𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐢𝐞𝐜𝐢𝐬𝐞́𝐢𝐬: 𝐦𝐚𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐧𝐝𝐢𝐝𝐨𝐬.

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𝕾i la primera vez que oí gritos fue aterrador, oírlos una vez más y con tal desespero me llevó momentáneamente a ese momento en la mansión.

Cuando los disparos empezaron mi madre y yo estábamos en la sala, fue así como pudimos salir rápidamente hacia el jardín.

Mis tías no tuvieron la misma suerte, pues fueron las primeras en morir junto con nuestro mayordomo.

Era imposible olvidar esa sensación de desesperación tan grande, y fue lo que sentí mientras subía las escaleras con premura en un intento por evitar que todo se repitiera una y otra vez en un bucle tortuoso que amenazaba contra la cordura de mi cabeza.

Llegué a tiempo a la habitación de donde provenían los sonidos, porque Rigel estaba en frente de Maud y no le había puesto ningún dedo encima. La cara que tenía en verdad logró que me estremeciera, no había rastro de luz en sus ojos teñidos por la oscuridad.

—¿Ashton?—dijo Rigel cambiando su semblante al verme, mas aquello no me ayudó a calmarme en lo absoluto. Maud estaba apoyada en la pared sollozando y cubriéndose con verdadero terror. No podía dejar de temblar aún cuando la cubrí con mi cuerpo en un intento por darle la calma que le hacía falta.

—¿Qué pasó, querida prima? Ya estoy aquí, en verdad lamento haberte dejado sola...—susurré para ella, pero no paraba de sollozar. Miré de reojo a Rigel—Vete.

—Ash, primero tienes que...

—Habías prometido defenderme a mí, no denigrar a mi familia, y hoy al atentar contra la única sobreviviente además de mí has roto esas dos promesas en lo que a mí concierne. ¡Vete!

—¡Ash!—Rigel se quejó—No es lo que tú piensas.

—En eso tienes razón—Maud parecía alterarse más al oír a Rigel hablar, por eso me vi obligado a bajar mi tono de voz—. Por favor, vete.

Rigel bufó igual que un animal furioso y con pisadas que resonaron en la estancia finalmente se fue. Entonces sólo se oyó el ruido del silencio luego de tantos gritos y los leves sollozos de Maud. Su cabello se había vuelto un desastre de tanto jalarlo, su moño estaba a punto de caer. Verla así de asustada me estrujó el corazón.

—¿Quieres decirme lo que pasó? ¿O prefieres descansar?

Ella tardó un poco antes de decidirse, hablándome así con su suave y temblorosa voz.

—Preferiría dormir ahora...

Tendría que esperar a que estuviera tranquila para saber qué le había hecho Rigel, algo que me frustraba bastante, pero no podía hacer nada al respecto.

No cambié de opinión por mucho que ella se quejara de que dormir juntos era inapropiado, quería cuidarla lo mejor posible y luego de haberla abandonado de ese modo al irme a ver a mis amigos no quería cometer el mismo error. Tras un rato de discusión acordamos que yo dormiría con mi ropa de día puesta, no la vería mientras no estuviera cubierta por las cobijas y nos daríamos la espalda para evitar cualquier mal entendido.

—Yo nunca te haría nada, Maud, puedes tenerlo por seguro.—le dije con calma, era entendible que pensara así de todos modos, los primos solían ser fruto de pecado en los nobles, otra de las cosas que se mantenían tras bambalinas. Ese, nuevamente, no era mi caso.

Además, mi mente estaba muy ocupada tratando de justificar la actitud de Rigel, una parte de mí quería creer que todo aquello había sido un malentendido, pero al mismo tiempo no le encontraba una salida.

Luego de todo lo que había hablado con mis amigos y cómo me habían alentado a darle una oportunidad ocurría algo así, era decepcionante, y un doloroso sentimiento afloró en mi pecho. ¿Por qué mi tristeza era tan grande al punto de querer llorar?

Tal vez Sigmund siempre tuvo la razón, después de todo Rigel sólo me trataba bien a mí, con los demás podía llegar a ser muy grosero e impulsivo... porque sólo de mí necesitaba algo.

Aquellos pensamientos amargaron mi noche, mi mañana y lo que duró el viaje. No quise dirigirle ni siquiera la mirada a Rigel, pero no dejé de atender a mi prima para evitar sus notorios nervios al estar frente al demonio. Durante el camino a la mansión en Cheshire se instaló un pesado silencio en el que fui partícipe con mucho gusto a pesar de sentir la mirada del azabache sobre mí.

Fueron las cuatro horas más largas de mi vida, pero una vez llegamos valió la pena al ser recibido por un alegre Francis saltando y dando lengüetazos por doquier. Lo recibí en brazos al mismo tiempo que Maud se dejó caer de rodillas frente a la entrada de la mansión con los ojos bien abiertos.

—¿Cómo es posible...? La mansión...—balbuceó ella con la voz entrecortada.

—Sí... es algo largo de explicar, así que ¿por qué no tomamos el té mientras te explico?

Ella asintió con la cabeza y ambos nos dirigimos a la sala. Después de todo, ya había decidido que no dejaría a Maud con la misma incertidumbre con la que Rigel me había dejado, iba a ponerla al día con todo lo que yo entendía y quizás así podría ayudarme a atar los cabos sueltos. Maud siempre había sido muy inteligente, para vergüenza mía y de mi hermano nunca habíamos podido ganarle en una partida de ajedrez. Sólo Barry podía hacerlo.

—Ash, espera—Rigel me detuvo del brazo antes de que pudiera avanzar otro paso. Lo miré con el ceño fruncido, soltándome de su agarre con brusquedad, él suspiró—. Tengo que hablar contigo primero. Te espero al anochecer.

—Yo no quiero...—insistí con molestia, pero antes de poder terminar él se inclinó hacia mí, pude volver a sentir su suave aroma en lo que él susurró en mi oído.

—Hay cosas que tengo que decirte a solas, aquí podría ser peligroso. Si quieres saber quién mató a tu familia ve al despacho, si no... esta es la única vez que diré algo al respecto.

Y así me soltó y se alejó a paso lento, dejando en mi interior una terrible tempestad de sentimientos que no tenía idea de qué iban a desencadenar.

Había querido saber eso con fervor, estaba consciente de que los asesinos de mi familia merecían ser castigados e incluso había pasado por mi mente la opción de hacerlo por mi cuenta con ayuda de Rigel.

Pero no, tras la llegada de Maud entendí que la venganza sólo desencadenaría más venganza, y tenía muchas cosas que perder a diferencia de lo que pensé en un inicio. No quería que mi prima sufriera por mí, y mucho menos quería dañar mi alma con deseos tan corrosivos y peligrosos.

Estaba dispuesto a perdonar, a dejar en el pasado todo lo que había ocurrido para empezar de cero.

Y para ello tenía que empezar por combatir la curiosidad que me dio por saber la verdad. La ignorancia en verdad podía ser felicidad. Pude sonreír satisfecho con mi propia decisión mientras alcancé a Maud sin duda alguna de que lo que me fuera a decir Rigel no tenía valor, no iba a dejar que me influenciara de ese modo poniéndome contra la espada y la pared, avancé con mi prima hacia el jardín dispuesto a tomar el té y dejar todo atrás. 

𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora