Sin retraso alguno, los días siguieron pasando.
Y aquello que acabó en una fría tarde de otoño, terminó de morir en Inverno. Pero luego, después de que la tormenta menguara, comenzó a despertar en primavera en una cálida y mágica noche, creció en verano, y ahora, en otoño amenazaba con abrir sus ojos.
Como una semilla que comenzaba a germinar en un terreno que al principio era hostil, pero con el tiempo, y el cuidado necesario, se volvió fértil.
Y ahora mostraba su primer brote.
La pequeña luciérnaga mostraba su luz con timidez e intermitente; perdida en aquel oscuro y silencioso lugar.
Él estaba ahí,
siempre había estado ahí.
Las miradas ansiosas comenzaron, como un juego inocente y a escondidas, donde ninguno de los dos admitía ni permitía que él otro lo notara.
Las palabras se volvían sinceras, con una tímida naturalidad que se mantenía en sus encuentros privados.
Y buscarse se volvía una rutina agradable.
Compartir, una necesidad.
Extrañarse, algo que preferían evitar.
Rozar sus manos se convirtió en una adicción disimulada y de mutuo acuerdo; y nunca era suficiente. Una necesidad inquietante de concretar aquella acción, de sentir sus dedos entrelazarse con firmeza, de unirse sin temor, pero que la indecisión, la incertidumbre, jamás permitía avanzar.
Hoy, alcanzarla, ya no se veía tan imposible; cederla, algo impensado.
Detener aquello que avanzaba a un ritmo imparable ya no tenía sentido. Porque Shino ya no era capaz de volver atrás, mucho menos de dar un paso al costado; la necesitaba, de maneras que jamás logró imaginar antes de intentarlo.
Y ella, que comenzaba a completar su corazón, veía imposible continuar si no era con él a su lado.
A pesar de que no quería reconocer aquello que había comenzado.
Estaba asustada.
Aterrorizada de reconocer lo que sentía; temerosa de interpretar lo que él estaba mostrándole.
Porque Hinata no sabía lo que era ser amada, buscada, anhelada; toda su vida había sido ella quien entregó su corazón. Su único y gran amor había dejado un rastro de dolor, desilusión y mentiras.
Y a veces, solo quería correr.
Huir.
Ocultarse y cerrar su corazón para no sentir.
Pero Shino, lograba mantenerla en su lugar cada vez que la veía dudar, porque su mano era lo suficientemente cálida como para no quemar, y agradable como para querer permanecer.
Él siempre buscaba su mirada cada vez que ella se sentía insegura; porque esos ojos castaños le entregaban tranquilidad y la invitaban a caminar a su lado.
Y, cuando solo buscaba endurecer su corazón y cerrar la puerta, él le hablaba con sinceridad, envolviéndola con aquellas palabras dulces y cálidas que solo lograban que ella cediera un poco más.
Él siempre estaba ahí.
Despertando más cosas de las que ella quería admitir, confundiéndola más de lo que alguna vez pensó que ocurriría, y asustándola de maneras insospechadas frente a todo lo que provocaba.
Pero alejarse se volvía imposible.
Todo se sentía natural, bien y sencillo cuando estaba a su lado.
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Luciérnagas
FanficEn esa tarde de otoño, en que las cadenas se rompieron, el viento frio anunciaba, que un nuevo camino aparecía. La pequeña luciérnaga necesitaba volver a brillar, y buscar su propio lugar para iluminar; y él buscaba alcanzar, aquella pequeña luz que...