Me dirigí a la recámara principal para terminar de arreglar mis cosas.
Al tomar la valija estaba temblando. La escena recién vivida me parecía un sueño incongruente y despiadado... ¡Le había pegado a mi esposa!
Ahora comprendía por qué los maridos solemos caer, con mayor frecuencia que las mujeres, en adulterio, alcoholismo, infidelidad, abandono de hogar o mal humor crónico. No es que la naturaleza masculina sea proclive a la corrupción ni que a los hombres nos guste el libertinaje egoísta, sino que las emociones no habladas, los sentimientos acumulados sin desahogo, ocasionan una presión interna que, tarde o temprano, nos hace explotar en palabras hirientes, escapes inaceptables e incluso en extremos como el de levantarle la mano a la pareja o darle un golpe, llegando así a la coronación de la estupidez.
Escuché que la puerta del cuarto de Jungkook se abría. ¿Seulgi pretendía dormir con el niño? ¿O acaso quería llevárselo? ¿Pero llevárselo a dónde? ¡Qué más daba! Yo estaba expulsado del campo de juego.
Continué preparando mis cosas. El timbre del teléfono comenzó a tintinear levemente. Mi mujer marcaba un número desde la otra extensión. ¿A quién podría estar llamando a las cuatro de la mañana? Observé el aparato color pistache en la mesita del pasillo y me acerqué al auricular para averiguarlo; pero estaba a punto de descolgar la bocina cuando noté junto al aparato un papel amarillento que hacía varios años no veía. Había sido colocado de forma evidente para que lo descubriera. Cinco años atrás Seulgi y yo participamos en un retiro conyugal e hicimos una renovación de nuestros votos matrimoniales, tras lo cual leímos y firmamos juntos ese papel pergamino... En ese momento no supe si lo había dejado ahí para burlarse, para despedirse o para hacerme sentir más humillado por mi tropelía.
Escuché su voz en el piso inferior. Se estaba comunicando con alguien. No tenía caso entrometerme. Si había llamado a la policía para acusarme de haberla golpeado, no me defendería. Y si se lo estaba comentando a su madre..., era cosa de ella.
El diálogo que sostuvo fue muy corto. Cuando la oí colgar, bajé con la excusa de ir a la cocina por algo. Seulgi estaba sentada en un sillón de la sala, junto al teléfono. Jungkook dormía en su regazo...
Pasé de largo simulando no verlos. Al regresar de tomar un poco de agua que no apetecía, mis ojos se cruzaron con los de ella. Su rostro se había hinchado un poco: trataba de desinflamar la contusión con una bolsa de hielo. Quise decirle que había visto la hoja con la promesa matrimonial de aquel retiro, que estaba muy arrepentido por haberla golpeado... pero en su lugar giré la cara. siempre me enseñaron a no mostrarme débil, a tener la razón. Fue un momento crítico, un momento de silencio en el que los caminos pudieron enderezarse. Tal vez si hubiese logrado decir algo, postrarme ante ella para pedirle perdón, hacerle algún gesto o dejar que las lágrimas salieran, hubiera evitado el infierno que sobrevendría después. Pero no pude. Regresé a mi cuarto por el equipaje...
A los pocos minutos oí rechinar el pestillo del portón exterior y el motor del automóvil de mi esposa. Me asomé por la ventana.
Dentro del coche atisbé en el asiento del conductor a Seulgi y junto a ella los cabellos negros de mi hijo Jungkook.
"Perro que ladra no muerde" (por lo menos mientras está ladrando). Yo, que había hecho todo un teatro amenazando con irme, aún seguía ahí. Ella, que no abrió la boca, ya se iba.
Pensé en detenerla, pero me moví muy despacio, como se mueve la gente atrapada en un episodio depresivo agudo.
Cuando llegué al patio era tarde. El automóvil había dejado el garaje y se alejaba por la calle solitaria.
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Psychology || Seulgi [✓]
FanfictieUna última oportunidad - ADAPTACIÓN - Todos los derechos corresponden al autor original