XVI

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Sentí las mejillas heladas. Todo color de mi rostro se había esfumado para dejar ver un semblante pálido.

Tenía un sentimiento de vulnerabilidad y soledad en el corazón al estar allí. Una explanada de lápidas grises y hierba verde se extendía ante nosotros. Esos sentimientos eran irónicos pues ni estaba solo ni corría peligro alguno.

-¿Cómo te sientes? -preguntó Wooyoung.

Respondí a esa pregunta apretando los dientes y comenzando a avanzar por el cementerio. No podía quedarme toda la vida a las puertas, esperando por que me llegase una valentía divina o algo así.
Caminamos en silencio, pasando por todas esas tumbas con nombres y fechas escritas. Se me ponía el vello de los brazos de punta, sin poder evitar sentirme un intruso. No hacía frío, pero el ambiente era simplemente helador. Emanaba respeto.
Recordaba muy bien dónde se encontraba el cuerpo bajo tierra de mi padre. Nunca antes había ido a verlo, pero sabía de sobra su localización de cuando mi madre iba a dejarle flores mientras yo esperaba en el coche, mirando por la ventanilla. Ahora que mis pies pisaban ese suelo y que mis pulmones respiraban ese aire, era muy diferente a observar desde la distancia.

Pronto mis ojos dieron con un apellido grabado en piedra que reconocí como el mío propio. Tragué saliva y detuve mi paso bruscamente. Wooyoung siguió andando un par de pasos más hasta que se percató y miró hacia atrás.

-¿Qué sucede...? -sus ojos viajaron hacia el lugar donde los míos estaban posados- oh.

Se colocó a mi lado y lo único que me quedó fue respirar hondo. Leí el grabado completo, su nombre y sus años de vida. Era escalofriante el cómo todas sus vivencias, pensamientos, sensaciones, experiencias, quedaron reducidas a una cifra escrita sobre una piedra plana.
Despacio me fui postrando de rodillas en el suelo, varios metros alejado de la lápida, para apoyar las manos en mis muslos y mirar hacia abajo, intentando contener algo que no quería soltar. Wooyoung, sin decir nada, se sentó a mi lado en el suelo y situó una mano sobre mi espalda, brindándome apoyo emocional.

Una lágrima rebelde cayó por mi mejilla. Agradecí que en ese momento, mirando hacia abajo, el pelo me cubría los ojos. Y dije muchas cosas. No las expresé en palabras, pero las dije. Cerré los ojos y pensé todo aquello que nunca pude decirle a la cara a mi padre. "En realidad te quería".

"Lo siento". "Perdóname".

Abrí los ojos despacio. Pensé infinitud de cosas más, atreviéndome a subir la mirada hacia la grisácea lápida. A su lado descansaba un ramo de tulipanes rojos, ya resecos. Se me escapó otra silenciosa lágrima y fijé la vista en el grabado.
Leí el nombre confuso.
"Choi San".

Fruncí el ceño y entrecerré los ojos. Mi nombre estaba escrito en la tumba de mi padre, sobre la fecha de muerte. "2020". ¿Dos mil veinte? Había muerto hacía cuatro años.
Un dolor punzante de cabeza hizo que me apretara las sienes con las dos manos, como si me fuese a estallar. Emití un quejido y sentí un zarandeo, probablemente de parte de mi acompañante.
No paraba de repetirse en mi mente mi nombre y apellido, junto con el año actual. "Choi San. Dos mil veinte. Choi San. Dos mil veinte".

Subí los párpados de golpe, mirando de nuevo hacia el frente con los ojos desorbitados.
Mi nombre había desaparecido.

-¡San! ¡San! -sentí el zarandeo sobre mis hombros más brusco.

-¡¿Qué?! -dije, alterado, hacia Wooyoung. Él me miraba con preocupación y yo podía sentir mi frente perlada de sudor.

Sobre la piedra sólo estaba plasmado el nombre y apellido de mi padre, junto con su correspondiente fecha de nacimiento y muerte.
Intenté volver a respirar con tranquilidad, parpadeando repetidamente. Había sido cosa de mi imaginación.

UNTITLED - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora