2. La vacante

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¿Qué puedo decir acerca del administrador del edificio? No era muy joven pero su apariencia tenía cierta juventud que le viene bien a un hombre de treinta años. En realidad, creo que nunca pasó esa etapa de madurez que todo adulto debe de pasar. Su complexión era rechoncha como la de un oso de peluche. A pesar de sus treinta años, tenía ligeras señales de que iba a ser un hombre calvo.

Vivía enamorado de Dua durante nuestros meses de estadía. No era un amor enfermizo, solo eran suspiros tras suspiros cuando veía su venir.

—Buenos días, Carlos.

¡Eso sí! Jamás aceptada un "Señor".

—Buenos días, Eileen. ¿Cómo amaneciste hoy?

—Ya sabes. Todas las mañanas a lado del par de hermanos son una dicha.

Sonrió. Detrás del cuartucho en el que trabajaba, bajó la cabeza junto a su mano y me entregó la correspondencia. Entre ella, había una suscripción a una revista llamada: "Maravillosa vida de fortaleza. Músculos, rendimiento y más".

—¿Ahora Adrien optará por el ejercicio y los esteroides? —pregunté en un soliloquio.

—¿Esteroides? ¡Puff! Es mejor estar rechoncho a ser un chico falso —opinó Carlos, creyendo que mi pregunta iba dirigida a él.

—Aún no entiendo cómo Dua no deja a su novio por ti. —Mi comentario lo sonrojó.

Yo no era el tipo de chica que le gustara a Carlos. Según él, mi inteligencia llegaba a intimidarlo, y aunque Dua también lo fuera, venía de una familia creyente de una teoría algo ignorante: "Las rubias son tontas".

—¿A dónde irás hoy? —preguntó mientras señalaba mi bolso.

—Amelia quiere verme para algo importante.

Su expresión de horror me hizo reír.

—Te deseo suerte.

La puerta del edificio se abrió y de esta entró, primeramente, un brillo resplandeciente, digno de una sola persona: Adler Dicson.

Caminaba con seguridad, sus zapatos deportivos relucian como sus dientes y el aura de superioridad que emanaba, no era digno de su personalidad.

¿Ahora de qué hablaremos? —pensé— ¿De cómo no pudiste encontrar esos Converse en el color que querías? ¡Oh! Tal vez en cómo quitaste la mancha de café en tu costosa chamarra...

—Hola.

—Hola —correspondí al saludo amablemente.

Adler tenía un fanatismo, vivía en una nube de ilusión en el que, desde adolescentes, soñó en casarse conmigo. Una boda grande en la playa. No se rendía a pesar de mis tantas negativas. Adrien lo odiaba, su insistencia, las llamadas y las repentinas visitas, lo agobiaban. ¿A quién no? Casi todos los días el apellido Dicson aparecía en nuestras mentes, acosando y formando una desdicha.

—Buenos días, Carlos.

—¿Una vez más aquí? La señorita Larsson va de salida.

Incluso Carlos, se sentía agobiado por su presencia. No había que aclarar mis drásticas decisiones, como el cambiar mi número un par de veces para evitar sus llamadas.

—¡Oh! Puedo acompañarte. ¿O irás con Adrien?

—¡Sí, exacto! Estoy esperando a Adrien. Ya sabes lo que tarda en peinar su cabello...

—Sí, lo sé —respondió entre risas—. Bueno. ¿Podemos salir a cenar esta noche?

—Irá con Dua a cenar —Carlos se adelantó a responder.

Un amor entre letras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora