—¿Todo está bien? —preguntó la joven al verme palidecer.
—Sí. Muchas gracias.
Caminé hacia el elevador para subir al séptimo piso.
Pero qué estúpido había sido, aproximadamente a las diez y media la secretaria de la gerencia general salió de mi hotel y por lo visto acudió directamente al hospital para desagraviarse. Tal vez esa era la razón por la que Seulgi tardó tanto en contestarme a las once treinta, cuando la llamé, estaba con Sana, seguramente por ello la noté callada y taciturna antes de decirme que no la molestara más pues nuestro divorcio era irreversible.
Llegué a la habitación y encontré a mi esposa sentada junto a la cama del niño.
—Hola —la saludé.
Se volvió para mirarme y me sonrió con tristeza.
—Hola.
—¿No ha habido mejoría?
Negó con la cabeza. Sus párpados se llenaron de lágrimas. Apretó los labios con desesperación.
—Todo saldrá bien —caminé hacia ella y quise poner una mano sobre su hombro, pero me detuve.
Me senté a su lado. Era curioso: el semblante de Seulgi delineaba un hálito de belleza sumamente raro cuando atravesaba por las peores crisis. Lo percibí en la antesala de cada uno de sus abortos necesarios; lo capté en el quirófano unos segundos después del nacimiento de nuestro hijo prematuro; lo advertía en esos momentos de angustia y terror. Su boca pequeña se sesgaba ligeramente contorneando una sonrisa invertida, sus ojos negros se teñían de un tono casi endrino y su expresión desamparada la bañaba de una luz sui generis. Era una mujer buena. Sus facciones duras, sin dejar de ser sutiles, la hacían parecer una dama respetable. A nadie se le hubiera ocurrido calificarla como mujer sensual; su forma de vestir no correspondía a los atuendos de las féminas pasionales, pero Seulgi era sensual, y eso no lo sabía nadie más que yo.
—¿Por qué no vas a casa de tus padres y esta noche descansas? Cuidaré bien a Jungkook, te lo aseguro.
Movió la cabeza negativamente sin articular vocablo. Suspiré. Era inútil. Entre ella y yo se había abierto una brecha infranqueable.
Salí de la habitación dejándola a solas con el pequeño que dormía.
Me dirigí lentamente a la salita de descanso y poco antes de llegar me detuve.
Mis suegros estaban ahí. El señor, de pie, en actitud reflexiva; la señora sentada en el silloncito, sin hablar.
Una mujer anhela compartir el lecho con su pareja el día que la trató con respeto y cariño, la escuchó, o simplemente cuando tuvo algún gesto amable para la gente que ella ama, como son sus padres o hermanos.
Al verlos solos, la voz de mi conciencia me increpó con encono: «¿Quieres a Seulgi?», a lo que de inmediato contesté que sí. «Pues entonces entiende esto: ella jamás te perdonará si te sabe enemistado con sus padres; será injusto e incongruente, pero las relaciones conyugales nunca podrán sanarse del todo cuando uno de los miembros de la pareja agravie o menosprecie a los familiares del otro. Si pretendes pedir amnistía a tu esposa deberás bajar la cabeza, guardarte en la bolsa el maldito orgullo y pedírsela primero a sus padres».
Comencé a acercarme a ellos, pero otra vez me detuve.
Congeniar con los suegros es, sin duda, uno de los trabajos indispensables para la rehabilitación marital, pero también es uno de los más difíciles.
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Psychology || Seulgi [✓]
FanfictionUna última oportunidad - ADAPTACIÓN - Todos los derechos corresponden al autor original