Formas primitivas

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La voz de Germán se había sentido fría, dura, distante. Tal vez Daniela se había preparado para algo así, había imaginado miles de escenarios mientras viajaba con Poché rumbo al lugar que una vez se sintió como su hogar, pero lo que no pensó fue en que esas palabras iban a incrustarse tan fácil en su corazón. Por más que María José la tomaba con fuerza de la mano, esa fuerza no parecía recomponer el semblante de la castaña.

—¿Te comieron la lengua los ratones?— preguntó burlonamente Germán.

La sangre de Poché comenzó a hervir de la ira que estaba creciendo en su interior. Una batalla se desató dentro de ella, se debatía en si debía intervenir o no. Lo último que quería era empeorar las cosas, pero tampoco quería ver como su novia era humillada por su propio padre. En un acto de valentía y sin pensarlo mucho, viendo como Daniela solo miraba el piso al igual que Andrea, dio un paso al frente, y sin soltar a la castaña comenzó a hablar.

—Usted no puede hablarle así— dijo Poché con firmeza.

—Mira como lo estoy haciendo… ¿tú eres la drogadicta por la que se puso a dar testimonios?— preguntó con cierto rechazo —Por tu culpa ahora todos saben de los problemas de mi hija, por tu culpa ella se expuso a la prensa, ahora no va a poder vivir en paz por un largo tiempo.

Aunque esas palabras penetraron en la mente de Poché, no pretendía perder la firmeza frente a ese hombre, si así se le podía llamar.

—Se equivoca— rió de forma burlona y sarcástica —Fue por SU culpa, fue usted quien denunció a su hija frente al tribunal, fue usted quien le arruinó la reputación a su propia hija.

—No dije mentiras, ella tiene problemas— se encogió de hombros como si no le importara.

—El único problema que tiene ahora mismo es tenerlo a usted de padre— la poca calma que Poché reservaba para hablar con Germán parecía desaparecer con cada palabra que salía de la boca de él.

—¿Vas a dejarla hablarme así?— preguntó el hombre dirigiéndose a Daniela, que en ese momento pareció reaccionar.

—Es lo que te mereces… yo no te debo nada, tu mismo lo dijiste, no soy tu hija y esta no es mi casa.

—Entonces ¿por qué todavía sigues aquí? sabes que no eres bienvenida.

—Pensé que podía cambiar algo si venía a reclamarte, pensé que podrías ser el padre que yo pude querer durante toda mi vida y me protegieras de todo el drama mediático en el que tú me metiste por tratar de salvar tu propio trasero, pensé que tu hija sería más importante que tu maldita empresa, pero ahora se que no es así, así que me voy a disfrutar de este día hermoso junto a mi preciosa y respetuosa novia, que si sabe como quererme, no como mi propio padre que no dudaría en tirarme a los lobos con tal de salvarte a ti mismo… adiós.

Con la poca energía que le quedó luego de ese largo y duro discurso, Daniela salió de la casa, caminó sin decir una palabra hasta llegar a la camioneta, y aún en silencio la puso en marcha hasta que se alejaron varios metros de la gran mansión, donde aparcó a una orilla de la calle y se rompió en un llanto desgarrado sobre el volante.

Poché rápidamente se desabrochó su cinturón para abrazar a su castaña.

Al sentir el cuerpo de la peliazul, Daniela dejó de abrazar al volante para recargarse sobre el pecho de María José, de alguna forma, estar allí, escuchar el rítmico sonido del latir del corazón de su novia, las calmadas y suaves caricias que recibía en el pelo y la espalda, sumada a la suave voz de Poché diciendo que todo iba a estar bien, la hacía sentir segura, como en casa.

El tiempo pareció no importar, se quedaron allí un largo rato, no tenían prisa por hacer otra cosa, no tenían la necesidad de hablar ya que sus almas y sus cuerpos parecían entenderse tan bien que las palabras sobraban.

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