Promesas

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Finalmente, el verano estaba terminando y aquel calor abrazador llegaba a su fin, en tardes que se volvían cada vez más frescas; en días que se volvían cada vez más cortos.

Y los días avanzaban.

Las conversaciones continuaban, la vida seguía.

Las señales comenzaban a crecer, en aquellas interacciones que se volvían lentamente más estrechas.

Las memorias de aquellos momentos especiales se hacían cada vez más significativas y revelaban verdades que permanecían ocultas, solo para aquellos que no se atrevían a mirar.

Pero todo proceso tiene su propio ritmo, sus propios pasos y tiempos; como si cada persona tuviera su propia canción, con melodías únicas y especiales que los definían.

Hinata tenía la suya propia. Shino la de él.

Y ahora, ambas melodías comenzaban a sincronizarse, porque tal vez, formarían un conjunto que crearía una nueva canción.

Tiempo al tiempo.

Porque las nuevas notas de aquella melodía solo podían crearse con amor.

Porque ambas luciérnagas, debían brillar y encontrarse, antes de crear su propia canción.

La librería era un lugar que siempre se sentía agradable, un espacio lleno de nuevas aventuras donde no podía haber nada más peligroso que escoger un libro y quemarse con una tasa de té muy caliente.

— ¿Ésta?

Le acercó un libro y ella negó.

— Quiero una con un final feliz— respondió.

El asintió y continuó recorriendo los títulos de aquella estantería en la sección de novelas románticas.

Porque hoy, Hinata buscaba una nueva aventura que leer y él, como siempre, la acompañaba en esas pequeñas travesías.

Recorrieron el lugar, en silencio, concentrados en aquella nueva tarea y leyendo título tras título. Ella estiró su mano para tomar uno que estaba en una estantería más arriba y él al notar que casi no llegaba, estiró su mano para alcanzarlo por ella.

Y nuevamente, se tocaron.

Dejó el libro en sus manos, sin decir nada, y luego alejó un poco sus dedos para no incomodar. Ella lo tomó y se dirigió a la cubierta de atrás para leer el resumen.

Pero él, luego de lo que había ocurrido aquella noche de primavera, en el festival, decidió que no dejaría de avanzar.

Ahora, completamente consiente de lo que hacía, se devolvió al libro que ella sostenía y colocó su mano sobre la de ella, cubriéndola.

Sujetándola con decisión.

Hinata no dijo nada, porque prefería no pensar en aquello que ocurría, y porque aquel toque se sentía bien, seguro.

Y él, al ver que ella no se apartaba, se inclinó para ver que leía, como si fuera todo absolutamente normal.

— ¿Y éste? — preguntó.

— Podría ser.

— Bien.

Le arrebató el libro de las manos y la sujetó, firme, mientras la guiaba a la caja. Hinata, buscó en su bolsillo el dinero, pero él fue más rápido y negó.

— Es un regalo.

Ella sonrió y aceptó.

Y solo ahí, la liberó.

LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora