Capítulo 30

5.9K 330 63
                                    

Capítulo 30.



ALEXIS.


Y quién demonios iba a ser yo para negarme.

Con fragilidad acerco su cuerpo hacia el mío, y juro por Dios que la sensación es tan exquisita que mi garganta traicionera casi suelta un gemido ocasionado por la cercanía.

Mis ojos buscan los suyos, ansiosos por encontrarla mirándome, y el universo premiándome por alguna acción buena que hice en el pasado me concede el deseo. Mía me mira con tal docilidad que, si mis piernas ya habían recuperado su fuerza, de nueva cuenta me vuelven a traicionar.

Mis ojos pesan tanto que descienden inevitablemente hasta sus labios. Rosados, carnosos y magnéticos, como todo lo que siempre ha tenido que ver con ella.

Tener el cielo a un par de centímetros nunca se sintió tan doloroso, porque sabes que no puedes tocarlo porque hacerlo ocasionaría terremotos y tormentas, o quizás el más grande de los paraísos, pero de todas maneras soy tan cobarde y patética que prefiero no averiguarlo y quedarme en tierra neutral. En cambio Mía parece querer torturarme con toda esa poca disposición de tomar distancia. Sus labios se entreabren apenas un par de milímetros y todo en mi interior se remueve con esa acción tan terrible pero simple.

Sus dedos suaves dejan una caricia casi incitante en la piel de mi nuca y su aliento golpea mis labios, y no sé si el deseo de acortar la distancia y plantar mis labios desesperados sobre sus labios rosas es tan grande que mi mente ha comenzado a alucinar sus ojos clavados en mi boca y aquel acercamiento sutil que hace hacia mí o si de verdad está ocurriendo.

Comienzo a emprender el escaso recorrido que queda para llegar a sus labios, apenas un leve movimiento. Mando a la mierda a todo y a todos, no me importa, me repito una y otra vez lo poco que me importan las consecuencias ahora mismo porque mi estómago está a punto de explotar para por fin liberar todas esas mariposas, aves, hormigas, elefantes, el zoológico entero de una vez por todas.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

El sonido del lanza confetti. Trompetillas. El cumpleaños feliz en coro. Todo aquello arrasa con la atmósfera llena de tensión en el vivero de mi madre y lo que casi ocurre muere dolorosamente.

Mía y yo damos un brinco separándonos al instante como si nuestras pieles ardieran y necesitáramos alejarnos lo más pronto posible para no hacernos daño.

Menuda comparación.

La castaña acomoda un mechón tras su oreja y se alisa aquel vestido de satín color pistache que le queda tan malditamente bien. Mis ojos caen sin querer en sus muslos y en parte de su trasero y mi cara arde como los mil demonios ahora mismo. Pero me resulta casi imposible no buscar de nueva cuenta sus ojos, y la sorpresa me la llevo cuando me doy cuenta de que ella me está mirando de vuelta, su rostro indescifrable me provoca un gran dolor de cabeza en ese instante. Es tan difícil leerla en estos momentos. Me echa una mirada efímera y disimulada para después relamerse los labios y pasar sus palmas por sus brazos abrazándose a sí misma.

—Ya son las doce... —sostiene en tono suave— ...y hace un poco de frío, deberíamos volver adentro para felicitar a Luce

Carraspeo con un asentimiento breve y tomo la botella ahora olvidada que está sobre la mesa, Mía ha comenzado a caminar y yo me dedico a seguirla. No puedo estar dentro ahora mismo, no con tanto ruido y tanta gente. Mi cabeza atrofiada apenas puede tener un pensamiento coherente ahora mismo.

IN BETWEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora