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𝕷a mansión Lockwood podría no ser tan lujosa como la de cualquier otro en nuestro grupo, pero por su ubicación y por el hecho de que los padres de Caeden eran muy permisivos era nuestro lugar favorito a la hora de reunirnos.
Además Harley vivía en Lancashire, Sigmund y Mordred en Dorset, Londres era el mejor lugar para reunirnos y ahí entraba Caeden en acción.
Todavía era grato recordar mis años de escuela con tan peculiar grupo, después de todo y gracias a su compañía Sophist College no fue más que un parque de diversiones, donde a pesar de los castigos que recibimos una que otra vez–Mordred es el que tiene más recuerdos de ello–seguía siendo grato saltarse las reglas, vivir ahí gran parte de nuestras vidas.
Pero hablar de ello no es algo de lo que me avergüence, nunca hicimos nada grave y mi madre concordaba cuando se lo contaba en mis cartas: salir a ver las estrellas en toque de queda, robar postres de la cocina antes de tiempo para poder comerlos calientes, entrar a escondidas a la biblioteca y quedarnos ahí por horas... Los profesores podían tomarnos como una pesadilla, pero sólo éramos infantes queriendo crear momentos que recordar cuando tuviéramos que cargar con tantas responsabilidades en el futuro, cuando ya no pudiéramos volver a actuar sin pensar en las consecuencias, cada uno de nosotros lo sabía más que bien.
Harley siempre había sido el más responsable, perceptivo, igual que una madre no dejaba de preocuparse por cada uno de nosotros e incluso se encargaba de curarnos cuando nos raspábamos las rodillas o los codos. Él siempre limpiaba la zona con delicadeza y tras uno de sus típicos regaños nos daba un abrazo para calmarnos. Sigmund decía que aquello era estúpido, pero yo era especial fan de sus abrazos, siempre podían hacerme sentir como en mi hogar.
Caeden, por otro lado, era como el líder del grupo, siempre con las mejores y más aventuradas ideas, siempre con una sonrisa dispuesto a arriesgarse por nosotros y con una energía interminable, siempre experto en hacernos reír. Era además uno de los chicos más populares por participar en tantos deportes, y a pesar de ello siempre tenía tiempo para escucharme y consolarme si era necesario, a cada uno de nosotros, sobresalía siempre por su lealtad.
Mordred fue un tipo raro desde la primera vez que lo vi, parecía importarle poco lo que los demás pensaran de él a pesar de ser hijo de un vizconde, y era el que generalmente nos metía en problemas antes de que pudiéramos notarlo. A pesar de ello siempre estuvo ahí, siempre fue detallista a la hora de descubrir si alguno de nosotros se encontraba mal, y no le importaba ensuciarse las manos y dar la cara para evitarnos algún problema aunque no fuera ocasionado por él.
Y finalmente Sigmund, él siempre fue el más débil y el más cerrado de los cinco. Solía preferir encerrarse en libros, sus comentarios podían ser rudos algunas veces, pero con el tiempo y por insistencia de Mordred logramos acercarnos a él y descubrir así que era una persona siempre lista para ayudar y arriesgarse por sus seres queridos. Era la voz de la razón, siempre franco, y gracias a él descubrimos una sección prohibida en la biblioteca que nos ayudó mucho con nuestros estudios, y para escondernos de los demás.
¿Quién era yo? No terminaba de descubrirlo, pero me esforzaba en ayudarlos y escucharlos lo mejor posible, después de todo ellos siempre me habían tenido en cuenta, siempre me habían demostrado su aprecio sin esperar nada a cambio. Para mí eso era más que suficiente.
Pero por eso mismo me asustaba lo que pudiera pasar, no quería perderlos... temía con todo mi corazón perderlos. Era un absurdo temor infundado en lo que la sociedad esperaba que yo fuera, en cómo esperaba que ellos reaccionaran a algo tan salido de las reglas. Nunca habíamos profundizado en ese tema, después de todo siempre habíamos estado rodeados de chicos en ese internado, sólo sabíamos que Sigmund una vez se enamoró de la hermana de Caeden, eso era todo.
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𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.
RomanceAshton Blackburn, heredero de su familia, lo perdió todo a su mayoría de edad. Y al mismo tiempo recuperó lo más preciado que le habían quitado tiempo atrás. Ahora debe decidir si enamorarse o no, sin saber que eso podría ser su perdición.