Isabella
Desperté por las carcajadas de alguien a mi lado. Abrí los ojos, ya de malhumor, y me encontré al castaño riendo a más no poder con el celular en la mano.
¿Qué hacía acá?
- ¿Quién te abrió hermano? - Refregué uno de mis ojos, y pegué mi espalda sobre el respaldo de la cama.
Giró su vista hacia mí y apagó el celular, intentando regular su respiración por la falta de aire.
- Tu vieja. - Le pegué una palmada. - Enserio te digo pelotuda. - Di una carcajada contagiando la suya, pensé que me lo había dicho jodiendo.
Intenté levantarme de la cama, y casi caigo de lleno al piso olvidando por completo el hecho de que una pierna no me estaba funcionando al 100%.
Tomé las muletas apoyadas contra mi mesita de luz, y antes de intentar pararme, Valentin estaba frente a mí con una sonrisa dibujada en su rostro.
- ¿Queres ayuda? - Se burló un poco.
- No, yo puedo sola. - Apoyé primero una pierna y después la otra, concentré mi fuerza en los brazos, pero parecía no llegar a dar resultados.
De por sí no tenía tanta fuerza, sumándole que me acababa de despertar y tenía una pierna fracturada, no iba a llegar a nada.
- Me parece que no podes. - Ladeó su cabeza e hizo una sonrisa burlona.
Detestaba que sea tan lindo, me desconcentraba por completo.
- Ayudame antes de que te teclee con una muleta. - Rió y se cruzó de brazos.
Alcé mi vista hacia la de él.
- Dale qliado tengo hambre. - Intenté apurarlo pero se negó.
- Pedime por favor. - Solté una carcajada, tenía que ser un chiste.
- Valentin. - Lo amenacé con la mirada.
- Shh. - Me interrumpió antes de que siguiera. - Es eso o nada. - Se recostó sobre la pared y cruzó sus piernas, aún mirándome desafiante.
Respiré profundo, intentando contener mi ira.
- Por favor. - Musité.
Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en sus labios, mordió su labio y inferior y se acercó a mí.
- ¿Qué dijiste? No te escuché. - Se agachó a mi altura y rozó sus labios con los míos.
- No me hagas repetirlo. - Dio una leve risa.
Posó sus manos en mis caderas y las apretó con fuerza parándome en un rápido movimiento.
Las desplazó hasta mi cintura y me acercó a él.
Su respiración chocó contra mi cuello, se acercó a mi oído y susurró:
- Que sumisa resultaste ser.
Llevó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y mordió suavemente mi lóbulo, logrando que mi corazón se acelere.