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El camino de regreso a casa es siempre el más difícil


 A Clint Barton le dejó de funcionar el corazón por una milésima de segundo. Su mente se puso en blanco.

—Mierda —masculló, y selló sus labios ni bien se dio cuenta que lo había pronunciado fuera de sus pensamientos.

Sí, mierda, mierda y más mierda. Podía jurar que lo que sentía ahora era más demoledor e intenso que la resaca. Hasta hubiera preferido soportar una resaca doble a estar metido en esa situación de la cual ya no tenía salida.

Todavía estaba ahí, paralizado, acostado al lado de ella sin moverse por miedo a despertarla. No quería lidiar con ella tan pronto cuando su cabeza todavía le daba vueltas y estaba digiriendo apenas lo que había hecho. La observó con preocupación en sus ojos, y no sabía bien del todo por qué se sentía así. La espía dormía profundamente con sus labios apenas separados, respiraba pesado. Estaba tan tranquila a diferencia del arquero, que parecía metida en un universo paralelo al de él.

Clint no se lo podía creer. Quería darse un golpe en la cara por haber sido tan estúpido. Bueno, no solo un golpe. Miles.

«Esto no tendría que haber pasado ¿En qué estaba pensando?»

Natasha, aún dormida, se dio media vuelta hasta quedar boca abajo. La sabana se corrió y dejó expuesta toda su espalda. Clint se pasó la mano por la cara con fuerza. Se odiaba.

Despacio se levantó de la cama, procurando no hacer ningún movimiento brusco que la despertara. Buscó en el suelo sus boxers, que estaban tirados cerca de su pantalón pero lo que primero encontró fue la ropa interior de la pelirroja. Negra, de encaje. Bellísimo, pero no recordaba nada de eso, ni mucho menos a ella solo llevando puesto eso. Lo volvió a dejar en el piso y cuando encontró su boxer se lo puso rápido. Antes de dirigirse al baño, la volvió a contemplar. La cama estaba hecha un desastre, con las sabanas corridas y arrugadas, Natasha descansaba toda despatarrada. Clint también se sentía un desastre.

«La cagaste, Barton. La cagaste en serio.»

El reflejo que le brindaba el espejo del baño no ayudaba para nada, no era nada alentador. Clint estaba un poquito pálido, ojeroso y con la mirada cansada. Cada facción de su rostro indicaba que cargaba con una noche pesada, larga y llena de alcohol. También de malas elecciones y arrepentimiento, algo típico que el arquero conocía muy bien, pero que esta vez le afectaba de diferente forma, porque tenía que ver directamente con su mejor amiga. Con Natasha, su Tasha. La mujer que se había prometido que iba a ser intocable, porque con cada mujer que se acostaba, la situación se tornaba embrollada e incómoda. No quería eso con Natasha. Dios, no quería nada de eso. No lo iba a poder tolerar.

Se frotó la cara y se pasó la mano por la nuca. Estaba contracturado y muy tenso. Le llamó la atención una marca que divisó en su cuello. Al aproximarse al espejo para verse mejor, se dio cuenta que era un hematoma, pero no de golpes, sino de esos que se hacen cuando te succionan la piel. Ese tenía dueña, nombre y apellido, pero no recuerdos, porque no se acordaba para nada que la pelirroja le haya hecho eso. Y (no lo quería admitir) le hubiera encantado poder recordarlo.

Soltó el aire que parecía estar reteniendo hace una eternidad. Buscaría una aspirina ni bien saldría de darse una ducha, el dolor de cabeza le estaba matando. Se dio media vuelta para dirigirse a la bañera pero de soslayo advirtió unas marcas en su espalda. Enseguida intentó mirárselas por el espejo, medio contorsionándose. Eran finas y sutiles líneas rosadas a lo largo de su espalda. Rasguños de Natasha.

¿Por qué tampoco se acordaba de eso?

┅┅┅

A pesar de los rayos del sol del mediodía que iluminaba la habitación, cuando Clint salió del baño Natasha seguía dormida. Y dejó que siguiera durmiendo en paz. El arquero se paseó por el cuarto, cuidando de ser silencioso, con tan solo una toalla blanca envuelta a su cintura hasta que sacó de su bolso una muda de ropa cómoda y limpia. Unos jeans negros, remera blanca y sus Converse violetas. Se vistió, se acomodó el pelo y salió en busca de la que podría ser su único soporte y estabilidad en esta situación: Kate Bishop.

ROJO PÚRPURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora