𝓬𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓽𝔀𝓸

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𝙩𝙚𝙖𝙡 𝙬𝙖𝙨 𝙩𝙝𝙚 𝙘𝙤𝙡𝙤𝙧 𝙤𝙛 𝙮𝙤𝙪𝙧 𝙨𝙝𝙞𝙧𝙩 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙚𝙧𝙚 𝙨𝙞𝙭𝙩𝙚𝙚𝙣
𝙖𝙩 𝙩𝙝𝙚 𝙮𝙤𝙜𝙪𝙧𝙩 𝙨𝙝𝙤𝙥 𝙮𝙤𝙪 𝙪𝙨𝙚𝙙 𝙩𝙤 𝙬𝙤𝙧𝙠 𝙖𝙩 𝙩𝙤 𝙢𝙖𝙠𝙚 𝙖 𝙡𝙞𝙩𝙩𝙡𝙚 𝙢𝙤𝙣𝙚𝙮

"Nico Di Angelo
no necesitaba ropa
cara para verse bien."

No le tomó mucho tiempo a Scarlett encontrar un lugar donde pasar el rato, convencida de que su madre nunca la buscaría allí. Con pasos lentos y miradas soñadoras, entró en un pequeño establecimiento que vendía yogurt helado, sus ojos inmediatamente atrapados por las coloridas paredes.

Caminó hasta ellas para estudiarlas mejor, escaneando con su mirada los maravillosos dibujos que las cubrían por completo. Tonos de azules y verdes le daban al lugar un aire de frescura suficiente para recordar a Scarlett a la perfección el mar Mediterráneo que había visitado una vez. Casi podía jurar que estaba respirando ese aroma a protector solar y agua marina.

—Permiso —pidió un chico desde atrás.

Ella se giró a verlo, encontrándose con unos ojos verdes que parecían contar un millón de historias de aventuras. Subió su mirada para estudiar su cabello levemente enrulado, con destellos rubios. Su sonrisa fue lo siguiente que captó su atención.

Como era de esperarse, ella se la devolvió, el blanco de sus dientes destacando entre sus labios rojizos.

—Lo siento.

Unas leves arrugas bajo aquellos ojos de ensueño le indicaron que el chico encontraba divertida la situación. Antes de que pudiera decirle nada más, una chica apareció de un lado y tiró de él hacia una mesa. La ilusión que se había construido dentro del pecho de Scarlett en los últimos dieciséis segundos se desmoronó.

La chica salió de su ensimismamiento, olvidando al chico y dirigiéndose hacia la fila delante del mostrador. Su mirada se desvió hacia los pizarrones negros que, colgados en la parte superior de la pared que tenía enfrente, describían todos los productos ofrecidos en el local.

Pasó varios minutos observándolos, sorprendida por la pulcra y bellísima caligrafía con la que habían sido escritos. Unas pequeñas conchas de mar pintadas de blanco decoraban todas las esquinas, contrastando con el material oscuro. Los carteles remarcaban esa vibra de tienda de balneario europeo que todo el establecimiento parecía emanar. Parecía increíble que se encontraran de hecho en medio de la ciudad, a cientos de kilómetros del mar más cercano.

Su vista fue interrumpida por un par de manos que, a varios metros de ella, se sacudían delante de los menús. Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa, tomándose unos instantes para enfocarse en unos dedos fuertes, decorados por un único anillo de color negro, y salpicados con lo que parecía ser colorante comestible azul. Bajó su mirada encontrándose con unos brazos tonificados en los que no se entretuvo demasiado, ante la expectativa de ver el rostro del chico.

Lo que vio habría podido inspirar varias canciones para su próximo álbum si hubiera tenido el tiempo de contemplarlo. La mandíbula fuertemente presionada y los ojos furiosos del empleado la trajeron de vuelta a la realidad.

—Siguiente —dijo él, con firmeza, alzando las cejas para remarcar su palabra. Su momentáneo enojo había desaparecido al recordar que estaba trabajando y debía mantener una imagen neutral.

Scarlett entornó la cabeza, confundida, entrecerrando los ojos ante la falta de información de la que disponía. El chico de cabello negro, estilizado con un corte moderno y prolijo, hizo un movimiento con su cabeza, señalando el lugar frente a ella. Los ojos marrones de la compositora se detuvieron un segundo en el espacio de suelo vacío que la separaba del mostrador, y antes de permitirse distraerse con los coloridos mosaicos, razonó que era su turno de ordenar.

—Lo siento. —Volvió a decir, mostrando una sonrisa tan brillante que derretiría a cualquiera. El chico, sin embargo, no se inmutó—. Es un lugar muy bonito. —Ante el suspiro de exasperación que recibió como respuesta, Scarlett borró la sonrisa de su rostro—. Buenas tardes.

—Bienvenida —anunció el empleado, vestido con una camiseta de color verde agua que tardaría años en borrarse de la mente de la chica. En la esquina superior derecha de la misma se podía apreciar el logo de la tienda. El chico no parecía mucho mayor que ella—. ¿Qué le gustaría ordenar?

—Oh —exclamó inevitablemente, nerviosa por primera vez en días. Subió sus ojos hasta los pizarrones a los que tanta atención había prestado, consciente de que el chico no disponía de paciencia suficiente para que los leyera a todos—. Mmm... —vocalizó, en un intento de ganar más tiempo. Volvió sus ojos marrones a los del chico, notando que eran incluso más oscuros que los suyos, casi negros—. Un yogurt helado, por favor.

Él chasqueó la lengua, notando cómo su monstruo sarcástico salía a flote. Ella notó, ante el movimiento de su pecho, un pequeño cartel en el que indicaba su nombre: Nico.

—No esperaba algo diferente, dado que es lo único que vendemos. —Scarlett frunció el ceño ante su actitud de burla y a Nico no pareció importarle—. ¿De qué sabor te gustaría que fuera?

La mirada se le escapó hacia los carteles una vez más. Abrumada por tanta información y tan poco tiempo para procesarla, se rindió más rápido que antes.

—¿Podrías decirme qué sabores tienes?

El chico rodó los ojos y ella no pudo evitar pensar que se veía extrañamente apuesto al hacerlo, como si tuviera el movimiento tan dominado que le salía a la perfección.

—Por supuesto. Natural, de frutilla, de durazno, de chocolate—

—¿De chocolate? —Se extrañó Scar, interrumpiéndolo—. ¿Cómo hacen yogurt de chocolate? —La forma en la que Nico mordía su labio inferior dejaba en claro que no le gustaba que lo interrumpieran. La chica era despistada, sí, pero no estúpida. Se apresuró a arreglar su error—. Lo siento. Natural estaría bien.

Él asintió e ingresó algunos datos en la computadora frente a su figura. Se volvió hacia ella luego de unos segundos.

—¿Cuántos toppings vas a querer?

Esa respuesta no tuvo que pensarla.

—Solo quiero pastillitas de colores —dijo, sonriendo ante la idea del colorante transformando el color del yogurt en un arcoíris.

El chico, claramente de ascendencia italiana, se mantuvo en silencio un momento. No podía creer lo infantil e inocente que era la chica frente a él.

—O sea, ¿tres toppings?

Scarlett sacudió la cabeza.

—Uno solo estaría bien.

—Tres es el mínimo.

—Oh... Okay.

Nico no podía esperar a librarse de esa clienta molesta, pero al mismo tiempo, algo en su interior lo impulsaba a escribir las cosas con rapidez en la computadora para poder observarla con más atención. Le cobró sin inconveniente alguno, y justo antes de que llamara a la siguiente persona, con una parte de él celebrando y otra parte de él decepcionada, su melodiosa voz volvió a sonar.

—En realidad no me gusta el yogurt helado, ¿sabes? —murmuró, guardando el cambio que le había entregado. La luz que irradiaba al inicio de la conversación había disminuido notablemente. Era probable que se debiera a la oscura personalidad de Nico—. Solo lo probé una vez en España, y la verdad que no me fascinó. Pero necesitaba un lugar donde esconderme y—

—Y no me importa. —La cortó él. El chico sintió una punzada en el pecho al ver cómo los labios de Scarlett se cerraban despacio, temblando un poco, pero desconectó sus miradas—. ¡Siguiente!

La chica no se movió, impidiendo que quien estaba detrás se acercara al mostrador. Nico no tuvo más remedio que mirarla de vuelta. Ver sus ojos brillantes por las lágrimas que estaba conteniendo no lo ayudaron a mantenerse firme. Estuvo a punto de abrir la boca para decir algo cuando los labios rojizos de Scarlett llamaron su atención, soltando un sollozo casi inaudible. Ella lanzó el ticket que él le había dado sobre el mostrador.

—Necesitarás eso para que te den tu yogurt. —Se limitó a decir él, con un tono de voz indiferente que lo caracterizaba. Ocultar sus sentimientos era otro de sus muchos talentos.

La rubia se dio la vuelta y salió por la puerta, llorando.

invisible string [di angelo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora