𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐢𝐞𝐜𝐢𝐬𝐢𝐞𝐭𝐞: 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝚒𝚐𝚗𝚘𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊 𝐞𝐬 𝒻𝑒𝓁𝒾𝒸𝒾𝒹𝒶𝒹.

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𝕷os siguientes días que transcurrieron fueron una mezcla de dos sentimientos tan opuestos que sería imposible de explicar en sólo dos palabras. He aquí la verdadera descripción:

Gracias a Maud pude recuperar otro poco de la felicidad que había conformado mi pasado. Fue una delicia compartir tardes enteras leyendo y tomando té, nunca me cansé de nuestras carreras y paseos a caballo por el bosque, y estuve más que dispuesto a jugar ajedrez con ella a sabiendas de que siempre iba a perder. Fue una grata sorpresa cuando gané una de esas veinte veces.

—¡Sí! ¡Jaque mate!—casi salté en mi puesto, sacándole una risa que no hizo más que incrementar mi felicidad. Ella cubrió su boca con un abanico rosa y me miró con diversión.

—Sólo esta vez, Ash, pero dudo que vuelva a pasar.

—Ya veremos—dije con su mismo tono retador acomodándome en mi puesto—. Una vez puede bastar para reconocer tu debilidad, y creo que esa es que usas demasiado los alfiles dejando vulnerables al rey y la reina.

Era cierto, pero a pesar de saber eso desde hace mucho tiempo no había podido ganarle, siempre tenía un caballo que me atrapaba de repente o una torre que engullía mis peones en segundos. Si había ganado era porque ella me había dejado, era algo que no íbamos a comentar nunca en voz alta, sería nuestro pequeño secreto.

Aquél era el lado bueno, pero por otro lado estaba Rigel.

Si no era suficiente con el dolor en mi pecho al estar en malas condiciones con él, tenía que intimidar a Maud cada vez que la veía. A veces incluso cuando estaba conmigo, como esa vez en la biblioteca en que le gruñó igual que una fiera y yo casi me caigo de la escalera donde estaba del susto.

No habíamos vuelto a hablar de manera natural, no más de lo necesario, ni siquiera había querido usar mis preguntas diarias en todo ese tiempo. Al menos él ya no me había obligado a usar trajes escandalosos por la presencia de Maud, pero había cambiado eso por algo más.

Cada noche a las 7 en punto tenía que ir a su habitación y acompañarlo mientras me leía un libro. Era una cruel tortura, a decir verdad, él parecía ignorar en ese corto tiempo que estaba enojado con él y me hablaba con una dulzura que no hacía más que incrementar ese tormentoso vacío en mi pecho. No habíamos vuelto a hablar sobre Maud ni sobre lo que quiso decirme en su despacho.

Excepto por una noche.

Bastien tocó a mi puerta para avisarme que era hora de acompañar a Rigel. Yo ya me encontraba en camisón cuando le abrí, él me mostró una leve sonrisa.

—¿Quiere que lo acompañe?

—De hecho sí.—con una leve reverencia aceptó y nos dirigimos a la habitación donde pasaría tiempo a solas con el demonio de mis pesadillas. Entonces miré a Bastien de reojo, subí la mirada a su gema, él pareció notarlo y volvió a sonreírme.

—El amo Rigel no nos está observando justo ahora. ¿Hay algo que quiera decir?

—Sí...—Bastien no era muy de mostrar emociones, pero últimamente no dejaba de ser amable conmigo. Casi podía considerarlo un amigo y por eso mismo me decidí a hablar—Bastien, ¿los demonios pueden amar?

Tampoco podría explicar con total claridad cómo me sentí en ese momento mientras esperaba una respuesta. Bastien no había hecho ningún trato conmigo, podía mentir sin que yo me percatara, y aun así sentí que podía confiar en él para saber la verdad.

Era la verdad de su respuesta lo que me aterraba, como una punzada que se adelantaba a un posible dolor mayor.

—Bueno...—Bastien se notaba bastante sorprendido, mi pregunta en verdad lo tomó por sorpresa—Es... es algo que no podría responder con total certeza, hay muchos tipos de demonios y a algunos los mueve un amor egoísta y peligroso.

𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora