11.-INFIDELIDAD

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Estaba dándome una ducha cuando sonó el teléfono. Mi corazón comenzó a latir con nerviosismo. Casi podía adivinar quién era. Salí de la regadera y escurriendo me dirigí al aparato. No me equivoqué.

 —Hola... —me saludó la inconfundible voz de Sana—. No quise que Jihyo sospechara nada, por eso fingí irme. Pero en realidad quería hablar contigo. Te vi muy mal... 

—Gracias Sana... ¿Dónde estás? 

—En la recepción del hotel —pausa—. ¿Ya ibas a dormirte?

—No... Me estaba dando un baño. 

—Si quieres te dejo descansar. Puedes llamarme cuando lo desees. De verdad no pretendo otra cosa que apoyarte...

—Sí... Quiero decir, no. No te vayas, por favor. Te necesito mucho... ¿Por qué no subes?

Se quedó muda. Pensé que me había excedido en mis pretensiones y corregí:

—Mejor dicho, en unos minutos te alcanzo ahí. 

Terminé de secarme con cierto nerviosismo, pero cuando iba a ponerme la ropa me detuve. 

«¿Qué estoy haciendo?», me dije. «Éstos han sido los días de más provecho que he tenido jamás. No puedo echarlos a perder sólo porque me siento ávido de calor humano».

Me acosté y traté de relajarme cerrando los ojos. Como a los diez minutos volvió a sonar el teléfono. No contesté.

Aún conservaba la vaga esperanza de poder rehacer mi familia y aunque el cuerpo apetecía fundirse en una aventura desesperada, la mente dictaba que provocarla era tanto como arrojar al vacío toda posibilidad de arreglo con mi esposa...

El aparato dejó de timbrar. ¿Y si Sana decidía irse? Me puse de pie rebelándome contra la idea... Necesitaba hablar con ella, explicarle que no podía cumplir la promesa que le hice pues, aunque me fascinaba la idea de entregarme desenfrenadamente a la sensualidad, aún amaba a mi esposa... Sana era una gran mujer. Estaba seguro que lo entendería. La congoja me asfixiaba como si un gigante hubiese puesto su mano en mi pecho para aplastarme. No quería hacerle el amor, pero sí apoyarme en ella, platicarle, llorar...

Me encontraba en la cama desnudo, cavilando, cuando unos nudillos llamaron indecisos. 

Me levanté. Fui a la puerta.

Miré a través del visor y vi el perfil de Sana ligeramente deformado por la convexidad del cristal.

Regresé al ropero y me eché encima la túnica de seda que me obsequió mi suegra la Navidad anterior; la amarré torpemente con las cintas y me puse las pantuflas.

Sana volvió a tocar.

Tomé el picaporte y, vacilante, lo apreté entre mis dedos.

—_____, ¿estás bien?

Su voz sonó inocente como la de una niña. 

—Lo pensé mejor —me dijo— y decidí que tenías razón. Es preferible platicar a solas, en calma, sin testigos...

Sana era un verdadero peligro, no porque llevara el pelo recogido dejando al descubierto su hermoso cuello, no porque trajera puesto un vestido ceñido y provocativo, no porque me hubiera sugerido darme «la paz que me faltaba», sino porque era una mujer dulce, enamorada de mí, con cualidades que mi esposa no tenía...

—Pasa, por favor.

Avanzó deteniendo su bolsa al frente con las dos manos. Cerré la puerta muy lentamente.

Psychology || Seulgi [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora