CAPÍTULO 1

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Desde pequeña, no he podido parar de imaginar cómo sería este momento.

Antes hubiera sido todo tan fácil. Hubiese sido el quién me llevará al aeropuerto, él que me ayudaría con las maletas y la mudanza. Él que se hubiese quedado esperando a que pasara la puerta de embarque, o eso siempre me decía.

Pero, por desgracia, desde que mi padre murió, todo eso solo pasó a ser una fantasía de una niña de siete años.

Era una persona maravillosa y siempre que estaba de permiso pasaba todo su tiempo conmigo. Me saltaba el colegio y desayunábamos tortitas con mucho sirope y después dábamos vueltas en coche por la ciudad. Sin ningún destino. Podíamos estar horas y horas perdidos que a mí me parecían minutos y siempre pedía más. Supongo que sabía lo que ese viaje significaba. El fin de su permiso.

Tengo que reconocer que no fue fácil entender porqué mi padre casi nunca estaba en casa, pero a medida que pasaban los años aprendí a vivir con ello.

Tenía un alto cargo en las fuerzas armadas y casi siempre solía desaparecer de mi vida del día la mañana.

Si ya era difícil para mi entender porqué no estaba nunca, imaginaros lo difícil que fue explicárselo a veinte niños más el día del padre.

Ese día en el que todos los padres van a clase y cuentan en que trabajan. Ese día en el que por fin comprendí que nunca sería normal. Y no le culpo por ello, simplemente era la realidad. Una realidad a la que me acostumbré.

Me conformaba con una llamada al año por el día de mi cumpleaños. Siempre era la misma historia.

"-Papá, quiero que vuelvas...- no podía parar de llorar y no me molestaba en ocultarlo a pesar de que mamá me había pedido que no le hiciera sentir mal.

-Pollito, ellos me necesitan aquí. No tienen a nadie que les cuide, tú tienes a mamá que te quiere con locura. Te prometo que este será el último año que pases tú cumpleaños sin mí, esta será mi última misión y volveré a casa con las dos únicas personas con las que quiero estar el resto de mi vida. Feliz cumpleaños mi amor. Tengo que colgar. Os quiero."

Ese fue mi noveno cumpleaños.

Nada más colgar me llené de alegría, mi padre iba a volver a casa con nosotras. Me pasé todo un año diciéndole a todo el mundo que el volvía. Le apunté para el día del padre. Todos iban a quedarse alucinados con sus historias y por fin no sería la chica rara sin papá.

Y entonces llegó mi décimo cumpleaños.

Aquel veintiuno de febrero que tanto deseaba con ansias.

Mamá y yo nos habíamos pasado toda la tarde cocinando. Ella lloraba y lloraba y yo era incapaz de entender porqué lo hacía. Al fin y al cabo, eso era lo que ella quería, que él volviera con nosotras.

Me tumbé en el sofá esperando a que apareciera por la puerta, pero no lo hizo. Nunca lo hizo. Siempre interpuso su trabajo a nosotras. Todos los años recibía la misma llamada, las mismas palabras, la misma promesa. Y él, nunca la cumplía.

Recuerdo aquel día como si hubiera sido ayer, cuando sonó el teléfono y dijo que no podía venir. Lloré y lloré y entendí porque mi madre llevaba un año llorando por los rincones de la casa. Ella sabía que él no volvería. Imagino que, como a mí, a ella también la había hecho promesas que no había sido capaz de cumplir.

En mi último cumpleaños, le explicaba a mamá la situación que estaba viviendo. Las cosas por Irak no pintaban bien y su pelotón sería el siguiente en ir.

Su permiso duro dos días.

Dejó la bolsa con sus cosas en el recibidor y nos llevó a comer fuera. Pasamos el resto del día dando una vuelta por la ciudad y poniéndole al día de muchas cosas. Mamá me había advertido, "no era momento para reproches" me había dicho muy segura mientras se vestía esta mañana. Se la veía feliz, después de cuatro años iba a volver a verle y se había propuesto disfrutar de su compañía como nunca.

Su visita concluyó como lo había hecho siempre. Dando vueltas sin rumbo en su coche. Pero esta vez no fue igual. Él lo sabía, yo lo sabía, pero ninguno de los dos fue capaz de decir nada.

Su llamada nunca llegó para mi quinceavo cumpleaños y desde ese momento todo cambió.

Mamá comenzó a desesperarse por no tener noticias suyas. Todas las noches se quedaba dormida junto al teléfono esperando esa llamada que nunca llegaba.

El cinco de abril de 2016, como si ella ya lo supiera, se quedó dormida con el teléfono entre sus manos. Me levanté enfadada de la cama. No me hacía mucha gracia que me despertaran y mucho menos si era por el ruido de la televisión. Mi cabreo fue en aumento cuando la volví a ver allí tumbada. Se había quedado dormida con ella encendida. Habíamos hablado muchísimas veces sobre que no podía seguir esperándole hasta las tantas pero, se seguía aferrando al teléfono como si eso fuera lo único que la mantuviese con vida.

Mientras volvía a mi habitación ocurrió.

Comenzó a sonar.

No tardé en escuchar la voz de mi madre, e, instantes después sus gritos.

Unos gritos desgarradores que solo podían significar una cosa. 

Había muerto.

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