La fogata

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Dije que cuando llegáramos a las 1000 leídas iba a hacer maratón así que acá esta.

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Todos los integrantes del grupo estaban alrededor de aquella magnífica fogata al lado del mar, sintiendo la tranquilidad de las olas y los sonidos de la madera quemándose. Mary se sentía orgullosa de haber elegido ese momento y ese lugar para llevar a cabo una reunión, para ella, ese momento podría ser muy espiritual.

Como era de costumbre, luego de la corta charla de Mary, siempre hablaban las mismas cuatro personas, se trataba de tres hombres y una mujer, los cuatro habían tenido una adolescencia y adultez llena de sustancias psicoactivas, pero habían logrado superar esa etapa, e iban a las charlas a motivar a los demás a que lo hagan, trataban de mostrarles a todas esas almas apagadas, que las drogas no son la única salida, que las drogas no son lo único que pueden despertarte, a pesar de hacerlo con muchas ganas y de forma apasionada, habían algunos que eran incapaces de escuchar aquellas palabras.

Inesperadamente, Daniela, la reciente integrante de aquel grupo, levantó la mano para hablar, a diferencia del primer día, en el que había pasado tan desapercibida que ni siquiera Mary había notado su presencia. 

En aquel primer día, Daniela había conocido a María José, la había mirado por casi toda la reunión, algo le atraía de ella, algo le parecía interesante, y cuando la escuchó hablar, todo lo que sentía se duplicó, pero esos sentimientos positivos hacia Poché se terminaron cuando, en la puerta de la iglesia, la pelinegra mostró su hostilidad con Daniela, se terminó mucho más cuando la vio en aquella fiesta, completamente drogada cuando en la tarde anterior juró llevar tres meses limpia. Daniela sintió rabia porque había sentido motivación al escuchar a aquella pelinegra, pensó que ella también podría superar su adicción como aquella chica que parecía de su misma edad. Decidió no juzgarla, la buscó sin dar crédito a las voces inseguras que sonaban en su cabeza, le volvió a hablar para sentirse una completa idiota por los malos tratos de la gruñona.

—Hola, yo soy Daniela.

Como de costumbre, todos saludaron con un "Hola Daniela", todos menos María José, que seguía enojada por el trato que había recibido hace pocos minutos departe de la castaña.

—Me mudé aquí hace unas semanas, vivía en San Diego con mi mamá, pero mi padre decidió traerme de nuevo a Bogotá cuando se enteró sobre mi adicción, culpó a mamá, diciendo que era él quien debía poner "mano dura"… ahora no solo estoy tratando de ser una mejor persona, también estoy tratando de no sentirme tan sola— todos aplaudieron eufóricos al escuchar la sinceridad en Daniela, hasta María José había aplaudido aunque no con tanto entusiasmo como los demás.

Daniela se sintió bien recibida, también admitió para sí misma, sentirse orgullosa de lo que había hecho.

La noche transcurrió, todos los presentes compartieron algo, todos menos María José, quien cuando todos se fueron a sus cabañas se quedó en el barranco que daba la vista a la playa. Era bastante tarde y se dio cuenta que era la única despierta. Aprovecho la soledad para sacar de uno de sus bolsillos unos cuadraditos de papel que se llevó a la lengua y los mantuvo ahí para chuparlos, aunque intentara dejarlo, había una fuerza externa a ella que la llevaba a seguir consumiendo, las drogas se habían convertido en una necesidad y Poché no tenía o no encontraba las fuerzas para luchar contra esa corriente.

Daniela no lograba conciliar el sueño entre los fuertes ronquidos que sus compañeras de cabaña hacían, era increíble la conexión de aquellas cuatro amigas que hasta coordinaban para roncar. Frustrada por no poder dormir, se colocó un buzo abrigado y salió de aquella cabaña. Sacó del bolsillo un papel y un poco de marihuana, colocó aquellas flores secas en el papel y luego lo enrollo a la perfección. Se llevó a la boca el porro para buscar ahora un encendedor, no lo encontró y maldció para sus adentros.

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