ㅤ
ㅤ
ㅤ
𝕾abía muy bien que conocer esa información no me dejaría vivir con normalidad, que produciría en mí sentimientos horribles: Temor de que volvieran por mí, odio y deseos de venganza, dolor porque pudiera ser alguien cercano que nos hubiera traicionado de la peor y más injusta manera... Pero la curiosidad y la necesidad pudieron sobre mi razón.
Y mientras trataba de controlar el temblor en mi cuerpo y la vorágine en mi corazón, Rigel se levantó y caminó hacia mí.
—Te lo diré, lo prometo, pero sólo cuando estés listo.
Yo, sencillamente, no supe qué pensar. ¿Era preocupación lo que sentía ese demonio o quería ahorrarse mis lamentos con la cruda verdad? Del modo que fuera parte de mí se alivió, la otra parte fue la que se levantó con furia para encararlo, mas permaneció sin palabras. Me quedé mirándolo a los ojos, esperando hallar respuestas, pero entre más me perdía en esos mares de oro más confundido me sentía. No pude aguantar mucho antes de desviar la mirada con un suspiro, así pude sentir su sonrisa.
—Al menos quiero hacerle un funeral digno a mi familia.—aunque era una petición no pude evitar que sonara como orden, pero a Rigel pareció no importarle.
—Podrás, pero mientras tanto no puedes estar así. Bastien te dejó un nuevo traje, y ésta vez quiero que te lo pongas sin excusa alguna, a menos...—entonces se acercó y susurró en mi oído, su calidez emanaba de tal manera que pude sentir el calor en mi piel sin que siquiera me tocara—que estés dispuesto a llegar completamente desnudo al despacho, lo cuál no me molestaría tanto...
Un escalofrío recorrió mi espalda y lo alejé de un empujón, sin embargo él se hizo fácilmente con mis muñecas, atrapándolas y atrayéndome nuevamente a escasos milímetros de su cuerpo.
—Por muy...—el poco orgullo que tenía me impedía hablar con normalidad—esclavo... que sea ahora para ti, no estoy dispuesto a aguantar insinuaciones vulgares y sodomitas.
La risa de Rigel resonó en mis oídos, era una risa grácil para ser de un demonio.
—Claro, la doble moral de los de tu clase frente al sexo... Déjame preguntarte algo, Ash: Siendo yo un demonio y con más servidumbre a mi disposición, ¿por qué crees que te hice mi esclavo?—la simple idea que aquello me daba me dejó sin aliento, definitivamente fue una mala idea llegar vestido con nada más que una sábana—Pero no soy tan bestial como has de creer, así que te aseguro que no intentaré nada contigo... mientras sigas de luto.
Tardó unos segundos en soltarme, pero finalmente lo hizo y se alejó a paso lento. Yo entonces pude dejarme caer, las lágrimas salieron sin control por la frustración que no dejaba de quitarme el aire, la energía que tenía para vivir quería escapar y me sentía desfallecer.
Mi familia entera había fallecido, un demonio se había apoderado de mi hogar y también quería hacerlo con mi cuerpo, y lo único que me quedaba por hacer era seguir su juego de la manera más inteligente si no quería acabar en lo más hondo del pecado, perder cualquier atisbo de salvación que pudiera recibir aunque ya tuviera el pecado original.
¿Pero no tenía derecho a romperme, a sentir pena por mí mismo? Quitarme la vida podía ser una opción, pero nunca podría considerarla por el simple hecho de que eso no era lo que me había enseñado mi familia. Fuera hasta el último instante en que mi corazón latiera, aunque me encontrara en la peor miseria, por mi familia y por mi alma debía seguir siendo fuerte para que todo el infierno que tuviera que pasar valiera la pena. Después de todo, a través del infierno se llega al paraíso.
Así que tendría que tomar las decisiones más difíciles, comenzando con el hecho de que no podía darme el lujo de discutir por nimiedades como la ropa. Llegué a mi habitación para encontrarme con un traje Fauntleroy azul rey que a pesar de ser para pequeños era de mi talla, y no pude hacer más que enfundarme en él. Una vez me vi en el espejo supe que la persona que se encontraba ahí no era mi viejo yo, el joven Ashton que ansiaba el honor de ser la cabeza de familia... Era el nuevo Ashton dispuesto a lo que fuera para mantener lo poco que le quedaba, un Ashton que sabía que no tenía muchas más opciones, que acababa de descubrir lo cruel que podía ser el mundo para alguien que nunca hizo el mal.
Mi cabello cobrizo se encontraba peinado hacia un lado, dejando que mis rizos incontrolables cayeran por un costado de mi cabeza como serpentinas; mis ojos del verde de las esmeraldas que decoraban mis dedos en forma de anillos estaban desprovistos de la luz que mi madre solía decir reflejaba la pureza de mi interior. La chaqueta de terciopelo se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, el encaje en mi cuello resaltaba mis pecas y el pantalón me llegaba arriba de la rodilla, mientras que los calcetines oscuros sujetos por una liga de cuero quedaban por debajo. No entendía cuál era el punto de vestirme así, pero no valía la pena intentar averiguar las razones de un demonio sodomita.
Trataría de mantener mi dignidad el mayor tiempo posible, seguía sin poder hacerme a la idea de que... de que usara mi cuerpo como le complaciera. Al menos no tendría que preocuparme por él mientras estuviera de luto.
Dejé mi habitación y me dirigí al que antes había sido el despacho de mi padre, el que una vez pudo ser mío.
Pero antes de entrar la claridad de dos voces hablando llamó mi atención. Me quedé estático a un lado de la puerta entreabierta mientras escuchaba a quienes parecían ser Rigel y el mayordomo que me despertó horas atrás, quien había dicho se llamaba Bastien.
—¿Cómo querías que lo evitara? Obviamente tendría preguntas, me habría decepcionado si no hubiera preguntado ello tarde o temprano.—aquella era la voz de Rigel, y sonaba mucho más tranquila en comparación con Bastien.
—Usted conoce muy bien las consecuencias de revelar sus intenciones, amo, si usted...
Y entonces hubo silencio. Pegué más la cabeza contra la pared en un intento por escuchar al menos un murmullo, pero al parecer sucedió que se habían quedado en completo silencio.
—¿Acaso un buen chico de la nobleza estaría espiando donde no lo llaman?—aquella cínica voz me sobresaltó por sonar tan cerca de mí, y al girarme el aire se atoró en mi garganta al entender la razón: Rigel me había acorralado en la pared, y se había agachado a mi altura de tal manera que su aliento chocaba contra mi rostro. Su mirada, que ahora pude reconocer manchada de lujuria, recorrió mi cuerpo por segunda vez en el día—Te perdonaré ésta vez por verte tan bien en ese traje, podría considerarse un pecado...—y fue su sonrisa ladina la que me trajo de vuelta a la realidad.
—Dijiste que no me tocarías mientras estuviera de luto.—le recordé, haciendo el mejor esfuerzo para ignorar sus comentarios. Él alzó las palmas en señal de rendición, retrocedió para darme de una vez por todas mi espacio personal. Entonces Bastien se asomó por la puerta del despacho.
—¿Amos? ¿Ya están listos para elegir la lista de invitados?
—¿Invitados?—lo miré con confusión, Rigel pasó una mano por su cabello azabache peinándolo hacia atrás. Sus cuernos y sus alas no habían vuelto a aparecer desde la noche en que nos conocimos.
—Dijiste que querías organizar el funeral de tu familia, Bastien te ayudará.
Asentí lentamente con la cabeza, comprendiendo la situación. Estuve a punto de dar un paso hacia el despacho cuando el brazo de Rigel obstaculizó el camino.
—¿Qué?—mascullé.
—Considerando lo piadoso y complaciente que he sido contigo esperaba al menos un "gracias".—explicó, pero el tono que usaba en verdad incitaba a golpearlo en la cara, y yo nunca he sido un hombre de violencia.
No quería sentirme agradecido por el que se había vuelto mi captor, no quería darle el gusto de conseguir nada de mí más de lo necesario... Pero tenía razón, siendo un demonio habría podido esperar que me invadiera una vez despierto en mi habitación.
—Gracias...—murmuré, con una sonrisa él me dejó el camino libre y finalmente pude empezar a pensar en la primera decisión libre que tendría como el marqués y único sobreviviente de los Blackburn: Planear un funeral.
ESTÁS LEYENDO
𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.
RomanceAshton Blackburn, heredero de su familia, lo perdió todo a su mayoría de edad. Y al mismo tiempo recuperó lo más preciado que le habían quitado tiempo atrás. Ahora debe decidir si enamorarse o no, sin saber que eso podría ser su perdición.