Valentin
Ya era de noche y la madre de Isabella aún no daba rastros de vida.
Me dijo que se iba un "rato" nomas, pero ese "rato" se transformó en horas y horas que pasamos a solas con la morocha.
No me enojaba tampoco, la verdad la había pasado espectacular. Pero no tenía porque enterarse de lo que habíamos hecho.
Acomodé mi cabeza entre medio de mis manos y repasé nuevamente su figura. Desde sus muslos gruesos, hasta su pecho que subía y bajaba tranquilo mientras dormía.
Se me escapó una breve risa cuando imaginé tirarle un vaso de agua entre la boca a medio abrir.
Debajo de sus labios carnosos y secos, se dejaban ver a penas sus paletas y colmillos raramente afilados.
Capaz en otra vida había sido vampiro, o capaz lo era en esta, y todo esto era una gran mentira planeada milimetricamente para hacer que me vuelva loco por ella y poder acatar a todas sus órdenes.
La vibración de mi celular me hizo salir de mis enroscados y extraños pensamientos acerca de sus dientes.
El brillo de la pantalla fulminó mi mirada, y tuve que bajarlo rápidamente para no quedarme ciego.
Gigi
- Sigue en pie lo de esta noche?Abrí los ojos de par en par.
Había olvidado en lo absoluto el reencuentro que tuve con Gianna en las góndolas del chino de acá a la vuelta.
Desbloqueé el celular, y antes de poder textear una respuesta, sentí una respiración cerca de mi cuello.
- ¿Quién es "Gigi"? - La voz somnolienta de Isabella resonó sobre mi oído.
Ladeé un poco mi cabeza para verla apoyada sobre mi hombro, mirando mi celular con el ceño levemente fruncido.
Relamió sus labios.
- ¿Es la del A? Es infumable esa mina. - Se sentó a un costado y abrió su mesita de luz. - Está empeñada en que le des bola, pero pensé que eras lo suficientemente colgado para no captar las indirectas y miraditas en los recreos. - Tragó unas pastillas que sacó del pastilleros con los días de la semana escritos con marcador indeleble negro. - Pensé mal. - Volteó nuevamente hacia mí.
¿Le habían recetado más pastillas? ¿Por qué no me contó?
- ¿Estás celosa o me parece a mí? - Fue inevitable que la comisura de mis labios se encorvara lentamente.
Su nariz se arrugó.
- No. - Fue breve y cortante como cuando la conocí por primera vez en el consultorio.
Su mirada y la mía competían para determinar quién tenía razón.
- Me parece una pelotuda nada más, te podrías haber agarrado a la amiga que está más linda. - Sonrió de labios cerrados y dio otro largo trago a la botella plástica con agua.
- No es ella igual. - Aclaré cruzándome de brazos y observando divertido cada uno de sus movimientos.
- ¿Y quién es entonce'? - Encorvó una de sus cejas y movió su pierna ansiosa.
- ¿Para qué queres saber?
- Bue no me digas, cornudo. - Pegó un salto de la cama olvidando su pierna fracturada, para cuando se dio cuenta ya era muy tarde, estaba desparramada en el suelo con la pierna fracturada extendida gracias al yeso.
Corrí hacia ella pensando que se había golpeado la cabeza, pero para mi suerte todavía estaba viva y desbordando el triple de mal humor.
Aguanté pegar una carcajada para evitar el enojo que le causaba que se rían de sus errores.