𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐢𝐞𝐜𝐢𝐨𝐜𝐡𝐨: 𝐞𝐥 𝓬𝓸𝓻𝓪𝔃𝓸́𝓷 𝒅𝒆𝒍𝒂𝒕𝒐𝒓.

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𝕷a culpa es algo que a pesar de ser doloroso y negativo para el que la posee en realidad hace un bien a su alrededor.

Pero no era consuelo para la culpa que sentía por haberme quedado esa noche con Rigel, disfrutando de sus besos y sus caricias cuando se suponía que debía estar de luto, que debía estar enojado con él.

Aunque en esa ocasión no tuve que decirle a Rigel que parara, en ningún momento se propasó, pero fue demasiado para lo que había vivido en toda mi corta existencia y por ello no dejaba de sentirse importante, íntimo, mucho más que esa primera vez en la mansión de Londres.

Algo había cambiado.

Escuchar el palpitar de Rigel recostado en su pecho fue suficiente para calmarme en ese instante, pero en la mañana era un manojo de nervios total.

—No es como si hubiésemos hecho nada, Ash—dijo el culpable de mi desliz en un intento por suavizar la situación—. No hicimos nada indebido.

—¿Que no hicimos nada indebido? Dormir juntos, para empezar, habernos... besado...—todavía se me hacía escandalosa esa palabra—Yo estoy de luto y se supone que no debo divertirme ni hacer nada de esa anturaleza en un año.

—Ya llevas casi un mes, me parece que eso es suficiente—Rigel se levantó para seguirme en mi paseo alterado por la alfombra de la habitación. Habitación que había pertenecido a mis padres, santo cielo...—. A pesar de las tradiciones de esta época me parece que llevar un luto tan prolongado sólo prolongará el sufrimiento. No hay mejor manera para conmemorar a los muertos que vivir la vida de la mejor manera.

En parte tenía un punto, pero...

—Así no es como se hacen las cosas, y debo seguir el protocolo al pie de la regla.

—¿O qué?—detuvo mi andar sujetándome de los hombros—¿Tienen el derecho de juzgarte luego de lo que has pasado? ¿Tú les darás el derecho?

—No... pero...—quise justificarme, pero un atrevido beso me robó las palabras de la boca.

—No deberías sentirte culpable por sentirte bien, es otra de las horribles cosas que infunden a los humanos en esta época. A veces está bien ser un poco egoísta, ¿entendido? No siempre tienes que rendir cuentas a todo el mundo con tu actuar o vas a dejar tu felicidad de lado.

Era curioso lo sabio que podía parecer, aunque fuera difícil creerle por el hecho de ser un demonio. Pero el hecho era que tenía razón, aunque no terminaba de convencerme la idea, ¿cómo cambiar tan rápido de percepción cuando llevaba tanto tiempo con tan estrictas reglas?

Aunque Rigel era como mi carcelero parecía querer darme algo de libertad con respecto a la sociedad en la que estaba. No estaba seguro de si era algo bueno o malo, de si tendría repercusiones futuras...

Pero una vez más caí, sus brazos me rodearon hasta apegarme a su cuerpo, y rodeado de él me sentí tan cómodo como nunca me había sentido, como si ahí debiera pertenecer. Se inclinó hacia mí dejando primero un beso en mi frente para luego bajar hasta mi nariz y terminar en mis labios. Correspondí con la misma suavidad y el pecho agitado de la emoción tan extraña que estaba desarrollando por ese hombre.

Y como si se tratara de un castigo divino alguien tocó la puerta.

—Amo Rigel, amo Ashton, es hora del desayuno.—sonó la voz de Bastien a través de la puerta. Nos separamos con lentitud y Rigel bufó.

—¿No podemos quedarnos un rato más aquí?—pidió acariciando mi mejilla con un pulgar, nuevamente actuaba como un niño con una petición como esa. Sonreí.

—No, a diferencia de ti, yo si tengo hambre.

—Qué horrible es la mortalidad... ni modo, vamos entonces.

Claro que justo antes de abrir la puerta me robó un beso más. De ahí acordamos vernos en el comedor.

Tardé un poco de camino a mi habitación antes de darme cuenta de la sonrisa que no se había borrado de mi rostro. ¿Pero podía culparme? Sin importar la forma Rigel y yo habíamos vuelto a ser como antes, Bastien me confirmó que los de su tipo podían amar, y ese doloroso vacío en mi pecho se había ido para ser reemplazado con una agradable y eufórica calidez. Todo parecía volver a su curso correcto, quizás pudiera tener un poco de paz después de todo.

Tal vez eso hubiera sido bueno.

Llegué al comedor vestido con mi mejor traje azul rey de mangas con encaje y zapatos de tacón. Rigel tenía razón, debía conmemorar a mi familia con la cabeza en alto, por algo llevaba en mi bolsillo el relicario que mi madre dejó para mí la última vez que la vi.

Rigel me sonrió, me senté a su lado, y Bastien colocó frente a mí una apetecible carne de cerdo con tubérculos y un buen vino blanco.

Pude hablar con Rigel como en mucho tiempo no lo hacia, y me sorprendió la emoción con la que hablé. Al parecer había extrañado nuestras charlas más de lo que me había dado cuenta, y fue tan así que tardé en acabar mi platillo.

—Ahora que lo pienso, ¿dónde está Maud?—caí en cuenta. Bastien estaba a un lado de la mesa atento a órdenes, él me respondió.

—La señorita Blackburn dijo que vendría en cuanto estuviera lista.

No pasó mucho antes de que finalmente hiciera acto de presencia.

Con un cuchillo en manos y sangre derramándose por sus dedos. No dudé en levantarme y llegar hasta ella.

—¡Ash, cuidado!—oí a Rigel bastante alterado, pero nada grave pasó. Maud dejó caer el cuchillo y se lanzó a mis brazos en cuanto estuve a su alcance, sollozando como una pequeña que se ha raspado la rodilla al jugar.

—¿Qué te pasó?—pregunté apretándola contra mí, temblaba tanto que parecía a punto de desplomarse.

—Ash...—ella se alejó lo suficiente de mi abrazo para acariciar mi mejilla con su mano herida, al ver su propia sangre pareció alterarse un poco más—Y-yo... lo siento tanto... no puedo soportarlo más...

—¿De qué estás hablando?—me asustó bastante el camino de la conversación.

—Podrá hablarnos mejor de lo ocurrido una vez hayamos tratado la herida.—respondió Bastien por ella. Sin ningún ápice de emociones llamó a dos sirvientas para ayudarlo a sujetar a Maud y llevarla así a la sala, un sirviente más corrió tras ellos con lo que parecían ser materiales para curar la herida.

Rigel llegó hasta mí con preocupación, cuando tocó mi mejilla descubrí la sangre de mi prima en los dedos de él.

—Tienes que ser muy fuerte a partir de aquí, ¿de acuerdo?—me dijo.

¿Por qué todos parecían saber más que yo? Era algo que no dejaba de odiar de toda la situación.

Aunque al mismo tiempo el frenesí de mi corazón era una clara señal de que parte de mí sabía lo que estaba por ocurrir, la verdad de la que tanto quería huir había vuelto para atormentarme una vez más: Maud tenía que saber algo sobre el asesinato de la familia. 

Y yo, a pesar de que tenía la intención de dejar todo atrás, nuevamente era atraído por el tornado de caos que rondaba mi apellido. No me daría descanso, no me dejaría tener paz mental.

No podía olvidar todo lo malo que había ocurrido, eso parecía ser la verdadera maldición.

𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora