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La gente cambia


  Ni bien Natasha despertó, se sintió un tanto descolocada.

  Esa no era su sábana, el colchón era más blando y las paredes no estaban pintadas del mismo color. Una milésima de segundo después lo recordó: anoche durmió en la habitación de Barton, sin él a su lado pero sí con su perro, que ahora que veía, ya no estaba en el lugar que se había echado.

  Decidió levantarse de la cama sin apuro. La luz de la mañana entraba de lleno por la ventana sin cortinas de la habitación y por la luminosidad sabía que ya no iba a poder volver a dormir, además de que estaba descansada, había tenido pocas horas de sueño pero la cama de Clint le brindaba una cierta comodidad que la suya propia no tenía. Con movimientos perezosos, primero se sentó para luego bajar una pierna y luego la otra hasta que sus pies tocaron el suelo. Estiró sus brazos alzándolos en alto y masajeó su nuca. Todavía llevaba puesto la ropa del arquero y seguía sintiendo cosquilleos leves del beso de buenas noches que el hombre le había dado.

  Cerró sus ojos. Tenía recuerdos demasiado vívidos de la noche anterior mas tenía la sensación de que no eran reales. Habían sido muy buenos para serlo. No sabía que había anhelado tanto a Clint y sus besos y caricias hasta que pasó, los sintió y experimentó.

  Se paró y dio los primeros pasos pensando en él. El hilo de sus pensamientos dio un giro inesperado, reflexionó en las inseguridades que había visto reflejado en su rostro y en sus acciones minutos antes de despedirse y en la incertidumbre que la había rodeado a ella a causa de eso. Incertidumbre que, aunque intentaba no hacerlo, seguía manteniendo ahora; le daba una ligera sensación de que Clint estaba arrepentido. Temía las decisiones que iba a tomar como consecuencia de la fiesta y todo lo que desencadenó, se le ocurrió varios escenarios en el que culpaba a la débil borrachera (otra vez) o que, dolorosamente para ella, actuara como si no hubiera pasado nada o más bien la había usado de mero entretenimiento. Otra posibilidad recaía en que la aceptación traía consigo una charla de tipo «deberíamos dejarlo como algo de solo una noche nada más» o «va a ser mejor que lo olvidemos», aunque todo raciocinio que la sumergió en ese debate interno era muy poco probable que se replicara en la realidad.

  La realidad, esa de la que sí estaba cien por ciento segura, era que había percibido miedos de su parte, y necesitaba saber si perduraban hasta el día de hoy o si solo estaba confundido. De lo que también estaba segura era de que anoche le había mostrado certezas que no daban lugar a dudas. Estaba perfectamente equilibrado, solo le faltaba conseguir un par de respuestas y tratar de, como le había dicho Hill hace bastante, no pensar tanto. El hombre había tenido sus conflictos internos como ella los había tenido en su momento, él sí necesitaba pensar, y supuso que esas horas durmiendo separados le había alcanzado para hacerlo.

  Estaría atenta a ver qué le pasaba a Clint y en como actuaba. Quería esclarecer dudas y si quería conseguir resultados tendría que ayudarlo, estaba muy dispuesta a hacerlo. 

  Se adentró al living, y fue ahí donde al respirar le llegó un olor exquisito a café. La verdad era que el café que hacía Clint no era la gran cosa, pero en ese momento, habiendo cargado una larga noche, habiéndose levanto hace apenas segundos y con sus pensamiento dando giros cual huracán, cualquier taza con café sería la gloria.

  Impulsada por el aroma, se dirigió a la cocina a paso tranquilo y liviano, pero a mitad de camino vio que la puerta de entrada al departamento estaba entreabierta y que Lucky estaba parado a escasos metros de ésta, con las orejas atentas como radares y con su cuerpo rígido y alerta. Permanecía en su lugar como si le hubieran ordenado que lo hiciera. Natasha se acercó a él. La atención del perro en ella cuando la vio llegar duró apenas segundos, su mirada se posó en ella y al otro segundo volvió a la puerta. Ni tuvo tiempo a que sus sospechas se generaran ni que sus intuiciones se despertaran que oyó un grito de una mujer que provenía del pasillo del edificio.

ROJO PÚRPURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora