Luciérnagas

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Porque él no buscaba ser el primero, quería ser el único.

Porque todo lo que ellos eran ahora, era el conjunto de lo que había sido su historia, y lo que la había llevado hasta ahí...

El viaje había sido largo, y difícil.

El amor, había nacido en un terreno hostil, en un corazón tímido y reservado; asustado.

Se conocieron en las miradas, en las compañías silenciosas y en el entendimiento de dos almas incomprendidas; cuando el universo, el destino, los ubicó en el mismo lugar.

Y las palabras, el tiempo y las memorias hicieron crecer las primeras raíces de aquella unión.

El amor creció sin control; lento y tranquilo, fuerte y seguro.

Él lo descubrió primero y entendió que ese no era el momento.

Ella lo descubrió después, porque primero debía crecer, aprender y madurar.

Ambos debían enfrentar sus propios miedos antes de entregar su corazón.

El tiempo pasó, con ellos siempre caminando lado a lado; con distancias que disminuían a un ritmo constante e invisible.

Y el niño que vivía en la oscuridad, miraba a esa luciérnaga que no podía alcanzar.

El niño creció y su anhelo jamás cambio, pero no era capaz de salir de aquel oscuro rincón en el cual se había acostumbrado a vivir. Un lugar seguro donde contemplar a esa luciérnaga que deseaba tocar.

Pero aquella luz dejó de brillar y se asustó.

Y entendió, que quizás era el momento de actuar; no fue fácil.

Caminó, a tientas en la oscuridad, porque aquella luciérnaga debía volver a brillar; y, en el proceso, comprendió que él también podía brillar.

Brilló, para encontrarla y aprendió a volar para alcanzarla; ya no tenía miedo, y no quería seguir viviendo en su soledad.

La oscuridad, estaba hecha para poder brillar, y él lo había entendido.

La encontró asustada, temerosa y herida; ella ya no quería volver a brillar.

Pero observarla por tantos años, amarla en silencio por tanto tiempo y conocerla desde aquella distancia en su corazón le dieron el impulso necesario, la fuerza faltante, para tomar su mano y levantarla otra vez; ella volvería a brillar, lo sabía.

El tiempo hizo su magia, su amor curó sus heridas y la compañía constante, le dieron las herramientas y el combustible necesario para que esa luciérnaga volviera a brillar.

Ambos brillaron, en aquella oscuridad que dejó de ser soledad.

Se encontraron, porque ambos estaban preparados para amar.

Y junto a las demás luciérnagas; ahora volaban de la mano para toda la eternidad.

Los días, las semanas y los meses continuaban pasando, y aquella relación continuaba avanzando.

No fue sorpresa para algunos verlos caminar de la mano, otros, simplemente jamás lo imaginaron.

Adaptarse a esa nueva cercanía fue un proceso completamente natural y simple; se conocían de siempre y ahora podían expresarse con libertad.

No más miedos, ni incertidumbres.

Y las excusas no faltaban a la hora de encontrar un motivo para continuar juntos, ni mucho menos escaseaban a la hora de simular una despedida que simplemente no llegaba, porque era mucho más simple quedarse hasta el amanecer acompañándose.

Los besos nunca eran suficientes, las caricias podrían ser infinitas y descubrir nuevas formas de quererse era siempre un pasatiempo adictivo.

Despertar, enredados y acurrucados se volvía una constante agradable.

— Tengo misión — dijo él.

Pero las palabras se perdían al fundirse en un beso intenso y demandante, mientras dejaba que las sábanas se desordenaran un poco más.

Sonrió.

— ¿Volverás hoy?

Quiso responder inmediatamente, pero ella volvía a quitarle el aliento al crear un recorrido de pequeños besos desde su cuello hasta su mandíbula, seguido de una suave y divertida risita.

Tenerla así era increíble, besarla de aquellas maneras era un sueño, y entregarse el uno al otro era mucho más de lo que alguna vez pensó alcanzar.

Pero era real, ellos eran novios y ahora solo tenía que continuar avanzando.

— Sí.

Ella sonrió y él le dio un beso más antes de levantarse.

Hinata lo siguió para preparar el desayuno mientras él se iba a duchar.

Se movió por la cocina con tranquilidad, y sonrió al observar aquel estante lleno de recuerdos continuaba creciendo sin parar.

Tomó la tetera y la puso a calentar, para luego preparar la mesa y algunas cosas para cocinar.

Shino apareció en silencio, vestido con su clásica ropa para misiones y su cabello aún mojado.

La abrazó por la espalda con cariño y apoyó su mejilla en su cabello mientras sus labios alcanzaban su oído.

Un exquisito escalofrío la recorrió, y dejó de lado las cosas para girarse, pero él la detuvo.

— Cásate conmigo.

Su voz sonó como un susurro, suave pero intenso que la estremeció.

Su corazón latió con fuerza de la emoción, y miles de otras sensaciones se arremolinaron en su interior.

Necesitaba girarse y mirar, aquellos ojos que ella siempre iba a adorar.

— Sé que es rápido, que llevamos un par de meses, pero sé que eres tú y solo tú

La soltó, se alejó frente a la atenta mirada de ella y se arrodilló mientras le estiraba una cajita azul con un anillo de compromiso.

Y si ya las emociones estaban a flor de piel, aquello le robó la respiración.

Shino siempre tenía sus formas de hacerla estremecer, de sorprenderla y de hacerle saber lo especial que era para él.

— Así que, por favor, elígeme, porque quiero vivir contigo todos los días de mi vida y estoy dispuesto a esperar hasta que estés lista para...

— Sí.

No necesitaba esperar, no necesitaba pensarlo, ella estaba segura de que, para ella, solo podía ser él y nadie más que él.

Colocó el anillo en su dedo, besó su mano con dulzura y luego se levantó y la abrazó.

Estaba feliz, completo.

Y ahora, una nueva historia comenzaba.

Esas dos luciérnagas encontraban su lugar para volar.

Y en esa tarde de otoño, en que las cadenas se rompieron, el viento frio anunció un nuevo camino.

Sus miradas se encontraron, a pesar de que ya se conocían; y se amaron, a pesar de que ya se querían.

Fin.

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