XIV. La Enfermedad del Amor ㊙

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     XIV – La Enfermedad del Amor

Neji se despertó por unos sollozos ahogados que oía desde el fondo de la habitación; era Hinata, estaba llorando. Tenía la espalda pegada a la pared estampada de flores azules y la cabeza semi oculta entre las rodillas. Abrazándose las piernas, mientras usaba una mano temblorosa para limpiar sus propias lágrimas. A pesar del escalofrío que le subió a Neji por el cuello, él se quitó las espesas sábanas grises y se acercó a ella.

     Los ojos de Hinata se llenaron de pánico y, sin decir palabra, se arrastró a un rincón del dormitorio. Igual que un pequeño ratón cuando se sabe presa del gato.

—Hinata-sama, sé que es usted, por favor no se esconda —dijo Neji pasando por alto el compulsivo estremecimiento proveniente del cuerpo de la chica. Arrodillándose frente a ella, en la esquina de la recámara—. La escucho ¿Dirá algo horrible, pero cierto, de mí? ¿O intentará besarme cuando baje la guardia?

     Ella negó efusivamente y se aplastó más contra la pared, aterrorizada.

—¿A qué debo tanta misericordia si se puede saber? —preguntó Neji, sin entender por qué ella ni si quiera era capaz de sostenerle la mirada. No se parecía en firmeza a las otras dos Hinatas con las que trató. De hecho, por tanto nerviosismo se le asemejaba bastante a la original.

—No diré nada que no quieras oír, no te molestaré... yo... no pretendía despertarte. —La voz rota y las mejillas encendidas. Los ojos cristalizados y la nariz enrojecida—. Lo lamento, lo lamento, lo lamento. No volverá a ocurrir.

     El joven Hyūga no estaba entendiendo nada, pero se compadeció de esa sombra de Hinata.

—No importa, tampoco tenía demasiado sueño, ¿por qué llora?

—Porque tengo mucho miedo.

—No pasa nada. Se puede quedar a dormir conmigo si le parece bien —ofreció—. Yo estoy aquí para protegerla. ¿De qué tiene miedo?

     Neji cometió el grandísimo error de acercar una de sus manos al rostro de la chica, con intenciones de limpiarle las lágrimas. Hinata lo rechazó con una palmada y se encogió más todavía.

—De ti.

(...)

     Cuando entró a su cuarto, Tenten estaba desastrosamente hundida entre un mar de almohadas, almohadones, cojines, y cojincitos (de diferentes tonos rosas) que había transportado en sus pergaminos. Abrazaba un peluche con forma de panda y tenía los cabellos sueltos sobre la nuca y las mejillas. El aire del lugar olía a esencia de frambuesas. Neji sabía que estaba muy mal haberse metido allí. Pero no le tenía confianza a Kurenai. Kiba y él se odiaban. Y en su propia habitación había dejado a cierta chica llorando. Así que solo le quedaba la kunoichi, a quien seguramente no le haría gracia aquella visita.

     No se equivocó.

—Neji, maldición, son las cuatro de la mañana, ¿qué quieres? —le increpó Tenten, apuntándole entre los ojos con el panda de peluche, a falta de armas pertinentes—. Casi me matas del susto. Hey, quieto, no creas que porque está oscuro no te puedo acertar.

—¿Puedo dormir contigo?

—NO. LARGO.

—Me quedaré aquí, cerca de la puerta.

—¿Qué? ¡No! Oye, no pongas tu futón... ¡Neji! —¿Cómo le explicaba, sin insultarlo, que por mucha confianza que le tuviera, no le parecía divertido dormir en el mismo cuarto con un usuario del Byakugan? En especial si era un chico—. No eres bienvenido en mis dominios.

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