𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨: 𝐢𝐧𝐞𝐟𝐚𝐛𝐥𝐞 𝖙𝖔𝖗𝖙𝖚𝖗𝖆 𝐝𝐞𝐥 𝒂𝒎𝒐𝒓.

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—¿𝕹o podías dejarnos a Bastien y a mí hacer el trabajo en paz?—pregunté como por quinta vez, esperaba que al fin Rigel decidiera marcharse, su mirada sobre mi cuerpo me ponía muy nervioso, pero una vez más negó con la cabeza.

—Créeme, sería peligroso dejarte mucho tiempo a solas con Bastien mientras vistes ese traje, siendo un demonio del segundo círculo como...

—Amo.—dijo Bastien a modo de reproche, Rigel se mordió el labio inferior, pero ya era demasiado tarde.

—¿Segundo círculo? ¿Insinúas que el infierno de Dante Alighieri es real? ¿Ustedes son del segundo círculo?—no podía detenerme, aquello era demasiado para asimilar.

—Esas son preguntas y ya usaste tus tres oportunidades de hoy, Ash.

Al menos aquello me había dado una pista. En la libreta que tenía en mi regazo anoté lo que había sacado del descuido del azabache, justo al lado de la lista de amigos que había invitado para el funeral.

Seguía siendo difícil de soportar aquella memoria tan vívida y reciente en mi cabeza, impresa en fuego; los gritos, la sangre... Alcé la mirada para ver a Rigel, estaba sentado en el escritorio de mi padre, Bastien a su lado revisaba las invitaciones que habían conseguido con sorpresiva rapidez.

—Rigel...—odié el tono tan suave que usé sin querer, como un murmullo ahogado—Si ésta es la mansión original de mi familia, donde ocurrió todo... ¿Dónde están los cuerpos?

Él me miró sin expresión alguna por unos instantes, como queriendo averiguar algo que yo desconocía. Finalmente hizo una leve mueca.

—Están... bien, pero no te los mostraré. No vieron la necesidad de llevárselos por el fuego, creyeron que así acabarían con la evidencia, pero no se esperaban que yo apareciera—hice el esfuerzo en ignorar su tono orgulloso, hasta que volvió a mostrar seriedad—. No puedes hablar con nadie sobre lo que en verdad pasó, los asesinos querían que se viera como un accidente y podrían hacer locuras si revelas el más mínimo detalle.

—Pero tú dijiste que me protegerías.—y yo que pensaba retar al asesino en pleno funeral, tal vez no estaba pensando del todo con la cabeza fría.

—Te protegeré, pero incluso para mí hay límites. Por eso debes estar conmigo a cada momento, avisarme dónde estarás cuando estés lejos, o en su defecto estar con Bastien.

—Sin embargo hace un momento dijiste que no me dejarías mucho tiempo a solas con él...—de cierto modo se sentía como si fuera una esposa indefensa y él mi esposo sobreprotector, era una sensación de lo más extraña.

—Tengo mis medios para controlarlo, y con mucha gente alrededor no pasará nada—y me mostró una última sonrisa colmilluda antes de tomar los papeles que Bastien le extendió—. ¿Estos son todos los invitados?

—Sí... También preferiría llamar a un sacerdote amigo de la familia, su nombre es Isaac.—en parte tenía bastante curiosidad de ver la reacción de ambos a temas religiosos, no obstante ninguno de los dos se inmutó.

—Haré que lo llamen. ¿Alguna petición más?

Fruncí el ceño. Sin lugar a dudas, no esperaba que mi paso a la mayoría de edad fuera gobernada por un demonio perverso en todos los sentidos, me trataba como un niño de manera literal, si consideramos el traje con el que estaba vestido.

—No...—solté tras un suspiro—Eso es todo.

—Bien. Bastien, entrega las invitaciones y revisa que los cocineros preparen los mejores platillos acordes al evento.

𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora