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Era una tarde más, en uno de los pocos días de las vacaciones de invierno, cuando el jóven Kenma salía de su hogar con una peculiar sonrisa

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Era una tarde más, en uno de los pocos días de las vacaciones de invierno, cuando el jóven Kenma salía de su hogar con una peculiar sonrisa.

Su enorme chaqueta térmica le tapaba la ropa que tanto había tardado en decidir, y de igual manera los bolsillos ocultaban el juego espontáneo que realizaba con sus dedos mientras caminaba hacía el lugar pactado el día anterior.


No era necesariamente un amante de los días fríos, de hecho odiaba la sensación de tener su cuerpo congelado. Aún así, durante esa tarde parecía no importale.

Podría deberse al calor que sentía en su pecho cada vez que pensaba en que finalmente se haría realidad todo aquello que alguna vez imaginó. Ello que generaba un brinco en su corazón, por más que le generará vergüenza admitirlo.

Y a pesar de que al levantar la cabeza viera como las nubes comenzaban a cubrir el cielo, estaba convencido de que en algún momento se irían.

Iba a ser un buen día, no podría resultar de otra forma. Aunque las cosas no se dieran al cien por ciento como lo esperaba, mientras esa cosa que quería que ocurriera pasara, el resto no le importaba.

Si alguien conocido lo viera y escuchara sus pensamientos, diría que se encontraba fuera de personaje.

Quizás estaban en lo cierto, pero por primera vez en mucho tiempo el muchacho estaba genuinamente feliz y no tenía razón para esconderlo.

Finalmente cuando llegó al lugar pactado se sentó en una banca libre al notar que a quien deseaba ver no se encontraba allí. No le dio muchas vueltas al asunto y convencido de que simplemente había llegado unos minutos antes, decidió esperar.

A medida que el tiempo pasaba, su cuerpo comenzaba a demostrar su inquietud.

Sus manos pasaban una y otra vez por su cabello, también sus piernas comenzaban a sacudirse de arriba a abajo varias veces.

Las pocas nubes que había en un principio ahora eran miles, tantas que el cielo parecía haberse pintado de gris.

La falta de sol comenzó a sentirse, creando en el chico múltiples escalofríos durante las horas que estuvo sentado.

Comenzó a arrepentirse de no haber tomado su consola portátil. Al menos así podría matar el aburrimiento, o el sentimiento desagradable que aparecía en su estómago.

Revisó su teléfono móvil. Los cuatro mensajes que había enviado jamás fueron respondidos.

Un suspiró lleno de decepción salió de su boca, y tragándose todo orgullo -y dignidad- decidió llamar.

Y otra vez llamó.

Y otra vez.

Una última que acabó igual que las anteriores: buzón de voz.

lover of mine | kozume kenma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora