Isabella
El cálido sol del amanecer que daría la bienvenida al primer día de primavera no aparece. Se esconde entre medio de las nubes, y en cambio lo sustituye un viento frío y arrasador, que me saca las pocas ganas de levantarme de entre medio de las colchas que me mantenían cálida.
Llueve otra vez, llueve mucho.
Las gotas caen bruscamente sobre el techo de mi habitación, y retumba tanto contra la chapa que logra despertarme de un momento para el otro.
Tomo una bocanada de aire y permanezco en silencio por unos minutos.
Volteó mi cabeza y me cruzo con su mirada, y pienso que la vida es un milagro al ver su cara.
Apenas, con los ojos aún entumecidos por el sueño, logra subir la punta de sus labios hacia arriba, y formar una pequeña sonrisa como las que me dedicaba rutinariamente.
- Ahí vuelvo. - Comenté tratando de mantenerme un segundo despierta.
Hace unos días que todo parecía parte de una escena dramática de alguna película guionada por una adolescente deprimida y sin amigos, que no tenía mejor plan que poner a sufrir a los personajes que creaba. Tratando de ocultar así, el sufrimiento a través de una historia ficticia, que en realidad era suya. Su historia.
Por el momento me tocaba interpretar a mí su papel, y maldigo cada segundo de su vida por el elegirme para esto.
Apoyé las muletas contra el piso y ejercí fuerza sobre mis brazos para ponerme de pie, y resignarme a que si fuera o no un personaje ficticio creado por una adolescente, el dolor era el mismo.
Un vacío existencial que no se acababa jamás. Ni tampoco se llenaba con nada, permanecía ahí carcomiendo cada parte de mi alma, deseando con el día en el que por fin se pueda apoderar de todo mi cuerpo.
Caminé por el pasillo con cuidado de no tropezar con ninguna madera suelta, y noté como por debajo de la ventana que entrecruzaba las paredes, entraba una fina capa de agua, empapando por completo el piso de madera oscura.
Podría haber revoleado los ojos para arriba, y haber tirado alguna que otra puteada para echarle la culpa a alguien, pero estaba tan pero tan cansada, que solo esquivé con precaución el agua del piso.
Bajé las escaleras entre quejas y sonidos sin sentido que salían de mi boca. Nunca pensé que costaría tanto algo tan simple como ir a la cocina.
Prendí las luces de la sala, y no me sorprendí al ver que una de ellas titilaba y se apagaba por completo en cuestión de segundos.
En la casa no había nadie, solo Valentin y yo. Sin contar los demonios que palpitaban al rededor de cada ser humano.
Desbloqueé la pantalla de mi celular y vi en la barra de notificaciones el mensaje que intuía que mi vieja había enviado.
Ceci
- Isa, estamos en la casa de Seba con tu hermana.
- Quedaron unos fideos de hace un par de días que podes recalentar.
- Te amo hija❤️Me amaba tanto que no compartía un almuerzo conmigo desde hacía meses mínimamente. Si no era porque estaba trabajando, era porque salía con el pelotudo del novio.
Parecía que se olvidaba de vez en cuando que tenía una hija medicada que se le acababa de romper una pierna por flashear con su pasado.
Me había prometido que iba a ser distinto, que solo éramos nosotras tres contra todos. Sabía que no podía creerle, pero la inocente niña con severos traumas a los 10 años, decidió creerle.