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𝕷lega una edad incluso para los hijos de las mejores familias en la que experimentar es el motor de la curiosidad. Yo, cuando todos a mi alrededor pasaban por esa etapa, me prometí evitar a toda costa tres factores:
Drogas.
Burdeles.
Espiritismo.
Me encontraba en un lugar que podía cubrir los tres factores, y no podía sentirme más arrepentido de aceptar la oferta sin antes preguntar.
La fachada había sido pobre pero normal, no demostraba en absoluto lo que ocultaba en su interior. Al entrar fuimos recibidos por una mujer morena fumando y pudimos encontrarnos con un pasillo lleno de humo de opio y mujeres con el pecho al descubierto en vestidos a medio caer, deslizándose con lentitud por sus curvas... una escena que me esforcé en ignorar por mucho que una de esas muchachas, con una cabellera larga y rubia suelta con rebeldía se me atravesó mirándome con lujuria en sus ojos marrones.
Mordred y Caeden me habían agarrado de los brazos para evitar mi huida, sabían que no diría nada pero que intentaría escapar apenas pudiese, sabían que ese no era mi ambiente, pero parecían muy empecinados en llevarme al segundo piso, donde la escena no se volvió mejor.
Era una habitación cubierta de tapetes árabes y cortinas oscuras, alumbrada por un candelero de telaraña plateado, con las paredes cubiertas de espejos y con una mesa redonda en el centro cubierta por un manto de estrellas. Ahí se encontraban Sigmund y una mujer que parecía arrastrada por los años, con un cabello oscuro pero canoso, mirada indiferente y un lunar debajo del mentón bastante peculiar.
Estaba aterrado, la idea que daba el lugar era demasiado para mí. Miré a Harley, quién se suponía era el más correcto de los cinco, y él simplemente se encogió de hombros.
—¿Qué demonios estamos haciendo aquí?—insistí, mi voz sonó como un quejido ahogado a pesar de que quería sonar más amenazante.
—Mira, no esperábamos que llegaras, pero esto debe ser una señal—aseguró Mordred con tranquilidad—. Queríamos hacer una sesión espiritista, curiosear un poco...
—¿Sugieren que debería despertar las almas de mi familia para molestarlas con preguntas terrenales y que posiblemente me espanten por venganza al interrumpir su sueño eterno?—tal vez no fuera del todo así, pero no quería quedarme a averiguarlo.
—No si no quieres, pero podríamos averiguar más cosas... ya verás.—respondió Caeden, Sigmund movió la cabeza en mi dirección casi a modo de saludo.
De algún modo terminé sentado en el suelo como los demás, alrededor de esa mesa mientras la mujer tomaba primero la mano de Sigmund.
—Ella es una médium—me explicó Mordred a susurros, sin quitar la vista de la escena—, nos leerá el futuro y nos dirá qué tan cercanos somos al mundo sobrenatural. Es que Sigmund sigue creyendo que todo esto es falso aunque le pareció ver a un vampiro hace unas noches.
No dije nada, por mi parte luchaba con el dilema de si escapar y verle la cara a Rigel o quedarme y presenciar algo que había jurado nunca presenciar.
No sabía si tener más temor de Dios ahora que sabía de la existencia de los demonios... o si tirar todo por la borda por el hecho de que parecía que al final el castigo no podía ser tan malo. Me sorprendía sólo pensar así.
Y para cuando volví en mí ya era tarde, a Sigmund ya le habían dicho que era escéptico, que en realidad no se había encontrado con un vampiro, y que sería próspero y tendría tres hijos, aunque uno de ellos nacería con un problema cardiaco. Y de repente la médium alcanzó mi mano por sobre la mesa y se inclinó hacia mí.
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𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.
RomanceAshton Blackburn, heredero de su familia, lo perdió todo a su mayoría de edad. Y al mismo tiempo recuperó lo más preciado que le habían quitado tiempo atrás. Ahora debe decidir si enamorarse o no, sin saber que eso podría ser su perdición.