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Podría ir mucho peor

Dos horas antes de la fiesta, un personal del hotel les tocó la puerta de la habitación para entregarles el trago que habían pedido. Kate, con una sonrisa amable y dándole las gracias, los recibió. Era un trago frutal, dulce, rosado, con mucho hielo y sin alcohol. El detalle del «sin alcohol» era porque la arquera quería comenzar a beber cuando la verdadera fiesta comenzara, y no antes. Natasha secundó la idea.

Le entregó un vaso a la espía y el suyo se lo tomó mientras ordenaba sus cosas. Maquillaje, zapatos, vestido, cremas, accesorios, auriculares y cargador del celular, todo estaba encima de la cama. Natasha estaba sentada frente al tocador, mirándose al espejo. Todavía no tenía muy en claro qué hacerse en el pelo ni cómo maquillarse.

Y como si Kate supiera lo que estaba pasando por su cabeza, preguntó:

—¿Ya sabes cómo te vas a maquillar?

Natasha hizo un pequeño mohín y sacudió su cabeza en señal de negación. La observó a Kate. Las dos ya se habían bañado, la arquera todavía tenía el cabello envuelto con la toalla. Aún había tiempo.

—Nop. ¿Tú?

—Creo que sí. ¿Y el cabello?

La rusa se volvió a mirar en el espejo. Meditó durante unos segundos.

—Creo que me lo voy a dejar suelto.

—Sí, te va a quedar mejor con el vestido.

Bishop se dio media vuelta y continuó acomodando su maquillaje, preparando lo que iba a usar. Natasha tenía consigo su porta cosméticos completo, pero debía admitir que no era tan variado ni jugado como le gustaría que fuera en este momento. Eran colores y tonos naturales y tranquilos que siempre usaba, y le gustaría, por lo menos solo por hoy, verse un poco diferente. Quizá en el porta cosmético de Kate había alguna otra propuesta para ella, pensó. Quizá hasta tiene ganas de maquillarla.

Se volteó hacia ella.

—Oye, Kate. ¿Te gustaría maquillarme?

La arquera, ni bien escuchó a Natasha, se dio media vuelta, y con varios pinceles en la mano, sonrió emocionada.

—¡Creí que nunca ibas a pedírmelo!

┅┅┅

Clint Barton se sentía ridículo. E incómodo. Pero especialmente ridículo.

El arquero estaba parado junto a la entrada de la sala donde se iba a dar lugar a la ceremonia y podía jurar que ese maldito smoking lo estaba ahogando. O eran los nervios. Pero prefirió culpar al smoking.

Revisó el celular, intentó distraerse revisando su Instagram, Natasha y Kate habían posteado una foto cada una a las cuales le puso «like»; esperó por alguna de las dos pero nada parecía calmarlo. Hasta incluso saludó a algunos familiares y amigos de la novia que él ni siquiera conocía pero ellos aparentemente sí porque lo encontraron «muy parecido» a su hermano. Se acercaba la hora y seguía ahí, parado, solo. Ninguna de sus amigas llegaba.

Se tironeó el cuello de la camisa blanca y respiró profundo. Ese moño patético lo estaba ahogando y partes del saco le quedaban tan justos a su cuerpo que le reducía casi un cincuenta por ciento sus movimientos. Se sentía apretado e inmóvil. Extrañaba más que nunca su ropa holgada y que lo hacían ver como era él siempre. Ahora parecía un muñeco. Ridículo. De nuevo, ridículo.

Si se ponía a pensarlo, era cuestión de sobrevivir esas horas y cuando terminara, podría ser libre y sacarse toda esa mierda. Sí, eso haría.

ROJO PÚRPURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora