XVII

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-¿Hace cuánto que no vas al instituto?

La pregunta me pilló desprevenido y no supe qué contestar. ¿Algo así como un mes? Debía de tener faltas de semanas y semanas sin justificar. No me sentía motivado para lidiar con estudiantes menores, ni para soportar profesores asqueados con su propio trabajo. Y mucho menos de seguir viendo suspensos en las hojas de los exámenes.

-No lo sé -murmuré.

Nunca había sido bueno estudiando, no parecía tener remedio alguno y me agobiaba sólo de pensarlo. El viento fresco acariciaba mis brazos desnudos aquella mañana en la terraza. Probablemente ahora mismo debería de estar dando... ¿Filosofía?
San chasqueó la lengua, disgustado, mientras soltaba el humo.

-Pero si sigues faltando automáticamente te suspenderán el curso. Tienes que ir -dijo, con voz de padre preocupado por su hijo.

-¿Tú sabes lo que es ir a una clase con niños de dieciséis años que me miran como si les fuera a comer?

-Ah, cierto, repetiste varias veces, ¿no?

-Llevo tantos años en ese instituto que creo que ya formo parte del mobiliario.

San soltó una risa graciosa y yo le miré, más que nada porque no me gustaba perderme los hoyuelos que se le formaban en el acto. Sonreí por ello. Era guapo el cabrón.

-No, pero en serio, Wooyoung. No puedes ser tan irresponsable, mañana ve a clase.

-Sí, papá.

-Yo te puedo ayudar a estudiar si quieres.

No pude evitar reírme.

-¿De qué te ríes? -repuso indignado.

-De que dudo que avance algo si me ayudas tú -dije aún entre risas.

-Oye, que yo era el mejor de mi clase en algunas asignaturas.

-Ah, ¿sí? ¿En cuáles? -dije con sarcasmo, alzando una ceja.

-En Educación Física -respondió, orgulloso.

Me carcajeé con ganas y volví a meterme dentro de la habitación, oyendo sus quejas desde la terraza.

-¡Oye, que las Matemáticas no se me daban nada mal!

-Lástima, soy de Letras -dije, mientras avanzaba por la habitación para bajar abajo.

Segundos después oí sus pisadas detrás de mí, descendiendo por las escaleras.

-Letras es de tontos -argumentó, como un niño triunfante que ha ganado una discusión.

Le eché una mirada ladeando la cabeza y puse los ojos en blanco.

-Cómo vas a saber tú eso si tendrás el graduado de Primaria -contraataqué sin borrar la sonrisa.

Me siguió por el pasillo hasta la cocina, continuando nuestra graciosa plática y su berrinche.

-Vale, "letrasado".

-De verdad que algún día tendrás en tus manos el premio al chiste del año.

San rio por lo bajo, y yo comencé a servir agua en un vaso. Moría de sed.
Sentí su cuerpo acercándose por detrás, ambos admirando el líquido caer en el recipiente como si nos hubiésemos quedado inmersos.

-De verdad que de algo me acuerdo, y si necesitas ayuda puedo intentarlo -dijo- Química es más fácil de lo que parece.

Sentía su voz en mi oído. Dejé el vaso aparte.

-Te he dicho que soy de Letras -dije, bufando. Aquel chico no tenía remedio.

-Bueno, pues Lengua.

-Ya no doy Lengua, doy Litera... -comencé a decir, siendo interrumpido por un toque húmedo en mi cuello, en la zona baja de mi mandíbula- ...tura.

Agarré el borde de la encimera con mis manos, haciendo presión, sintiendo las suyas ir despacio hacia mi cintura. Su boca en mi piel y su toque eran increíblemente lentos.
Giré la cara ligeramente, y alcancé a ver su pelo negro, su cabeza ladeada en mi cuello. Suspiré, cuestionándome si todas las discusiones que teníamos en realidad eran puro coqueteo.

Me giré en sus brazos y quedamos cara a cara. Tal era la vergüenza de mirarnos a los ojos en esa situación, que preferí cerrarles y acercar su rostro al mío agarrándole por la nuca.
No teníamos mucha diferencia de altura ni de complexión, así que encajábamos bien. Ahora fueron sus manos las que se apoyaban en la encimera, formando una especie de barrera a mi alrededor. Nos besamos despacio, tímidamente y de forma superficial. Nunca antes había dado un beso tan torpe y raro, tan ajeno y a la vez tan familiar. Por eso mismo, supe que tarde o temprano me iba a romper el corazón. Porque yo sólo era un experimento para él. Pero mientras tanto, quise seguir con las pruebas de aquel experimento.
Mordí su labio inferior suavemente, besó el mío superior con cariño, tensó sus brazos y acercó más su anatomía a mí. Cada vez que nos separábamos unos milímetros para volver a besarnos, sentía su caliente aliento, para luego regresar al roce de la carne de sus labios.
Sin pensarlo, casi sin querer, rocé mi pierna con la suya, y eso provocó una tensión que se acrecentaba con cada minuto. Me arrepentí de ello, pero aquel roce pareció despertar sus ganas de más, y rozó su pierna derecha intencionadamente con la mía.
Pocas veces había sentido ese tipo de placer, y junto con un pequeño temor e inquietud creciendo en el pecho, una sensación satisfactoria halló lugar.

Nos besamos con parsimonia, hasta que yo veía que la chispa que había empezado cada vez prendía más fuego.

-¿Estamos solos? -dije, con voz inestable, separando nuestros labios.

Respondió con un simple "mhm", regresando a lo que estábamos haciendo, como si no le importase nada más que aquello que estaba teniendo lugar en ese momento.

Entreabrió más su boca cuando volvió a besarme, le correspondí y lamió la cara interna de mi labio inferior, haciéndome abrir más la boca para acariciar su lengua con la mía casi con timidez.
Situó una mano sobre mi mejilla con fin de guiar mejor sus movimientos, y pegó su pecho al mío. Su torso moviéndose con rapidez, signo de una respiración fuera de control.
Fue cuando metí mi mano por dentro de su camiseta, acariciando la suave piel de su espalda baja, cuando dejé escapar un leve gemido sin querer.
No pasamos más allá de besos curiosos y ligeros toques, pero sentía su impaciencia aumentar y su control perderse.

-San... -susurré sobre su boca, queriendo hacerle ver que habíamos llegado a mi límite. Sin embargo, él pareció tomárselo de otra forma, haciendo incapié en la intensidad y acercando su rodilla a la cara interna de mis muslos.
Coloqué una mano en su hombro. Pude notar su calor.

-San -repetí, esta vez con voz firme. Él se detuvo al fin, y me miró, solo que sus ojos contemplaban mis labios, fingiendo la respiración estable que no tenía- ya es suficiente.

Cerró los ojos y asintió con la cabeza. Cuando les abrió subió su mirada hasta mis orbes. Me erizó el vello esa simple vista de sus ojos negros y el corte en su ceja. Imponía aun más de cerca.
Mordió su labio inferior con los dientes superiores antes de separarse de mí bruscamente.

Y me dio miedo, puro miedo, porque nunca había dado un beso que me diera una húmeda descarga eléctrica. Un beso que estimulara pieles y me hiciese poner los pies en el suelo.
Porque cuando desapareció de mi vista, saliendo de la cocina mientras se pasaba las manos por el pelo, supe que sí. Que me lo había robado.
Y no era el corazón.
Era la cordura.

UNTITLED - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora