#5: "Descontrol"

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-No me parece que una fiesta vaya a solucionar nuestros problemas. Es decir, no tengo más opción que seguir sus órdenes, pero tienen que admitir que es descabellada.

-La senadora es descabellada, no sería inapropiado caracterizar sus decisiones de esa manera. No sé por qué siempre te sorprendes con sus acciones. ¿Qué te resulta extraño de ella? Llevas tres años pasando por lo mismo.

-Tienes razón. Cuando me solicitaron para ser la escolta de una Senadora, me di cuenta que las cosas no serían fáciles para nadie. ¿A quiénes se supone que debemos invitar? –el jefe de seguridad sonrió.

Si la Senadora pretendía distraer a su intrépido invitado, entonces debían traer a los mejores para ello. Corrió suavemente a la escolta a un costado y tomó el mando del tablero, con suerte su idea surtiría efecto, pero tenían asegurado la distracción, problemas y una posible cantidad de puños y fuego, si sus dedos torpes no cometían algún error en el proceso.

-Por eso no me quejo de trabajar aquí, ¿sabes?

-Tienes que estar demente –comentó ella mirando estupefacta los nombres en la lista de invitados.

-Creí que esto era un plan demente –comentó preparando la sutil invitación -. Y enviar, tendremos a lo mucho que tener preparado una zona de aislamiento y salidas de emergencias extras. En especial, si la Senadora Anna toma ese momento para escapar de lo que sea que pretende ser Temiri Blagg.

-Sí, tienes razón. Le comunicaré esto a la Senadora, bien hecho.

-No tienes que agradecerme, pero si quieres puedes recompensarlo con una cita.

-No –dijo girándose para caminar rumbo a la salida -, ni en un millón de años luz –murmuró por lo bajo.

-¡Tú te lo pierdes!

*·*·*

Sus dedos cosquilleaban cada vez que reconocían el frío metal de su sable de luz láser. Estaban familiarizados con él, lo entendían, se entendía. Eran uno solo, uno solo con la Fuerza. A veces se admiraba de las reacciones de todo su cuerpo, hasta el último nervio de su interior hasta las dimensiones completamente desconocidas de su interior. Todo su ser comprendía perfectamente su camino, mientras que su inseguridad era un obstáculo de lo que podría ser algo impresionante.

Nunca había confiado en la Fuerza, como la Fuerza confiaba en ella. ¿Tenía algún sentido aquello? Intentó relajarse, de estirar las manos que se habían convertido en dos puños apretados en contra de su voluntad. Bufó, decidiendo dejar de mirar aquellas rosas blancas y buscar la mejor manera de atrapar o matar a Temiri Blagg. Sin embargo, su huida de sus pesares e inesperadas responsabilidades, se vieron diseminadas por el protagonista principal de aquel cuento de terror.

-Estoy listo para hablar de negocios, Senadora Anna.

-Lo escucho.

-Vengo en representación de alguien que está interesado en sus asuntos gubernamentales. Cree que tiene el potencial justo para hacer algo que podría cambiar la Galaxia entera. Se podría decir que las recompensas de un trabajo bien hecho, son de hecho cuantiosas de su lado. ¿Cree que puede formar parte de algo como esto?

-¿Y usted qué piensa?

-Siento que estando en cualquiera de las dos mitades, usted es un elemento imprescindible. Por eso, es de vital importancia que la majestuosidad de su presencia inunde nuestros caminos –Hanna, por cada palabra que formulaba el Caballero de Ren, se acercaba cada vez más. De hecho, Temiri ya no sabía a ciencia cierta lo que decía. ¿Majestuosidad? ¿Inundar sus caminos? ¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Dónde estaba lo despiadado, lo frío de ser un Caballero de Ren? -. ¿No puede simplemente alejarse?

-¿Lo pongo nervioso, Senador Blagg?

-Estamos hablando de negocios.

-Sí, y lo escucho perfectamente bien –gesticuló.

Podía percibir su aroma, Un aroma dulce, jugoso, como aquellas peras que tanto odiaba y que sin embargo, en ella, el efecto repulsivo pasaba a ser más bien atractivo. ¿Qué era esa revolución en su estómago? ¿Indigestión? ¿Ganas de vomitar?

-Basta.

-¿Sabes? Esta es la razón por la que no puedo recibir hombres en mi hogar, me dijeron una vez que existe al menos una buena posibilidad de que mis hormonas tomen control de mi razón y la metan en un armario bajo mil llaves. Siempre pensé que exageraban, ¿quién podría tomar control de algo como la razón? Hasta ahora no entendía de qué se trataba –sus manos tomaron el rostro de Blagg y lo obligaron a mirarla -, y en realidad no me interesa descubrirlo –susurró antes de besarlo.

Él no supo qué hacer exactamente. ¡Por supuesto que sabía besar!, parte de ser un Caballero de Ren es que se los envían a los sitios más recónditos de la galaxia; por un poco de información, besar apenas es una de las cosas que se entregan en esa oscura vida. Pero la Senadora no era una caza recompensa, una prostituta o una empresaria del Mercado Negro. Era más bien como un terrón de azúcar, de esos que se deshacen en la boca y que, lo único que provocaban, es una inminente adicción.

El problema era que las adicciones no traían justamente cosas buenas. Y la Senadora era más bien el fruto prohibido.

La atrajo aún más hacia él y selló ese beso con más ferocidad. Lo inevitable ya había sucedido, lo que viniera después sería parte de un pequeño descontrol al que le encontraría alguna improvisada solución. Mientras tanto, se rehusaba alejarla de su lado y es que, por mucho que lo hubiera querido negar, había esperado que algo como aquello sucediera tarde o temprano.

Hanna Solo [Pt. II] - [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora