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𝕿enía muchas cosas que cuestionarme en ese preciso instante. Al estar atrapado por los brazos de un azabache en mi cintura pude hacerlo sin distracción alguna, o al menos sin ninguna distracción despierta, siendo más precisos.
Para empezar, lo primero que noté cuando abrí los ojos a causa de la luz que se colaba por la ventana: No había tenido ninguna pesadilla. Aquello confirmaba mi hipótesis de que sólo cerca de Rigel podía escapar de ellas.
Segundo: Rigel en verdad era cálido, de una manera relajante y poco natural. ¿Sería aquello consecuencia de tanto tiempo en las llamas del infierno o del fuego en su interior? Sus ojos lo delataban, y era ese detalle algo que me había llamado mucho la atención; Rigel parecía sentir todo con pasión, la indiferencia que se esforzaba en aparentar era una fachada, y la verdad era que tenía en cada sonrisa y mirada una chispa que delataba sus ganas de vivir, de ser libre.
Me hacía preguntar si se encontraba atrapado por sus propias maldiciones.
Aquello me llevaba a la tercera cuestión, y era sobre la escena en la que estábamos.
Para ser más específico: Luego de una gratificante y culposa sesión de besos el sueño se apoderó de mí, y fue por eso–y porque no había otra habitación organizada... sí, claro–que Rigel durmió conmigo, apegándome a su espalda y rodeando mi cintura, proporcionándome el mejor somnífero que había conocido jamás: su aroma y su calor.
—Descansa, ángel...—susurró al notar mi estado, y fue con esas palabras que terminé por caer. Cuando desperté fue mi turno de verlo dormido, su respiración lo delataba.
Y de ahí venía mi duda: ¿Los demonios necesitaban dormir? Al parecer sí.
Logré girarme con cierta dificultad para quedar cara a cara con él, y efectivamente, sus ojos estaban cerrados y su expresión era de paz total. Ni siquiera parecía un demonio así, se veía demasiado tranquilo cómo para desaprovechar la oportunidad: me decidí por detallar su rostro.
Pude empezar por sus labios, cómo no, eran de una suave tonalidad que incitaba a probar y no eran ni muy carnosos ni muy delgados. Eran apetecibles a la vista.
Poseía demasiadas pestañas oscuras, sus cejas pobladas mostraban relajación...
La marca a un lado de su rostro casi parecía parte de su piel, me fue imposible controlar el impulso de delinear esa zona con suavidad.
Y de repente tenía los arrogantes ojos dorados de Rigel mirándome con diversión.
—Si gustas puedo dejarte ver más abajo también.—sugirió con una sonrisa ladeada que me hizo fruncir el ceño.
—Eso quisieras tú—mascullé. Me había avergonzado, pero ya comenzaba a acostumbrarme a sus insinuaciones—. ¿Cuánto llevas despierto?
—Hm... Como dos siglos—respondió con tranquilidad, al notar mi confusión siguió hablando—. Los demonios no necesitamos dormir, podemos tomar siestas, pero no es muy habitual.
—¿Entonces estuviste fingiendo todo este tiempo?—hice una mueca—¿No es aburrido quedarse sin hacer nada toda una noche?
—¿Quién dice que no hice nada?—aunque el tono que usó fue sugestivo acabó por negar con la cabeza—Pude leer bastante... y además ver tu linda cara mientras dormías también era todo un espectáculo.
Bien, ya había sido suficiente. Me quise separar de su agarre de inmediato, pero él no me soltó en ningún momento.
—Suéltame, Rigel.—ordené.
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𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤𝐛𝐮𝐫𝐧.
RomanceAshton Blackburn, heredero de su familia, lo perdió todo a su mayoría de edad. Y al mismo tiempo recuperó lo más preciado que le habían quitado tiempo atrás. Ahora debe decidir si enamorarse o no, sin saber que eso podría ser su perdición.