Esa pequeña pequeña luciérnaga, había perdido su luz.
Los llantos silenciosos pero desgarradores, se detuvieron de forma lenta; como un río que muere, y deja de correr.
Tal vez, como un reflejo de lo que su corazón sentía.
Un amor que comenzaba a morir, lento y tortuoso.
Y en medio del solitario campo de entrenamiento, la noche cayó y el frío anunció que el invierno estaba cerca.
El silencio se sintió pesado, angustiante, y el viento no logró llevarse la tristeza de ese corazón roto. Ni mucho menos aquellas palabras que se negaban a salir de su boca, relatando la verdad.
Contando el fin de aquella historia de un amor de toda una vida.
- Vamos – habló él en un susurro contra su cabello – ya es tarde.
Ella asintió y se soltó, y le fue inevitable sentir la vulnerabilidad en su estado, al notar que aquellos brazos fuertes ya no la sujetaban.
En cambio, recibió sobre sus hombros la chaqueta verde de Shino, que la protegería del frio y ahuyentaría miradas no deseadas.
Caminaron en silencio, lado a lado y a paso lento, sin prisas, por las deshabitadas calles de la aldea en esas horas de la noche. Luego de un rato, llegaron al punto donde sus caminos se dividían y él la detuvo, antes de que dijera una sola palabra.
- En mi departamento – habló – estarás más tranquila.
Sus ojos claros, buscaron los suyos con una timidez que la había abandonado hace mucho, y que hoy volvía a aparecer.
Negó.
- No puedo seguir abusando – respondió.
Y en la oscuridad, y detrás de aquellas oscuras gafas, ella pudo ver como las cejas de su compañero se levantaban en un gesto de extrañeza, bastante conocido.
- No lo haces.
Ese tono seguro y sin dudas de él, fue todo lo que necesitó para entender que, de verdad, no le molestaba; porque él jamás ofrecía algo si no lo deseaba.
Aceptó, e internamente agradeció, porque en una noche como hoy, ella no quería estar sola. No quería enfrentarse sola a sus propias decisiones, mucho menos a su corazón.
Su luz, que no podía brillar en la oscuridad, temía la soledad.
Continuaron su camino en silencio, nuevamente, hasta su departamento. Ingresaron al siempre pulcro espacio de su amigo, que los recibió con un aire tibio, haciéndoles notar lo frio que estaba afuera.
Las tenues luces que él siempre mantenía en su hogar, producto de su sensibilidad a la luz, le entregaron un ambiente acogedor; como ella necesitaba.
O tal vez, lo que necesitaba era estar con él.
Avanzó, y se perdió en el pequeño pasillo que llevaba a su dormitorio y volvió a los pocos segundos a ella, indicándole que había dejado ropa en el dormitorio para que se cambiara y se duchara si así lo deseaba, después iría él.
Se duchó, se cambió y luego fue el turno de él.
Y mientras lo esperaba, se dirigió a la cocina a preparar un té, porque necesitaba mantenerse ocupada y sin pensar.
Pero era imposible, las memorias de lo ocurrido hoy se repetían una y otra vez, torturándola.
Haciéndola dudar de su decisión y a la vez, reafirmando que aquello era lo mejor.

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Luciérnagas
Fiksi PenggemarEn esa tarde de otoño, en que las cadenas se rompieron, el viento frio anunciaba, que un nuevo camino aparecía. La pequeña luciérnaga necesitaba volver a brillar, y buscar su propio lugar para iluminar; y él buscaba alcanzar, aquella pequeña luz que...