Isabella
- Te dije que pongas una alfombra Valentin. - Me quejé mientras veía el piso lleno de vidrios rotos a causa de su gran patinada por el piso mojado.
Hizo un ruido con su boca y extendió su brazo para que lo ayude a levantarse.
Estaba agradecida de que al menos tuviera una toalla envuelta en su cintura, sino sería una situación aún más incómoda que cuando quedamos frente a frente a pocos centímetros de uno con el otro.
Tomé con una de mis manos su palma, que al igual que su torso, estaban con minis tajos y vidrios diminutos incrustados en su piel.
- ¡AUCH! - Gritó cuando intenté sacar uno de ellos con las uñas de mis dedos.
- Ahora te la bancas, por pelotudo. - Seguí concentrada en lo mío algo frustrada.
- Por vos me banco la que venga. - Levantó mi mentón con su mano libre, y a decir verdad me hubiese sonrojado, sino hubiese sido por ese guiño nefasto que era lo menos parecido a un guiño.
Reí y mordí la pielcita de mi labio al ver su cara seria.
- No te estoy jodiendo.
- ¿Qué pasó? - Apareció una señora con un delantal blanco y negro por el marco de la puerta, miró el piso y luego subió su vista hacia el castaño. - Valentin te van a matar. - Masajeó uno de sus ojos con una mano en la cintura, mientras lo miraba con un gesto de desaprobación.
- Perdón Meli, ahora lo limpió. - Sonrió inocente formando con sus dos manos un corazón medio deforme que me causó ternura.
- No, salgan así no lo ven tus papás. - Nos echó y cerró la puerta a nuestras espaldas mientras musitaba un hilo de puteadas por lo bajo.
Por otro lado, el ojiazul tomó rumbo nuevamente a su habitación, y seguí al pie de la letra cada uno de sus pasos para no perderme en su casa que era más grande que la mansión de Barbie. Y más oscura.
Me senté en su cama y lo observé mientras elegía que ponerse, detuvo sus acciones y me miró con una sonrisa pícara.
- ¿Qué? - Cuestioné arqueando una de mis cejas.
- ¿Te vas a dar vuelta o me queres ver mientras me cambio? - Mis mejillas se tornaron de un rojizo potente, y me acosté boca abajo tapando mis ojos.
Igual si quería verlo, pero el no tenía por qué saberlo.
El colchón se hundió cerca mío.
- ¿Listo?
- Sí. - Giré mi cuerpo y me senté mejor.
Seguía sin remera, y algunas gotitas de sangre empezaban a manchar sus joggins blancos.
Pasé una mano por su abdomen, evitando que siga cayendo sangre de una de sus heridas.
- No se te ocurre, no sé, limpiarte. - Sugerí irónicamente subiendo mis vista hacia él. Tenía una sonrisa boluda y mordía apenas uno de sus labios.
- Uh sí. - Estiró su brazo y sacó de su cajón un paquete de algodón y una botella de alcohol etílico.
Arqueé mi ceja, ¿Quién carajo tiene eso en su mesita de luz? Valentin.
Y bien su mano tocó el algodón impregnado con alcohol, pegó un grito de dolor y se retorció en la cama como si tuviese una herida de bala.
Revoleé mis ojos, y agarré el algodón con alcohol para hacerlo yo y que deje de hacer berrinches innecesarios.