse, lastimó y alejó a Narumi de su vida. Con su mano izquierda corrió su cabello hacia atrás. Levantó la mirada hasta la ventana y vio la luna resplandeciente detrás de la cortina de agua; se echó la culpa por todo, lo peor es que Narumi realmente no volvería, ella había soportado todo sus errores, pedía disculpas por cada equivocación que él cometía, ella intentaba avanzar y él… la hacía retroceder. Golpeó su frente contra la palma de su mano. Lo hizo con fuerza, pero aún así no lo sintió. Su corazón atravesaba una etapa muy similar a sus anteriores pérdidas: desde Edgar, ahora Yuma, pasando por su madre y Yui hasta llegar hasta este momento, donde no vería más a la única persona que le devolvió ese… amor. El amor que Narumi le brindó era muy distinto al de otras personas, era confortante y a pesar de todo ella se fue. Pero ¿por qué se repetía a sí mismo que ella se había ido?.

—Te amo —dijo escondiéndose aún más en sus rodillas—. Quiero desvanecerme junto a esta soledad.

Shu sabía bien lo celoso que podía llegar a ser, pero nunca… llegó a ese punto. Siempre se había abstenido a sobrepasarse. De momento, se acordó de Yui, una vez ella decidió quedarse al lado de Ayato cuando él más la necesitaba. El castigo que le había dado fue similar a este, pero no se sentía de la misma manera. Es como una caída de distintas alturas, una más alta que otra. No obstante, esta última caída fue libre y por la decisión de no madurar, terminó por romper su último reflejo de caer de pie, de haber leído el nombre y aceptar, todo hubiese sido mejor. “No pude evitar ser egoísta, pero también me dejé llevar por esta maldita sangre”. Entonces, en su pequeño rincón de sollozos se preguntó: ¿Qué hubiese pasado si él fuera humano?. Esa cuestión se la había planteado hace mucho tiempo. Ojala él pudiera vivir tranquilamente, ser normal como los demás y tener un fin en esa vida. Se dio cuenta que vivía por vivir y no porque tenía un objetivo. Por un momento pudo sentir esas ganas de vivir y disfrutar su alrededor, esas ganas de explorar el mundo con felicidad sin dañar a nadie.

Notas Doradas [Diabolik Lovers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora