XXIV

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Jung Wooyoung

¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar a alguien?

Mi vuelta a casa fue como el regreso de un pajarito a su nido tras desviarse por el camino. No había pasado por la puerta de entrada y mi madre ya estaba ahí para recibirme con mil besos en todas partes de mi pobre cara. Mi padre ni se me acercó, pero ya estaba acostumbrado a eso, así que su disculpa fue suficiente.
Tras superar la barrera de abrazos y estrujamientos, mi madre decidió que era hora de empacharme a comida, pero rechacé todo lo ofrecido sin dudar. A pesar de tener el estómago vacío, tenía cero apetito y eso no me había pasado nunca.
Cuando logré esquivar las preguntas y alegar que eran ellos mismos los que me habían echado de casa, me dejaron en paz en mi vieja habitación.

Cerré la puerta y todo se vio demasiado silencioso. Demasiado pequeño para mí. Ver aquello se sintió como si después de independizarme y ser un adulto con la vida hecha, hubiera vuelto a mi casa de la infancia.
Dejé la clásica maleta negra sobre el suelo. Ya no tenía ni los ánimos suficientes como para seguir intentando ocultar el hecho de que algún día me gané la vida pegando puñetazos. Me daba igual todo y sólo pude suspirar al respecto.
No sabía qué había hecho San conmigo para dejarme mentalmente destruido. En realidad, nunca esperé que se tomara en serio lo que teníamos, y una parte de mí sabía que algo así iba a pasar y que no se iba a conformar conmigo. Aun así, aquello solo fue la gota que colmó el vaso, pues los principales motivos de mi enfado fueron otros. Unos motivos más silenciosos, como cada vez que le confesaba que le estaba comenzando a querer demasiado sin obtener respuesta, o cómo se paseaba por el Ring cada fin de semana habiéndome prácticamente prohibido volver a pisar ese suelo.

Mis ojos llenos de amor y los suyos llenos de lujuria. Intereses distintos, supongo.

Viendo que me iba a ahogar metido en esas cuatro paredes, abrí una rendija de la puerta por la que asomé mi cabeza cuando oí los pasos de mi madre.

-Oye... -comencé a decir, llamando su atención- ¿Cómo está la abuela?

-Oh, cierto, hablé con ella y le conté que volvías. Vendrá a verte.

Asentí despacio, quería hablar con alguien sobre lo que me había pasado y todo lo que me corroía por dentro, pero no tuve la osadía de abrir la boca y dejarlo salir. Acabé cerrando la puerta de nuevo.
Pegué la espalda a la madera, respirando hondo. Empecé a sentir ansiedad cuando di un vistazo de nuevo a la estancia y me percaté de que faltaba algo y sabía que no era algo, sino alguien. Parecía ser que me había enamorado de tal cabrón sin siquiera darme cuenta. Ahora yo estaba aquí y él estaba allí. Lo había dejado atrás y el último paso que me quedaba por completar era superarlo.

***

Perdí el apetito de tal manera que mis padres se preocuparon e incluso trataron de sonsacarme algo de información. Lo típico, que qué me había pasado en este tiempo, que dónde había estado, que si me habían hecho algo. Terminé ignorándoles para pasar las horas sentado en mi cama mirando al techo.

Al día siguiente, bien entrada la tarde, mi abuela vino a visitarme como prometió. Yo no había salido de mi casa por falta de ganas y ni siquiera había encendido el móvil, por lo que ver el rostro de una persona tan querida para mí como lo era mi abuela hizo que saltase a abrazarla.

-Sí, sí, yo también estoy feliz de verte pero suéltame hijo, que me vas a ahogar.

Me separé esbozando la primera sonrisa desde que volví al barrio.

-Ay, madre... -suspiró ella- si es que tus padres no ganan para disgustos.

-Culpa suya -me defendí, sentándome junto a ella al borde de mi cama.

-No te quito razón -coincidió- ¿Cómo has estado, Wooyoung?

-Bien... -comencé a decir casi mecánicamente, luego me di cuenta de que era mi abuela y a ella no podía mentirle- no, mentira. Mal.

Soltó una pequeña risa y me acarició la cabeza con cariño.

-Lo sé. Eres demasiado transparente. Igual que sé que tú has conocido a alguien, ¿verdad? Si no lo hubieras hecho estoy segura de que habrías vuelto mucho antes.

Le miré alarmado y ella rio.

-Nuestro pequeño Wooyoung ha tenido su primer amorío, ¿cierto? Pero vienes tan desanimado que no sé qué pensar.

No dije nada. Me limité a bajar la mirada al suelo y a escuchar lo que tenía que decir.

-Yo también me escapé de casa por amor -confesó. Me sorprendió- Y días después regresé avergonzada porque el chico tan maravilloso del que yo me había enamorado había resultado ser un completo mentiroso, ¿sabes? Tienes suerte de que no sean los tiempos de antes; menuda somanta de palos me esperó aquel día cuando llegué a casa.

-Bueno, nuestras historias no coinciden tanto. No me escapé de casa por él, le conocí después -hablé, siendo la primera vez que le contaba a alguien sobre San.

-¿Él? -preguntó sorprendida.

Le dediqué una mirada cómplice.

-Oh. Bueno, eso no cambia nada. El caso es que yo he venido aquí para decirte algo... -dijo, rebuscando en el bolso de charol que llevaba colgado del hombro. Sus uñas postizas sonaban al tocar el material- ¿recuerdas la casita de campo, cerca de la costa, a la que solíamos ir a veranear? Te encantaba cuando eras pequeño.

Asentí confuso.

-Pero ¿la pusiste en venta, no?

-Eso dije -afirmó, encontrando al fin lo que buscaba y dejando entre sus manos un sobre amarillento- sin embargo, no fui capaz. Tu abuelo amaba esa casa y no pude deshacerme de ella a pesar de la presión de tu padre.

Alcé las cejas con sorpresa. Todo este tiempo había asumido que no habíamos vuelto porque la casa estaba en manos de otras personas. Miré el rostro de mi abuela, se notaba que el tiempo había pasado por su piel, pero esa mujer siempre fue inteligente, fuerte y presumida. Sus tacones resonaban con fuerza aún en cualquier lugar y sabía que sus palabras sabias nunca debían tomarse en vano, por lo que escuché intrigado.

-Toma -alargó su mano tendiéndome el sobre, yo dudé unos segundos, pero lo cogí con tremenda curiosidad.

Rasgué el principio bajo su atenta mirada y saqué lo que se hallaba en su interior. Se trataba de un par de papeles rectangulares en los que había plasmados una fecha concreta con hora incluida, y una salida y un destino.

-Abuela -dije, paralizado- ¿estás de coñ...? ¿Es en serio?

-Ve con él -respondió, yo me dispuse a replicar pero me cortó- Wooyoung, tienes diecinueve años, no puedes seguir en casa de tus padres por siempre. Te lo digo con cariño, pero no te engañes; siempre has aborrecido estudiar y no quieres hacerlo. Vete lejos con tu chico, busca un trabajo... quizá eres infeliz porque esta no es la vida a la que perteneces.

Con sus palabras se me llenaron los ojos de lágrimas pero me contuve.

-No, no lo entiendes... -sollocé, conteniendo mis emociones- gracias, pero no me voy a ninguna parte. Hubo alguien, sí, pero todo lo relacionado con esa persona se acabó. Buscaré la manera de salir adelante por mi cuenta.

Su mano apretó mi brazo, brindándome apoyo.

-Eres muy fuerte, Wooyoung -fueron sus últimas palabras.

Después de intercambiar unas cuantas frases más en las que me deseó lo mejor y que tomara las decisiones correctas, ella se fue y yo volví a quedarme solo.
La despedí en la puerta de entrada y cuando regresé a mi habitación me encontré algo que me hizo sonreír con pesar. Había dejado los billetes de tren sobre la colcha de mi cama.

Los tuve entre mis manos, y por un momento sopesé una ínfima posibilidad que desapareció rápidamente de mi cabeza. Sin querer observarlos más por la tentación que emanaban, les tiré a la papelera sin más.
Aunque no estuviese cerca de ello, algún día lograría superarlo. Haberle conocido podía ser considerado un milagro pero también una catástrofe.
Dicen que nunca te acuestas sin aprender algo nuevo, y era cierto. Hoy aprendí que los milagros podían doler.

UNTITLED - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora