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❝Edith Joshepine Barton❞

Ni bien traspasaron las puertas del aeropuerto hacia el exterior, los tres sintieron una insólita sensación de familiaridad.

Clint observó su alrededor, hacia la calle, a sus costados y hasta al cielo, que hace pocos minutos lo estaba volando. La ciudad parecía calmada, pero cargaba con su cierto movimiento digno de un jueves. Seguía su ritmo matutino, ajeno, imparable y sin embargo Columbus, Ohio, parecía que se hacía un espacio para esperarlo.

Sabía lo que tenía que hacer, sabía a dónde tenía que ir, mas vaciló.

—Deberíamos conseguir un taxi —sugirió, con el tono de voz de como quien está inseguro.

Kate y Natasha, al mismo tiempo, lo miraron. La arquera con un ademán un tanto confuso, la espía con un gesto analítico. Ambas asintieron.

Los tres comenzaron a caminar por la vereda, buscando alejarse del barullo de gente que abordaba al aeropuerto y de los que se iban.

—¿Tienes la dirección? —preguntó Kate.

—Sí, la tengo en mi celular.

El arquero procedió a sacar su celular del bolsillo y buscó la dirección en el chat que tenía con su hermano. Ahí recordó que le tenía que avisar cuando hubiera llegado. Le texteó rápido.

Clint:
Llegamos hace diez minutos, estamos por tomarnos un taxi.

Presionó la tecla de enviar y subió en el chat hasta encontrar lo que buscaba.

—Ahí viene uno —avisó Natasha y le hizo un gesto leve con la mano al conductor.

El taxi frenó justo en frente de ellos. La rusa abrió la puerta y fue la primera en ingresar al habitáculo, le siguió Clint, quedando al medio, y luego Kate. Al estar adentro los tres se acomodaron, Clint apoyó en su regazo la mochila donde llevaba las pocas pertenencias de él y de Natasha; la rusa, por su parte, mantuvo la bolsa con los regalos apoyado sobre sus pies. El arquero le indicó la dirección al conductor y enseguida éste se puso en marcha.

—¿Dónde es? —le preguntó Kate a Clint.

—En un clínica privada por el centro.

—¿A cuánto estamos?

—Media hora, más o menos.

—Genial —dijo, con sus labios curvándose.

Kate estaba claramente emocionada y lo estuvo desde el primer momento en el que Clint le mandó el mensaje. Su rostro lo expresaba como si lo tuviera dibujado. La noticia la había arrancado de la casa de su padre para dirigirse enseguida a la suya propia y así preparar un bolsito con lo justo y necesario. Tenía el tiempo jugándole en contra, pisándole los talones, y sin embargo la alegría se adueñó completamente de su humor. Humor que seguía manteniendo hasta ese momento.

Natasha permanecía expectante. No era que no mantenía a flote la misma emoción que Kate, sino que, a veces, sabía nivelarla para liberarla en los momentos exactos. La rusa era pragmática; manejaba las emociones o sentimientos como si fuera la energía de una batería, las ahorraba para tenerlas disponible cuando lo ameritaba. Otras veces, por lo contrario, esos mismos sentimientos que controlaba como correa a animal se volvían una bestia indomable. Contra esa corriente no se podía nadar y simplemente se ahogaba.

Ahora estaba vigilante y alerta, neutra. La noticia la había alegrado en un principio, pero desde que se tomaron el vuelo, Natasha corrió todo a un costado para dejar su atención anclada al arquero.

ROJO PÚRPURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora