El día que se rompió la cadena

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En aquel lugar oscuro, encontró una pequeña luz que no lograba alcanzar.

Frio, fue una palabra que siempre lo definió.

Tenebroso y oscuro, también lo hicieron, y a veces, no venían de sus enemigos; los camaradas también pueden decir cosas hirientes.

Muchos otros, lo llamaron silencioso y aterrador, por el simple hecho de tener habilidades poco tradicionales.

Pero él sabía que no era así, que la gente estigmatiza sin entender e incluso sin malas intenciones; porque temen a lo que no conocen, y muy pocas veces buscan comprender.

No importaba.

De verdad, no importaba.

Porque solo bastaba que sus cercanos supieran la verdad; que ellos conocieran su realidad, su universo. Quien realmente era.

Y, en ese pequeño círculo del que se rodeaba, con quien se mostraba, sus palabras eran lo único que importaba.

Sus hermosos ojos mirándolo era lo único que esperaba, en aquella helada tarde de otoño, mientras recorría las calles de la aldea.

Porque ahora, en ese momento, lo único que necesitaba era alcanzarla... saber que estaba bien.

Verla.

Las miradas no importaron, ni mucho menos los murmullos de la gente al verlo pasar.

El viento helado quedó en segundo plano, tal vez tercero, o cuarto.

Cruzar la aldea, veloz y sin detenerse era su objetivo.

Encontrarla, su prioridad.

Porque ella, tenía que saber que no estaba sola.

Él estaba ahí.

Él siempre había estado ahí.

Porque ella era como una pequeña luciérnaga en la oscuridad; una tenue luz en su camino.

Y no la encontraba.

Buscó de un lado tras otro, recorrió las calles de la aldea, y perdió la compostura en aquella carrera que no estaba dando frutos. Mientras, aquella voz se repetía una y otra vez en su cabeza, una memoria tortuosa, extraña y sin sentido.

"Ella me dejó"

Esas simples palabras se volvían incomprensibles en la boca del Uzumaki; Hinata jamás dejaría a Naruto.

Lo amaba.

Sus ojos solo lo veían a él.

¿Porqué?

Giró una esquina, y esquivó un civil con gracia, en un silencioso movimiento.

No podía ser verdad, porque el amor no se acaba de un día para otro; él lo sabía muy bien.

Demasiado bien.

Y, ese hombre en particular no sabía mentir y a veces, era completamente transparente.

Esa era una de las razones por lo que su amiga lo amaba de toda una vida.

Precisamente por eso, es que sabía, que algo no andaba bien.

Y, la desesperación crecía, porque ahora, lo único que necesitaba era alcanzarla... encontrarla.

Y entender.

Comprender que había pasado con ella, para que tomara una decisión así.

Llegó a una de las torres más altas de Konoha, donde se podía ver la aldea en toda su extensión, y no supo si sonreír por las habilidades de su amiga para esconderse o gritar de frustración al notar que se había vuelto tan buena en aquello.

LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora