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❝¿A qué le tienes miedo, Clint?❞

 
  Ni bien cerró la puerta del despacho de Fury al salir, Clint Barton ya visualizaba lo que anhelaba.

Esos escasos días que le han sido otorgados de descanso los utilizaría para hacer absolutamente nada. Sí, entrenaría, pero también se tiraría en el sofá junto a su perro para hacer alguna maratón de una serie y comería unas cuantas porciones de pizza. Su vida era un constante equilibrio desatinado de holgazanería y régimen físico obligatorio. Nunca se hizo problema por aquello, tampoco lo haría esta vez.

Se adentró al pasillo principal para dirigirse al ascensor. Primero, se quitaría el uniforme de SHIELD y luego iría a su departamento. Si todo marchaba en su curso normal, Kate estaría en su hogar cuidando a su perro, o al de ella, porque a esa altura Lucky le pertenecía tanto a uno como al otro. Presionó el botón del panel y al instante las puertas del ascensor se deslizaron al mismo tiempo que una voz robótica señalaba el piso donde se detuvo. Cuando levantó la mirada y puso un pie dentro, se encontró con Maria Hill, con la atención absorta en la pantalla de la tablet que sostenía en una mano. Con la otra, sus dedos se movían veloces, dando toques leves pero rápidos. Clint anunció en voz alta el piso al que se dirigía, y al hacerlo, la agente despegó apenas la mirada del aparato. Lo escrutó de soslayo, y otra vez, sus ojos se posaron en la pantalla. El arquero esperó a su destino apoyado en una de las paredes de cristal.

—Barton —dijo ella a modo de saludo.

—Hill.

Maria no dejó que se generara silencio. Para ella, cada segundo contaba, en cada segundo podían suceder miles de cosas.

—Es muy probable que dentro de unos días te mandemos a Europa con un equipo —comentó ella, como si estuvieran hablando del tema hace horas y no lo estuviera abordando recién ahora. Siempre pretendía que los demás le siguieran el ritmo, Barton y Coulson eran los únicos que la alcanzaban—. Solo te aviso, para que lo tengas en cuenta.

Y como ella no le estaba mirando, Clint se sintió en libertad para dejar que ese mohín se le escapara. No le gustaba trabajar con ese equipo. Nunca expresaba ese malestar implícitamente, tampoco le gustaba sentir que contradecía órdenes. Solo soltaba algún que otro comentario.

—Puedo solo.

—Necesitarás ayuda —le aseguró Maria.

—Con Romanoff me basta —dijo, dejando ese comentario al azar. Hace tiempo que quería trabajar con ella, y como si lo hicieran a propósito, no le asignaban ni a limpiar pasillos juntos.

Atenta, como si hubiera escuchado una alarma, el iris azulino de la agente se clavó al rostro de Barton. A pesar de que ya eran altas horas de la noche, Maria Hill estaba tan activa y lúcida como si recién se hubiese levantado. Bloqueó la pantalla de su tablet, dejando que su centro de atención se transportara hasta el hombre que tenía al lado.

—No vas a requerir espías —señaló ella.

—¿Cuándo no se necesitan espías?

—Hablando de espías, ¿cómo va todo? —le preguntó, dejando que la pregunta del arquero se perdiera por el aire. Optó una postura más amigable, dejando de lado ese rictus firme e impávido que adoptaba cuando trabaja allí.

Clint Barton formaba parte de la exclusiva y mínima lista de personas a las cuales se dejaba ver así en la agencia. Eran años de compañerismo; nunca llegaron a llamarse amigos o hacer lo que ellos hacían, pero los dos se consideraban uno.

—Bien —contestó él, encogiéndose de hombros.

—Me refiero a Natasha, ¿cómo va todo con ella?

ROJO PÚRPURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora